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La transformación de Marco Rubio es palpable. El otrora arduo defensor de utilizar la política exterior de EE UU para hacer valer los derechos humanos, ... particularmente en su Cuba natal, ha iniciado ahora una cruzada interna para redefinir la diplomacia estadounidense, según anunció en un artículo publicado en Substack. Bajo la consigna de «eficiencia» y «realismo geopolítico», el secretario de Estado ha orquestado la mayor reestructuración de su departamento en décadas, que arrasará con más de 130 oficinas, eliminará unas 700 plazas y borrará del mapa algunas de las instituciones más simbólicas del compromiso estadounidense con los derechos humanos, la democracia y la justicia internacional.
«Esto no es un ejercicio de recorte presupuestario, aunque sin duda supondrá un ahorro para el contribuyente estadounidense. Es una medida de política», admitió este miércoles en entrevista con el podcast de Bari Weiss.
Lo que a primera vista parecería un reajuste burocrático, intenta neutralizar lo que él mismo describe en Substack como «una plataforma para activistas de izquierda». En líneas con las políticas de Trump contra la diversidad, se proponer utilizar el Departamento de Estado para luchar contra el antisemitismo a nivel mundial y acabar con la agenda «antiwoke», que «usa el dinero de los contribuyentes para redefinir derechos humanos y democracia». Rubio busca una concentración de poder, arremete contra la Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo -creada en 1977 por el Congreso-, acusándola de actuar como «brazo ideológico» para castigar a gobiernos conservadores como los de Polonia, Hungría o Brasil, y de traducir «su odio a Israel» en políticas concretas, como poner restricciones a la venta de armas.
La oficina, que también elabora el influyente informe anual sobre derechos humanos y abogó en su día por declarar genocidio la persecución de los uigures en China, será ahora degradada y fusionada bajo una nueva Oficina de Coordinación de Asistencia Exterior y Asuntos Humanitarios. Ya no tendrá un subsecretario que la supervise, porque se suprimirá el cargo de Subsecretario de Seguridad Civil, Derechos Humanos y Democracia.
Esta eliminación es, según exfuncionarios y analistas, una declaración de intenciones. «El mensaje es claro: los derechos humanos ya no son prioridad», denunció Christopher Le Mon, exsubsecretario adjunto en esa oficina durante la Administración Biden. «Eliminar el cargo más alto del Departamento en materia de derechos humanos es una señal inequívoca de que a esta Casa Blanca le interesan más los acuerdos con autócratas que las libertades fundamentales».
Rubio defiende que esas funciones no desaparecen, sino que se integran en las oficinas regionales, en nombre de un enfoque «maduro» que permita adaptar la diplomacia a los intereses geopolíticos de cada zona. «Vamos a tener que mantener alianzas y asociaciones con países cuyo sistema de gobierno quizá no sea como el nuestro. Y aunque eso no nos guste y desearíamos que fuera diferente, seguimos necesitando relaciones con esos países, porque responden a un propósito geopolítico y sirven al interés nacional de Estados Unidos. De acuerdo con eso, «no podemos aplicar los mismos estándares en Oriente Medio y en Centroamérica», adelantó.
El proyecto afecta al alma misma del Departamento de Estado. Quedan eliminadas también oficinas sobre justicia penal global, operaciones de conflicto, crímenes de guerra o migración. Algunas fueron creadas en respuesta directa a atrocidades como el genocidio de Ruanda o la invasión de Irak. Otras, como la de Refugiados, jugaron un papel clave durante crisis humanitarias recientes. La emblemática agencia de desarrollo exterior USAID, será controlada por las mismas oficinas regionales, que ahora asumirán las competencias en democracia y derechos humanos. Todo ello sin descartar, según borradores internos filtrados por la prensa, el cierre de hasta 24 embajadas y consulados en el extranjero.
La portavoz del Departamento, Tammy Bruce, aseguró que la reforma busca una diplomacia «más ágil» y negó que implique un abandono de los valores. Los antiguos aliados de Rubio en el Senado no parecen convencidos. «Ahora parece haber olvidado por qué importaban esos valores de los que era el más arduo defensor en el Senado», lamentó en las redes sociales Tom Malinowski, exdirector de la oficina eliminada y excongresista demócrata, con el que trabajó frecuentemente para avanzar legislaciones bipartidistas.
Ya en el primer mandato de Trump se ordenó a funcionarios del Departamento de Estado que omitieran en los informes anuales denuncias sobre abusos a mujeres, personas LGTB o corrupción gubernamental. Los cambios actuales podrían formalizar esa censura y añadir los objetivos geopolíticos de contener a China, limitar la migración y cerrar acuerdos con aliados autoritarios.
Ante el peligro de que «cuando América se retira, otros llenan el vacío: China, Rusia o Irán», advirtió la senadora demócrata Jeanne Shaheen, Rubio ironizó en la entrevista con Bari Weiss que «no es que China, Rusia o Irán tengan mucho entusiasmo en promover los derechos humanos en el mundo». El repliegue moral, la suspensión de la ayuda exterior y el debilitamiento institucional del Departamento de Estado desmantela definitivamente el llamado 'soft power', en pro de una nueva era que exige eficiencia, silencio estratégico y menos conciencia.
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