¿Dónde está Transnistria? ¿es un país real?
Sus fronteras no aparecen en ningún mapa y sus sellos no sirven para llevar las cartas a ningún lugar más allá de esta franja de tierra, anclada en los albores de la década de los noventa
DANIEL vidal
Martes, 28 de septiembre 2021, 09:34
Procedente de los confines de Europa, el equipo de fútbol Sheriff Tiraspol dio un golpe sobre la mesa en su debut en la Liga de Campeones. Esta noche (21:00 h) juega contra el Real Madrid en el grupo D de la Champions. Pero más allá del deporte, su hogar es un nebuloso conglomerado, un enclave separatista pro ruso, la Transnistria.
Para viajar al pasado no hace falta conseguir un DeLorean DMC con condensador de flujo ni subirse a la máquina del tiempo de H. G. Wells. Solo hay que coger un autobús en la estación Gara Centrala de Chisinau, en Moldavia, y hacer el trayecto de menos de una hora hasta la República Moldava Pridnestroviana. Lo mismo el país le suena más por Transnistria, aunque no se culpe si tampoco es así. Sus fronteras no aparecen en ningún mapa y sus sellos no sirven para llevar las cartas a ningún lugar más allá de esta franja de tierra, anclada en los albores de la década de los noventa.
Ocurrió con la disolución de la Unión Soviética, en 1991, y la independencia de Moldavia, un estado remoto entre Rumanía y la hoy comprometida Ucrania. Moldavia estalló en 1992 en una guerra civil promovida por los separatistas de la región del Transdniéster, al este del río Dniéster, que recibieron el apoyo inmediato de los rusos. Tras el conflicto armado, Transnistria se autoproclamó república independiente, como Kosovo, Abjasia, Osetia del Sur o la república armenia de Nagorno Karabaj. Lugares que, como Transnistria, oficialmente no existen. No son reconocidos por la llamada 'comunidad internacional'. Como en otros casos, la situación bélica en Transnistria fue alentada por Moscú, y la OTAN se lavó las manos. Había pocas ganas de tener problemas con Rusia. La historia recuerda mucho a lo sucedido después en Crimea. De hecho, aprovechando que el Dniéster pasa por Ucrania y que Putin está en plan imperialista, el presidente transnistrio, Yevgeny Shevchuk, llegó a pedir la anexión a Rusia.


Transnistria, ciertamente, nunca ha dejado de ser profundamente soviética. Incluso románticamente soviética. Llegar a la frontera, atestada de militares con fusiles y cara de perro, es retroceder 20 años de golpe y entrar en el comunismo más rancio. Una experiencia que supone un doctorado como viajero atemporal. Impactan las estatuas de Lenin por las calles, los tanques en las plazas principales a modo de decoración y las hoces y los martillos por todos lados: en instituciones públicas, en las fachadas, en las gorras de policías y militares.
La seguridad es una realidad. No hay peleas ni violencia en las calles. Las viviendas se dejan abiertas porque no hay miedo a los robos ni a los asaltos y la prostitución no existe (o eso parece). Los ciudadanos de este territorio son hasta puritanos. Cuentan que los fotógrafos de 'Playboy' se fueron con las manos vacías cuando intentaron fichar a jóvenes con el suficiente arrojo para desnudarse. A pesar del dineral que ofrecían a chicas tan espectaculares (y serias) como algunas transnistrias. .
Y tampoco parece que las sonrisas puedan comprarse si no es con dólares o euros. Su moneda, el rublo transnistrio (al cambio, unos diez céntimos de euro), solo tiene validez allí y frente a otras divisas internacionales tiene tanta entidad como un billete de El Palé. Eso sí, una de las ventajas de llevar dos décadas en el olvido es que los precios están por los suelos. Un paquete de tabaco ronda los diez rublos (un euro), más o menos lo mismo que ir al teatro. Comer como un zar no supera los cinco. Los precios en los minisupermercados que pueblan las calles (el único modelo de tienda) no son una minucia para algunos ciudadanos que no cobran más de 200 o 300 euros al mes. Un buen sueldo puede llegar a los 400. La sanidad y la educación, al menos, son gratuitas. Como buen estado comunista.



Al pasaporte le ocurre algo similar a los rublos transnistrios. Es papel mojado y la gran mayoría del medio millón de transnistrios tiene también el documento moldavo para poder salir del país. Aunque siempre hay románticos. En Transnistria no hay más embajadas que las de Abjasia y Osetia del Sur, repúblicas independizadas de Georgia bajo el amparo (también) de Moscú. Por supuesto, solo hay un periódico y un canal de televisión (oficiales) y en el escudo de la república aparecen espigas de trigo y racimos de uva, como si la economía de la zona se sustentara en la agricultura. En la práctica, el país vive del soporte financiero de papá Moscú, aunque tiene cierto músculo en la producción de vodka, girasol, piezas eléctricas y, sobre todo, coñac. Aquí se elabora el famoso Kvint, un exquisito y refinado licor que en Europa puede llegar a costar 40 euros la botella, pero que en Transnistria se vende por poco más de dos. La realidad también dice que el país se nutre de la venta ilegal de armamento (aquí está depositado uno de los mayores arsenales de la extinta Unión Soviética, con más de 14 millones de toneladas de armas), la trata de blancas y el blanqueo de dinero.
No son pocos los que definen Transnistria, además, como un «refugio de mafiosos rusos». Uno de los más señalados es Viktor Gushan, apodado el 'sheriff'. Y no solo por el nombre de su 'holding' empresarial. Se cree que Gushan es la persona que domina toda la región. Sus petrodólares han regado de lujo algunas zonas de Transnistria.
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