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Los 15 proscritos detenidos en Guantánamo desde la 'guerra contra el terrorismo' de Bush han vuelto a quedarse sin compañía. Las gigantescas tiendas militares de ... campaña instaladas este mismo mes, con capacidad para 3.000 inmigrantes, están vacías. Dos vuelos chárter de la compañía Global X trasladaron el jueves a los 177 venezolanos que las ocupaban hasta una pista aérea de la base estadounidense de Soto Cano en Honduras, donde hicieron trasbordo a su destino en un avión de la compañía estatal venezolana Conviasa.
El zar antiinmigración de Donald Trump, Tom Homan, los había descrito como «lo peor de lo peor», recuperando así la frase de Donald Rumsfeld, el jefe del Pentágono que convirtió la base naval estadounidense de Cuba en el agujero negro de los detenidos en Irak y Afganistán. En el aeropuerto Simón Bolívar de Caracas les esperaba intrigado Diosdado Cabello, ministro de Justicia e Interior. El gobierno estadounidense asegura que los deportados eran miembros de la banda Tren de Aragua, con la que Trump alimentó el temor a los inmigrantes durante la campaña electoral. Tras revisar cuidadosamente los expedientes, Cabello aseguró que ninguno pertenecía a esa peligrosa banda de pandilleros, pese a que uno de ellos tenía una orden de Interpol emitida por Ecuador, y 38 «algún registro policial abierto», lo que no implica que sean delincuentes. «Puede responder a una denuncia u ofensa menor», aclaró.
Desmontaba así la «vil narrativa» del gobierno de Trump, que a su juicio solo busca «desprestigiar a los venezolanos», aunque el pragmatismo transaccional de Trump parece apuntar más a réditos de imagen personal. Con titulares como el de Guantánamo, el presidente cimenta su imagen de mandatario duro y eficaz, que a golpe de decreto limpia el país de los mismos peligros que infló durante la campaña para rentabilizar el miedo. El mayor delito de algunos de ellos era un tatuaje en la piel, como el de Michael Jordan que lleva en el cuello Luis Castillo, de 29 años, quien, según dijo su familia a The New York Times, dejó el país por razones económicas hasta que se cansó de lavar coches en Colombia. Un día antes de que Trump jurase el cargo se presentó en la frontera de EE.UU. con México para pedir asilo político. Como las citas concedidas por el gobierno de Biden fueron canceladas de inmediato, intentó el cruce por su cuenta, fue detenido, enviado a la base militar de Fort Bliss y de allí a Guantánamo. Las imágenes de los detenidos con grilletes saliendo de un avión militar en Guantánamo cumplieron el efecto disuasorio que se buscaba. El número de inmigrantes interceptados en la frontera sur de EE.UU. ha caído de una media de 1.500 durante el mes de enero a menos de 300 la semana pasada.
Por segunda vez en una misma deportación, la aventura de Castillo se convirtió en trofeo propagandístico del gobierno cuando Nicolás Maduro apareció en televisión para atribuirse «el rescate» de sus connacionales. «Les damos la bienvenida como una fuerza productiva y un cariñoso abrazo», celebró. Su gobierno ya había recogido a 190 connacionales en el aeropuerto de El Paso (Texas) el pasado día 10, tras las conversaciones con el enviado de Trump, Richard Grenell, que le ha prometido revisar las relaciones diplomáticas entre ambos países.
37.660 migrantes
ha deportado Trump en su primer mes como presidente. Son muchos menos que la media de 57.000 deportaciones mensuales durante el mandato de su predecesor, Joe Biden.
Más incierta es la situación de los 300 inmigrantes de Asia u Oriente Medio deportados a Panamá, donde algunos piden socorro con carteles en inglés pegados contra los cristales del Hotel Decapolis en el que están retenidos. El gobierno panameño ha aceptado cooperar con el de Trump para recibir a ciudadanos de países tan dispares como Irán o China, muchos de los cuales tienen miedo a volver a sus países. De hecho, solo 170 han aceptado la deportación a su origen, de los cuales una veintena podría regresar la semana que viene. Entre ellos había también un irlandés, que ya se encuentra de vuelta en su país.
Los aproximadamente 150 restantes serán trasladados al Campamento San Vicente, cercano a la selva del Darién, según informó el ministro de Seguridad panameño, Frank Ábrego en conferencia de prensa, quien espera que las agencias de la ONU les encuentren un país de acogida «en el que se sientan seguros».
Los más afortunados parecen ser los 135 que aterrizaron en el aeropuerto de San José de Costa Rica, pese a que el ombudsman del país criticó el «visible estado de angustia» en el que llegaron, sin saber a dónde iban, ni lo que les esperaba. Más de la mitad, muchos de ellos niños, proceden de Uzbekistán, China y Armenia, según el informe oficial hecho público ayer. Les esperaban funcionarios de Naciones Unidas, traductores y médicos, que les proporcionaron de inmediato agua, alimentos, pañales, fórmula infantil, compresas sanitarias y hasta cuadernos con lápices de colores. A muchos les faltaba la documentación, lo que complicaba aún más la tarea de reunificación. Fueron trasladados en autobuses «con baños y aire acondicionado», precisó el ministro Mario Zamora, a instalaciones temporales varias horas al sur de la capital, en el cantón de Corredores.
Estos países centroamericanos que han aceptado colaborar con el gobierno de Trump para su operación pública de «deportaciones masivas» conservarán a cambio las ayudas económicas del gobierno estadounidense y se posicionan en su lado amable. Albergan, sin embargo, el temor a convertirse en otra laguna legal como la de Guantánamo y quedarse indefinidamente con estos apátridas, que no pueden o no quieren regresar a su país de origen, donde algunos temen por su vida.
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