![El caos que vivió un grupo de valencianos durante el terremoto de Marruecos: «No sabíamos si era una bomba»](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/09/09/terremoto-RHw2Ejrv4NmiAJ8n1sj3BFK-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Los valencianos que llegaron el pasado viernes al aeropuerto de Marrakech-Menara sobre las once de la noche (hora local) creyeron, por un breve momento, que estaban viviendo un atentado. «Cuando me sellaban el pasaporte hubo un corte de luz y acto seguido un estruendo muy fuerte. A continuación vino el terremoto. La policía gritaba alguna consigna que yo no lograba entender mientras la gente chillaba y echaba a correr asustada. Salimos del aeropuerto sin saber si habían tirado una bomba o si se había caído un avión», relata Betto García, uno de los pasajeros de ese vuelo procedente de Manises y que vivió de primera mano el terremoto que sacudió la noche del viernes al sábado varias provincias de Marruecos.
Betto, al igual que el resto de pasajeros, puso pies en polvorosa para intentar subir a un taxi. «Yo eché a correr como si no hubiera un mañana, porque además este aeropuerto tiene una cúpula de cristal y da sensación de frágil y endeble», explica este valenciano, que una vez se subió a un vehículo vio que se trataba de un terremoto.
«Lo más dramático fue cuando nos acercamos a la zona de la medina. Había un tapón tremendo de gente, de manera que se volvió inaccesible. Vimos una parte de la muralla derruida, con escombros y la gente desorientada. Veíamos a familias saliendo de sus casas con pertenencias, muchos turistas pidiendo taxis para irse al aeropuerto sin saber que estaba éste estaba cerrado…», cuenta Betto, que pasó la noche en una plaza de parking a la que el personal del riad donde se iba a alojar le llevaron a él y al resto de huéspedes.
En ese mismo vuelo en el que llegó Betto también viajaban Pablo Penella y su familia, que en total sumaban siete personas. «Estando en la cola para ticar el visado notamos que empezó a vibrar el suelo, las paredes y el techo. Lo primero que pensamos es que era un avión que pasó cerca, pero de repente se apagó la luz y la gente empezó a correr y gritar. Escuchamos ruidos muy fuertes y empezaron a caer cosas del techo. No sabíamos si era un atentado o un terremoto. Había gente gritando ‘pistolas, pistolas’, no entendíamos que estaba pasando», cuenta Pablo, quien añade que en medio del caos se llegaron a separar de su familia.
«A los 15 minutos fuera del aeropuerto nos encontramos con nuestros familiares. El chico que nos tenía que llevar al riad nos recogió y nos llevó a alojamiento, que lo teníamos en la medina. Con suerte pudimos recoger nuestras maletas, porque hubo pasajeros no pudieron», cuenta Pablo, que añade que una vez en la ciudad, les llevaron a unas parcelas amplias, donde pasaron una larga noche donde a duras penas pudieron pegar ojo.
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Normalidad inmediata
Sin embargo, cuando las posibilidades de una posible réplica se redujeron al mínimo, Pablo y su familia pudieron alojarse en el riad que tenían reservado, ya que no había sufrido daños. El sábado, su situación había cambiado por completo, como si el terremoto se hubiera quedado sólo en una pesadilla. «Ya estamos haciendo turismo como si nada», afirma el joven valenciano, quien, por suerte se libró de la peor parte del seísmo, que afectó especialmente a otra región.
Y esa normalidad es la que sorprendió a Frank Murray, un fotoperiodista valenciano al que el sismo le pilló en la cama de su riad. «Fue un susto muy grande. Hubo mucho llanto y rezo en las calles, pero a todas las familias las veías unidas. En ningún momento entraron en pánico», relata Frank, quien destaca que a primera hora del sábado la gente «ya estaba recogiendo, abriendo comercio y volviendo a la normalidad».
Por otro lado, Frank observó que no apareció, al menos por su zona, ningún agente de policía ni ninguna ambulancia. A falta de autoridades, fueron los propios civiles quienes se «arremangaron» para limpiar las calles y volver a la actividad en cuanto pasó el peligro. «Han abierto los comercios de nuevo. La resiliencia ha sido increíble», asegura Frank, a quien se le ha quedado grabada la escena de un comerciante que recogía los pedazos de su tienda con una paz y tranquilidad rebosante: «es que yo estoy vivo», le decía con esperanza.
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