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gerardo elorriaga
Domingo, 2 de octubre 2022, 00:31
Los micrófonos de los políticos los carga el diablo. Los del presidente surcoreano Yoon Suk-yeol en Nueva York se demostraron especialmente indiscretos el pasado ... día 21 al revelar un comentario poco oportuno. Después de que el inquilino de la Casa Blanca, su anfitrión, manifestara la intención de aportar 6.000 millones de dólares para un fondo global destinado a luchar contra el sida, la tuberculosis y la malaria, murmuró: «¿Qué cara se le quedaría a Biden si los idiotas de los congresistas votaran en contra?». Todos lo escucharon. Instantes después, mientras la delegación asiática mostraba sus excusas, la palabra más solicitada en los buscadores informáticos de Seul era 'fuckers'.
El comentario revela la exuberante personalidad del jefe del Ejecutivo, un individuo que ha sacudido la escena política de su país. La trayectoria, breve, pero intensa, resulta excesiva incluso en una república acostumbrada a escándalos públicos de grandes dimensiones. A menudo, la férrea dictadura de Corea del Norte y sus atrabiliarias decisiones ocultan que la democracia liberal de sus vecinos sufre graves y frecuentes crisis. El mal habitual suele proceder de la conexión entre los 'chaebols', las grandes corporaciones locales, y la clase dirigente, muy sensible a los sobornos empresariales y otras prácticas delictivas bien remuneradas.
La irrupción de Yoon Suk-yeol en la esfera pública ha sido súbita y arrolladora. Este abogado de 61 años había desarrollado una larga experiencia como fiscal culminada con su elección como Fiscal General. Durante casi tres décadas había llevado una encomiable lucha contra la corrupción, principalmente en los gobiernos de los progresistas Kim Dae Jung y Roh Moo Hyun, aunque sus procedimientos también afectaron a gabinetes conservadores, especialmente a la presidenta Park Geun Hye, el mayor 'affaire' en la historia de Corea del Sur. Hace seis años, la estadista fue destituida por la Asamblea Nacional tras resultar implicada en un asunto de tráfico de influencias y ha permanecido recluida en cárcel durante los últimos cuatro años antes de beneficiarse de un indulto.
La atracción del poder suele ser irresistible. El 4 de marzo de 2021, el combativo fiscal anunció su decisión de dejar su puesto y en junio se daba de alta en el Partido del Poder Popular (PPP), la formación de la derecha. No recibió una entusiasta acogida. Se trataba de un invitado inesperado que demandaba protagonismo a cambio de su tirón popular, propiciado por cierta aureola de neutralidad. Consiguió la nominación presidencial y en mayo de 2022, su relampagueante carrera política lo condujo hasta la autoridad máxima con una ajustada victoria en las urnas. Yoon se hizo con el 48,6% de los votos, mientras que el oponente obtuvo el 47.8%.
Su fidelidad a un concepto radical del liberalismo económico y un exacerbado conservadurismo social han caracterizado sus tres primeros meses de mandato. El dirigente pertenece a esa ola 'neocon' que tiene a Donald Trump como espejo en el que reflejarse. Entre otras medidas, el presidente ha suprimido el salario mínimo, abolido la semana de 52 horas y prometido incentivos fiscales para las empresas. El azote de la corrupción no ha anunciado nuevas normas contra los 'chaebols' y sus tentáculos en la Administración, pero sí que ha suprimido el Ministerio de Igualdad de Género y Familia ya que niega la desventaja de la mujer en un país en el que ellas cobran un 30% menos que los hombres.
La décima potencia del mundo se encuentra afectada por la expansión de nuevos colosos como India y China, pero la nueva autoridad confía en la capacidad de su industria para hacer frente al reto asumiendo la dirección de la Cuarta Revolución Industrial, según sus propias palabras. Las contradicciones son evidentes. Yoon Suk-yeol apuesta por adelgazar la influencia estatal sobre la economía y reducir drásticamente los impuestos, y, paralelamente, anuncia un ambicioso plan inmobiliario que palie la enorme carencia de viviendas que experimenta Corea del Sur.
No parecen tiempos para el relajo. Dos personajes inquietantes dominan la política en la península coreana, una de las zonas más vulnerables del planeta. Si Kim Jong-un resulta imprevisible, la falta de experiencia y la impulsividad del presidente meridional tampoco alientan la esperanza de una reconciliación. El dirigente de Seul ha llegado a declarar su intención de desplegar bombas nucleares tácticas en el territorio y, posteriormente, cambiar su ofrecimiento por la presencia de submarinos estadounidenses provistos de armas de ese tipo.
La animadversión de los congresistas yanquis es el menor de los problemas de Yoon Suk-yeol. En tan sólo tres meses ha dilapidado su capital político, con menos de un 30% de respaldo según las encuestas, y esa menguante credibilidad puede reducirse aún más ante el anuncio de un juicio penal por manipulación de acciones que amenaza con sentar en el banquillo a su esposa Kim Keon-hee.
El futuro no es alentador para el gobierno. El control del parlamento por el rival Partido Democrático dificulta además su gestión y facilitaría cualquier operación para derribarlo. Sería toda una paradoja que el hombre que demandaba justicia resulte afectado por las perniciosas costumbres de la elite surcoreana, tan habituales como el kimchi, la col fermentada y bañada en salsa que acompaña cualquiera de sus platos.
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