caroline conejero
Nueva York
Sábado, 26 de diciembre 2020, 15:35
Desde la Sala de Recepción Diplomática de la Casa Blanca, con los adornos de guirnaldas y luces navideñas sobre la chimenea detrás de él, el presidente Trump se dirigió a los estadounidenses en un vídeo la víspera de Nochebuena. El mensaje tradicional en estas fechas de buenos deseos fue sustituido por la amenaza de dinamitar el paquete de alivio del Covid-19, presupuestado en 900.000 millones de dólares, y aprobado por el Congreso.
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Inmediatamente sembró el pánico en Washington y sumió aún más en la angustia a un país que no termina de salir del oscuro túnel de fatalidad de los últimos cuatro años. Poco importa que la mitad de los veinte millones de ciudadanos que dependen del seguro de desempleo puedan perderlo en unos días. Que ocho millones hayan caído en la pobreza desde el verano; que cuarenta millones hayan perdido su trabajo durante la pandemia, y que más de catorce millones se encuentren al borde de ser desahuciados en enero, en medio de una pandemia que se salda diariamente con un promedio de 3.000 vidas.
El vídeo, grabado en secreto, fue orquestado por el jefe de gabinete de la Casa Blanca, Mark Meadows, que lo ocultó a todos menos a un puñado de asistentes. Sin previo aviso, fue lanzado en dos partes: en el primero Trump volvía a declarar falsamente que había ganado las elecciones y en el otro pedía a los legisladores un aumento radical de los pagos directos a los estadounidenses.
Su nueva rutina. No ha realizado un solo acto público en diez días y se dedica a ver la televisión y criticar a su partido
Extraña felicitación. En su mensaje navideño criticó el 'fraude' electoraly amenazó con dinamitar el paquete de ayudas
Desde su derrota ante el demócrata Joe Biden, el líder republicano ha estado encerrado en la Casa Blanca, aislado y rodeado de un círculo cada vez más reducido de ayudantes y aliados, incluidos quienes promueven teorías de conspiración fraudulentas sobre las elecciones. El presidente no ha realizado un sólo acto público en diez días, permanece desinteresado por completo en las tareas de gobierno y pasa el tiempo entre su residencia y el Despacho Oval viendo televisión, criticando a sus colegas republicanos e ideando nuevos desafíos legales inútiles. Solo ha salido para jugar al golf y disfrutar de la Navidad en Florida
A menos de cuatro semanas para el final de su administración, infeliz, más desatado e impredecible que nunca, Trump se asemeja al 'rey loco' en su torre sólo preocupado en encontrar una forma de evitar dejar el cargo. Son días de incertidumbre en la Casa Blanca. En el Ala Oeste predomina la fatiga y la desolación de despachos vacíos a medida que los empleados empiezan a irse a nuevos trabajos. Muchos altos cargos le evitan tratando de no dejarse arrastrar al pantano político. Nadie se atreve a contradecirle, más que nada para evitar que su furia pueda causar mayores daños. El presidente permanece abandonado a merced del pequeño coro de conspiradores que le alientan sus peores impulsos. «Hemos salido ya de Kansas», señala Dorothy mientras se adentra en la Tierra de Oz, escoltada por el espantapájaros sin cerebro, el león sin entereza, y el hombre de lata sin corazón.
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Como salidos de un culebrón, al líder republicano le acompañan la reina de las conspiraciones que insiste en que ha habido un fraude electoral coordinado con comunistas de Venezuela, la abogada Sidney Powell; el exgeneral recientemente perdonado Michael Flynn, que impulsa la ley marcial y la intervención del Ejército; Rudy Giuliani, su abogado personal, con una tarifa de 20.000 dolares al día tratando de exprimir beneficio hasta el último momento. O el apóstol de la destrucción total del Gobierno, Steve Bannon, que en secreto busca un perdón para su actual juicio por corrupción.
Así, sería conveniente manejar la teoría del rey que pierde la cordura a medida que la realidad le devuelve una imagen deformada de su narcisismo patológico para explicar lo que ocurre en estos momentos en los dominios presidenciales. La crueldad quirúrgica que Trump impone en sus acciones, el calculado interés personal que sobrepone a todo, la precisión con que asesta los golpes en el peor momento posible o la victimización de los mas vulnerables lo dicen todo.
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Las intenciones del presidente no escapan a nadie. Ha elevado la presión contra Mitch McConnell y Mike Pence porque no les perdona haber reconocido la victoria de Biden y, de paso, así presiona al límite a los republicanos para conseguir un imposible 'voto de invalidación' contra la certificación del Congreso del triunfo del candidato demócrata en enero. Un 'plante' que el propio McConnell ha ordenado no seguir a su partido y que el vicepresidente Pence tampoco desea presidir en absoluto. El Congreso se halla además al límite para aprobar la ayuda y los presupuestos del Estado antes de que termine el año, con el fin de evitar una nueva crisis en plena transición a la nueva Administración.
El momento es particularmente problemático para su partido, tanto porque lo ha dejado al borde de una ruptura como por la proximidad de la segunda vuelta electoral al Senado en Georgia: dos escaños esenciales que determinarán si los republicanos pueden mantener el control de la Cámara. El juego del presidente, sin embargo, se perfila a más largo alcance pues ya prepara su reinvención después de la presidencia.
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