ANJE RIBERA
Lunes, 27 de abril 2020, 19:58
El ministro Pedro Duque es más científico que político. Por ello cae a menudo en las trampas que le tiende su sinceridad. Como cuando hace unos días se desmarcó del discurso monocorde del Gobierno y reconoció que la gestión del coronavirus es sustancialmente mejorable. O cuando admitió que deberían haber existido «protocolos de prevención ya elaborados con reacciones automáticas ante las pandemias, como los que tienen algunos países de Oriente». El exastronauta criticó la pasividad europea en distintos precedentes como la gripe aviar (2004-2006), la gripe A (H1N1) en 2009 y 2010 -más de 18.000 muertos- o el virus H7N9 en 2013.
Publicidad
Ese último año el Parlamento europeo sí aprobó un informe que reclamaba una revisión de los planes de prevención y gestión de futuras epidemias con el objetivo de aumentar su eficacia y coherencia. Pero pocos estados miembros de la UE vieron la conveniencia de invertir millones de euros para adquirir vacunas contra aquellas cepas víricas, que ya provocaron la muerte de miles de personas, argumentando que la gripe estacionaria mataba a muchas más.
Noticia Relacionada
Legos en historia, los políticos no han tenido en cuenta que el Viejo Continente sufre pandemias a intervalos de entre diez y cincuenta años. En el siglo XX se produjeron tres: la de 1918, que provocó unos 40 millones de muertes; la de 1957, en la que perdieron la vida más de dos millones, y la de 1968, con cerca de un millón de víctimas, según recuerda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esta, de hecho, aconseja desde 1999 a los distintos gobiernos diseñar de antemano la mejor respuesta ante una futura amenaza.
La OMS recomendó entonces con énfasis «el establecimiento de comités nacionales de planificación, responsables de desarrollar estrategias apropiadas» para minimizar «el enorme coste en enfermedad y muertes». El ente internacional alertaba de que «los sistemas de atención de la salud podrían resultar rápidamente saturados, las economías excedidas y el orden social roto».
Todos hemos podido comprobar que sus trágicas predicciones se han cumplido, como también el tiempo ha certificado que sus sugerencias fueron desoídas.
Tan solo algunas honrosas excepciones sí leyeron la alarma y actuaron en consecuencia. Entre ellas algunos países asiáticos, que estos meses han afrontado el coronavirus con la experiencia adquirida por las agencias de investigación creadas tras la crisis del SARS, junto al bagaje acumulado en ejercicios y prospecciones realizadas para dar respuesta a potenciales epidemias.
Publicidad
«En Europa y Estados Unidos hemos visto que no solo faltaba preparación, sino que se ha reaccionado tarde», indicaba hace unas semanas el epidemiólogo Tolbert Nyenswah, profesor de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins. Este centro académico norteamericano se ha erigido en referencia ante el Covid-19 y contabiliza con rigor las víctimas mundiales del patógeno.
Pero solo dos países europeos hicieron los deberes y el examen de la pandemia les pilló con la materia estudiada. Por ello, Alemania, con 61 muertos por cada millón de habitantes, y Finlandia (27) pueden presumir ahora de su previsión. Sus estrategias sí fueron las correctas.
Publicidad
Los alemanes han adoptado una táctica ya perfilada en 2012 por el Instituto Robert Koch (IRK) para el Bundestag (Cámara Baja del Parlamento). Contemplaba un protocolo de actuación que podría haberse extraído de la película catastrofista '28 días después' (2002) o de su remake '28 semanas después' (2007), ambas ahora tristemente de actualidad.
Aquel documento, titulado 'Informe sobre análisis de riesgo en la protección de la población', partía de una simulación en la que un virus de origen asiático bautizado como 'Modi SARS' llega a territorio germano e infecta a alrededor de seis millones de personas. Esta hipotética enfermedad se manifestaba con síntomas como fiebre, tos, náuseas y neumonía.
Publicidad
Fue un informe profético. Anticipaba tres oleadas de la enfermedad y contemplaba que, dado que el virus tenía capacidad para mutar, las personas podían volver a infectarse después de un tiempo. El modelo teórico demostraba que las cuarentenas podían frenar la pandemia, pero no detenerla.
Este documento fue desempolvado por Angela Merkel el 10 de marzo, cuando pronunció una frase textual: «A falta de vacuna y de tratamiento, hemos de contar con que el 70% de la población resultará infectada». La canciller también puso en conocimiento de sus compatriotas las consignas de actuación de Instituto Robert Koch: «blindar a la población de más alto riesgo -ancianos y personas con enfermedades crónicas-; restringir los contactos para ralentizar la expansión del virus y evitar así el colapso del sistema sanitario; y, por último, proveer de medios».
Publicidad
Aquella simulación pronosticaba asimismo «una creciente demanda de productos farmacéuticos, dispositivos médicos, equipos de protección personal y desinfectantes». Al tiempo avisaba de que «debido a que hospitales y consultorios médicos dependen generalmente de la entrega rápida de estos productos, el mercado dejaría de satisfacer plenamente la demanda y surgirían cuellos de botella». Por ello, el Ejecutivo de Berlín se dispuso nada más conocer la llegada del coronavirus, a mediados de marzo, a la masiva producción nacional de mascarillas y desinfectantes a mediados.
Siguiendo también las indicaciones del instituto Koch, Alemania reaccionó con celeridad ante una probable carencia de capacidades humanas y camas de atención intensiva para los casos más graves en centros sanitarios y hospitales.
Noticia Patrocinada
«Estamos ante una epidemia a gran escala y ciertamente no puede haber nadie que estuviese completamente preparado para ello, pero contar con herramientas desde el principio, naturalmente ayuda», sostiene ahora Lothar Wieler, director del IRK y encargado de formular «ayudas de planificación» para clínicas y residencias de ancianos, y de estimular el «almacenamiento» de respiradores y otros elementos de protección y establece conceptos de gestión «para la adquisición rápida en caso de emergencia».
Con todo este 'equipaje' de conocimiento, cuando se detectó el primer caso en Alemania, el 22 de enero en la empresa Webasto, cerca de Múnich, los médicos supieron qué hacer. Se realizaron test de manera sistemática a todas las personas que habían tenido contacto con el enfermo, lo que hizo que aparecieran varios casos más que fueron igualmente puestos en aislamiento, y Alemania logró así evitar ponerse en cabeza de las lista de infectados.
Publicidad
El otro país 'previsor' europeo fue Finlandia. El Gobierno de Helsinki ha desvelado recientemente que desde los tiempos de la Guerra Fría posee almacenes secretos de provisiones para emergencias en diversos puntos de su geografía. Y en las últimas semanas han cobrado importancia porque atesoran productos muy preciados en la actualidad, como mascarillas y respiradores. La crisis del coronavirus ha provocado que, por primera vez, este país nórdico se haya visto obligado a recurrir a esos productos médicos guardados hasta ahora bajo llave.
Fue finales a marzo cuando el Ejecutivo ordenó a la Agencia Nacional de Suministros de Emergencia abrir esas naves, desconocidas para la mayor parte de la población, para poder distribuir el material acumulado a los hospitales del país. Todo ello después de que las autoridades sanitarias advirtieran de que se estaban quedando cortos de materiales de protección, debido al retraso o la cancelación en las entregas.
Publicidad
Desde la época del Telón de acero, Finlandia -que comparte más de 1.300 kilómetros de frontera con Rusia y que ya fue invadida por la antigua Unión Soviética- mantiene un 'stock' de los productos considerados fundamentales para garantizar el bienestar de la población y el funcionamiento de la economía ante eventuales crisis. Las reservas se utilizan para mantener una producción viable de energía, alimentos y servicios de salud, o para fines militares.
Cada cinco o seis años, el Gobierno renueva la decisión sobre cuáles son los bienes esenciales que se deben almacenar. Actualmente, las reservas contienen, por ejemplo, varios combustibles de importación, cereales, medicamentos y otros equipos de atención médica.
Publicidad
«No hay ningún sistema parecido en otro lugar de Europa», aseguró el director de la Agencia Nacional de Suministros de Emergencia, Jyrki Hakola, al periódico 'Helsingin Sanomat'. Al parecer, Suecia contaba con una red de almacenes similar, pero decidió desmantelarla en los años noventa tras la caída de la URSS y el fin de la Guerra Fría.
Las existencias previstas se van reponiendo y rara vez se han tenido que utilizar para una emergencia real. En el caso de los artículos médicos, es la primera vez que es preciso usarlos, aunque en los últimos años sí que se ha tenido que recurrir a otro tipo de existencias. Así ocurrió con las semillas en 2018, a fin de proteger la producción agrícola tras una temporada excepcionalmente mala debido a las condiciones climáticas.
Suscríbete a Las Provincias: 12 meses por 12€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Lunada: el peligroso paso entre Burgos y Cantabria
BURGOSconecta
Publicidad
Te puede interesar
Lunada: el peligroso paso entre Burgos y Cantabria
BURGOSconecta
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.