El desparpajo de Carlos Espí vale oro

El partido comenzó con un ambiente enrarecido. Apagado, con muchas butacas vacías. Lógico, por el horario intersemanal que impide a muchos trabajadores acudir al Ciutat. El silencio recorría el ambiente y apenas se escuchaban los cánticos de la grada. Pocos aficionados del Málaga desplazados, que tampoco ayudaba. Se adelantó rápido el Levante, que se aprovechó quizá de ese ambiente lúgubre. Pilló al Málaga medio dormido, ejemplo de ello la grave descoordinación de su pareja de centrales, con Monte rompiendo el fuera de juego. La puso con música Andrés García, que encontró el desmarque en el segundo palo de Iván Romero, que colándose a la espalda de Pastor, remató de cabeza a placer y poco pudo hacer ante ello Herrero. No obstante, pese al tempranero gol y la alegría en Orriols, la ventaja duró más bien poco. Tres minutos, para ser exactos. Empató rápido el conjunto boquerón, con un tanto también de cabeza, obra de Larrubia, que se adelantó a todos en el primer palo en una acción similar a la granota, ya que hubo una clara desconexión entre Cabello y Elgezabal. El ritmo del encuentro cambió por completo, rompiéndose el esquema del primer cuarto de hora y abriendo las puertas a más caos. Tras un intercambio de golpes, Larrubia volvió a tener el peligro en sus botas para el Málaga. Finalizó al palo largo una transición, pero la estirada de Andrés Fernández permitió evitar que el balón acabase en el fondo de la red. Poco después tuvo una clarísima Roger Brugué, que falló en la definición tras un magnífico pase en largo de Andrés García. El remate del delantero, cruzado abajo, salió rozando el poste.

Pese al fallo, el Levante no bajó los brazos y encontró petróleo. Giorgi Kochorashvili cedió el balón a Romero, que pivoteando de espaldas ante un defensa, consiguió zafarse y girar en la frontal del área, ingresando en la zona de peligro. Con un sutil remate raso, metió el segundo en su cuenta particular y lo celebró abriéndose de brazos como diciendo:«Aquí estoy». Desde luego, nada que ver la versión que está mostrando el excanterano sevillista —quizá motivado por jugar contra un equipo andaluz—en esta temporada tras su pésima actuación en el curso anterior. Con el 2-1, el viento parecía que soplaba a favor, y por ello Diego Pampín se embarcó en una conducción temeraria que terminó en pérdida de balón en el centro del campo. El Málaga, en dos toques, se plantó en área rival, y Lorenzo resolvió ante Andrés para volver a igualar la contienda. Dos veces se puso por delante el Levante y dos veces se confió en exceso dejándose empatar por un Málaga pragmático y efectivo con las pocas ocasiones que tuvo. Por eso es un equipo que sólo ha perdido un partido y ha empatado diez. Igual no tiene el talento para ganar, pero por lo menos, no pierde porque no hace tonterías y se aprovecha de los errores rivales. Al descanso, la sensación era que el partido podría estar cerrado si el Levante supiera controlar esas ventajas.

Tras el paso por los vestuarios, el Málaga empezó a ralentizar el juego. El empate, fuera de casa, les valía. No se les veía con un especial ímpetu de ir a por la victoria. Y el Levante tampoco sabía como superar la dura defensa blanquiazul. Los cambios de Calero, hombre por hombre, no aportaban nada nuevo. Volvió José Luis Morales, en tiempo récord. Se lesionó del tobillo ante el Ferrol hace menos de una semana y ya está de vuelta jugando, cuando se temía una baja de un mes. El Comandante, desafiando a los partes médicos, salió como revulsivo, aunque no se le vio especialmente ágil ni rápido, quizá todavía con ese miedo a una recaída. Falló un mano a mano ante Herrero -todo sea dicho, uno de los mejores porteros de la categoría-, de esos que el Morales de antes no perdonaba.

No obstante, el cambio que sí funcionó fue el arriesgado. Quitar a un pivote como Oriol Rey y meter a un delantero como Carlos Espí da sus frutos. El joven ariete fue el más listo de la clase en una jugada muy difícil de explicar con palabras. Carlos Álvarez llegó a línea de fondo, puso un pase atrás, la defensa del Málaga intentó despejar y no pudo, varios jugadores empezaron a perseguir el balón como si un partido de querubines se tratara, y Espí, casi sin querer, la empujó hacia dentro de la portería. Un gol feo, pero igual de válido que cualquier otro. Y valió tres puntos. Ya en el añadido, con el Málaga volcado a la desesperada, Algobia sentenció cazando un balón rechazado en el área.