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javier guillenea
Jueves, 2 de enero 2020, 10:31
Son las eternas secundarias de las películas de vaqueros y siempre desempeñan el mismo papel, no hay quien las saque del guion. Están especializadas en dar una imagen de abandono y soledad, fuera de ahí poco más se recuerda de ellas. Pasa una de esas bolas secas y sarmentosas transportada por el viento desde vete a saber dónde y el público ya percibe que el pueblo está en mitad de un secarral donde el único remedio para el aburrimiento es intentar matar al sheriff de un disparo o asomarse tras los visillos para verlo.
Las plantas rodadoras siempre han sido discretas. Pasan como quien no quiere la cosa por detrás del pistolero, que ni se inmuta con su fugaz presencia, y prosiguen su camino hacia otro pueblo desolado. Siempre han sido sinónimo de polvo y olvido, pero algo ha comenzado a cambiar en ellas. Ya no se conforman con ser secundarias, ahora reclaman un papel protagonista.
Los conductores que a las seis y media de la tarde del 31 de diciembre circulaban por la ruta estatal 240 a su paso por West Richland, en el estado de Washington, se las prometían muy felices. Dentro de unas pocas horas cenarían con los suyos y se prepararían para recibir el nuevo año al abrigo del viento, que soplaba con ráfagas de hasta 60 kilómetros por hora, una velocidad elevada pero no especialmente preocupante. No sabían que no llegarían a tiempo para trinchar el pavo.
En cuestión de segundos se vieron envueltos por una marea parda que inmovilizó sus vehículos. Era una ola de miles de grandes plantas rodadoras que llegaban a alcanzar hasta dos metros de altura y engulleron sin esfuerzo a cinco coches y un camión de 18 ruedas. Algunos de sus ocupantes pudieron salir de los automóviles, pero otros se vieron obligados a esperar hasta ser rescatados. Fue necesaria la ayuda del Ejército y el uso de quitanieves para despejar la carretera de aquella masa de plantas resecas acumuladas en pilas que llegaron a alcanzar los nueve metros de altura. No fue tarea fácil: los camiones tenían que avanzar despacio, casi a tientas, para retirar a las invasoras sin causar daño a los vehículos, invisibles entre el ramaje. Poco a poco los prisioneros de las plantas rodadoras fueron recobrando su libertad, pero tuvieron que dar la bienvenida al nuevo año en sus coches.
La autora del desaguisado es la 'salsola tragus', una planta originaria de Rusia que en Estados Unidos se detectó por primera vez en 1880. Apareció en unas tierras de labranza recién cultivadas en Dakota del Sur y veinte años después ya se había extendido por todo el país. Como vegetal no tiene muy buena imagen, su aprovechamiento es nulo y se limita a desprenderse de la raíz a finales de otoño, cuando sus pequeñas flores se llenan de semillas. Impulsado por el viento, el tallo espinoso comienza a avanzar a tumbos mientras se mezcla con otros tallos hasta formar bolas que surcan las llanuras como bisontes en estampida. A su paso van depositando su simiente, que no necesita demasiados lujos para germinar.
A la 'salsola tragus' los botánicos también la llaman estepicursor. En España se la conoce como rodamundos, sorrasca, bola del oeste, cardo ruso, planta rodadora o bruja, entre otros muchos nombres. Vive un año, por lo que no le da tiempo a alcanzar un gran tamaño, pero parece ser que esta limitación ha comenzado a pasar a la historia. Las plantas rodadoras han empezado a crecer.
El pasado mes de agosto investigadores de la universidad estadounidense Riverside publicaron un estudio en el que advirtieron sobre la aparición en California de la 'salsola ryanii', un híbrido gigante que puede superar los dos metros de altura. Según el trabajo, esta enorme planta invasora, descendiente de la 'tragus', está prosperando y aguarda su momento para expandirse más allá de sus fronteras. Los habitantes de Victorville ya han comprobado lo que son capaces de hacer los nuevos colonizadores.
Esta comunidad del alto desierto californiano ya estaba acostumbrada a la visita anual de hordas de intrusos espinosos, pero lo que sucedió e1 17 de abril de 2018 superó todo lo conocido hasta entonces. Ese día fuertes vientos llevaron hasta la ciudad miles de enormes bolas rodantes que se amontonaron contra las paredes de los edificios. Más de un centenar de viviendas de una calle asomada al desierto quedaron sepultadas por las invasoras. Eran enormes ejemplares de 'salsola ryanii', que parecían tener vida propia y llegaban en oleadas sin dar tiempo a los bomberos a retirar los tallos espinosos que se acumulaban en las calles. No hay nada que detenga a las plantas rodadoras. Cada una de ellas puede llevar encima 250.000 semillas, lo que les garantiza altas posibilidades de tener descendencia.
Con el viento. Cada invierno las plantas rodadoras mueren y sus tallos se rompen con una ráfaga de viento. Comienzan así un largo viaje en el que se fusionan con otros tallos y forman bolas que llegan a alcanzar varios metros del altura. A medida que ruedan esparcen esporas o semillas y, en algunos casos, pequeñas partes de la planta.
'Salsola tragus'. La planta, también conocida como estepicursor, proviene de Rusia. Se cree que llegó a Estados Unidos en 1873 o 1874, en un cargamento de linaza contaminado con semillas de la especie invasora y destinado a una granja cerca de la ciudad de Escocia, en Dakota del Sur. En 1959 se detectó por primera vez en Hawai.
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