La izquierda portuguesas, dividida hasta ahora en tres partidos tradicionalmente irreconciliables, parece que va a aprovechar la mayoría de votos y escaños que le han proporcionado las urnas para formar un Gobierno de corte social comunista. Antes el presidente de la República, Anibal Cavaco Silva, encargará la formación del Gabinete a su correligionario Pedro Passos Coelho, quien como líder de la coalición de centro derecha que ganó las elecciones, aunque sin mayoría absoluta, presentará su candidatura en la Asamblea pero sin posibilidades de ser aprobada.
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La previsión que se maneja en estos momentos es que, siguiendo las normas parlamentarias habituales, entonces el presidente transfiera el encargo al líder socialista, Antonio Costa, segundo partido por el número de escaños, para que lo intente. El presidente portugués cuenta con más poderes que otros jefes de Estado europeos a la hora de adoptar una decisión de esta naturaleza. Tiene capacidad por ejemplo para destituir a un primer ministro -ya ocurrió en alguna ocasión- y para vetar una propuesta de nombramiento de uno nuevo.
Por lo tanto, el atasco institucional que se generó en las recientes elecciones aún no está plenamente despejado y, si Cavaco Silva se negase a abrirle camino a un Gobierno de izquierdas, cosa poco probable, el país estaría abocado a unas nuevas elecciones en un plazo de seis meses. Las primeras impresiones coinciden en que eso no va a ocurrir. Si como se anticipa, Passos Coelho no consigue su propósito, Costa -hasta hace poco alcalde de Lisboa- recibirá el encargo que de partida no deja de ser un caramelo envenenado.
Formar un Gobierno tripartito siempre es difícil e integrarlo por tres fuerzas que hasta ahora se odiaban -el Partido Socialista (PS), el Partido Comunista (PCP) y el Bloco de Esquerda (BE)- era poco menos que inimaginable unos meses atrás. Los tres coincidían en censurar la política de austeridad y recortes drásticos que, siguiendo las instrucciones de la troika, aplicaba el Gobierno de Passos Coelho, pero discrepaban en todo lo demás. Los dos últimos, además, atemorizan a buena parte de la población. El Partido Comunista seguía siendo el último heredero europeo del estalinismo y el Bloco, más dialogante pero al tiempo más radical en sus planteamientos, intenta alinearse con los populismos que en España representa Podemos y en Grecia Syriza.
La posibilidad que a los tres se les ofrece de terminar con la dureza política que tanto censuraban se ha impuesto, por lo que se deduce, a las dificultades que sin duda van a encontrar para ponerse de acuerdo en un programa y, sobre todo, en la forma de ejecutarlo. Por supuesto, sin hablar de nombres, lo cual tampoco resultará fácil. La euforia que despierta entre la izquierda el cambio, soslaya las dificultades argumentando que también el PSP y CDS-PP, los dos partidos de la coalición de derechas que gobierna, se llevaban fatal y, sin embargo, el pragmatismo y la presión europea les llevó a entenderse.
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