Javier Calleja regresaba a la que fue su casa durante 16 meses, hasta que fue destituido por los malos resultados. Su retorno, para más inri, se produjo sólo unos días después de que trascendiera la denuncia que ha presentado al Levante por el impago del finiquito. En su día le costó conectar con la afición granota. Algo que este domingo quedó patente con la sonora pitada que le dedicó la grada del Ciutat al escucharse su nombre por megafonía. Unos silbidos que no entendió pero a los que quitó hierro tras el choque. «No creo que los merezca, pero es tan bonito lo que viví aquí que no me preocupa», afirmó. El actual preparador del Oviedo conoce bien a la plantilla azulgrana y dio con la tecla. Tejió un entramado defensivo en el que se enredaron Carlos Álvarez y compañía. Por primera vez en toda la temporada, los de Julián Calero se quedaron sin marcar. Un empate que puede saber a poco en casa, ya que la hinchada confiaba en una segunda victoria consecutiva después del recital ante el Almería. No pudo ser.
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El Levante necesitaba la victoria para conservar el liderato después de los triunfos obtenidos por el Huesca y el Racing de Santander. El conjunto cántabro, que pasa a encabezar la tabla, es precisamente el próximo rival. Los de Calero caen a la tercera plaza. «No permito un gramo de pesimismo», advirtió el técnico madrileño después de las tablas.
El Oviedo de Calleja apagó la fiesta granota. Posesión de balón igualada y sólo un disparo entre los tres palos por parte de cada equipo. El Levante protagonizó un primer cuarto de hora arrollador, pero no supo aprovecharlo. Aunque continuó generando más sensación de peligro que su rival, se diluyó en los metros finales. Faltó clarividencia.
La nota positiva, la solidez defensiva mostrada. La zaga, con tres canteranos como titulares, dejó la portería a cero por segunda vez en lo que va de curso. Y exhibió esa deseada contundencia en el balón parado, que se presentaba como una asignatura pendiente para los de Calero.
Era una cita jugosa. No sólo por la envergadura del rival, sino por el morbo que generaba el reencuentro con Calleja. Ingredientes que podían llevar al ahora técnico del Oviedo a afrontar el duelo con una motivación especial. Con ganas de reivindicarse.
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El Levante arrancó enchufadísimo. A los dos minutos, Morales estuvo a escasos centímetros de ver portería por tercera jornada consecutiva. Pablo Martínez condujo el balón en solitario hasta llegar a la cocina para ponerlo en bandeja al Comandante, quien falló lo que nunca falla. A bocajarro, no llegó a conectar con el esférico.
Los azulgrana entraron en el encuentro arrinconando al Oviedo, con constantes ofensivas por la banda derecha, donde Andrés García y Carlos Álvarez se comportan como dos niños haciendo travesuras.
Y muy cerca de esta pareja, siempre está él: Giorgi Kochorashvili. El georgiano, desde el trabajo y la discreción, se ha convertido en un centrocampista total. De esos que enamoran a los entrenadores porque pueden desempeñar cualquier rol en la medular. Abarca terreno, muerde, tiene potencia y mira a la portería contraria.
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Kochorashvili trataba de sorprender llegando desde la segunda línea, pero faltaba definir bien. El primer cuarto de hora fue prácticamente un monólogo granota, aunque no quedó reflejado en el marcador. Calero confiaba en no arrepentirse al final del encuentro.
El Levante, en cualquier caso, estaba bien plantado. Sin fisuras. Sin conceder espacios. Con Oriol Rey ejerciendo de «equilibrista», tal y como le define Calero. El técnico está exprimiendo al catalán, quien ha dado un paso adelante para lograr la continuidad de la que careció la pasada campaña. Los azulgrana estaban bien ordenados, atando en corto a un mago como Santi Cazorla. El mediapunta asturiano, cerca de los 40 años, volvió la pasada temporada a casa con el romántico sueño de devolver al Oviedo a Primera antes de colgar las botas.
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Otro veterano como Andrés Fernández estaba pasando desapercibido... Hasta que Sebas Moyano, con una misil ajustadísimo al poste, obligó al arquero granota a estirarse como un chicle. Una de las paradas de la jornada. Las fuerzas se fueron igualando con el paso de los minutos. El juego del Levante se tornaba más espeso, aunque apenas sufría. A Carlos Álvarez le iba costando aparecer. Los futbolistas del Oviedo no le perdían de vista. El conunto carbayón trataba de soltarse. Y Alemao, con su poderío físico, se presentaba como la principal amenaza. El delantero brasileño, en estado de gracia tras marcar en las dos anteriores jornadas, se había propuesto prolongar su particular racha,
Tras recargar las pilas en los vestuarios, el Levante dio otro arreón. Nuevamente, infructuoso. Una galopada de Morales fue suficiente para desmontar a la zaga del Oviedo y acariciar el gol con una virguería de Brugui. Cuestión de milímetros. Otra vez. Había que insistir.
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El partido se tornó más denso. Faltaba algo de profundidad por la banda izquierda a pesar de que el canterano Marcos Navarro cumplió con creces para cubrir la baja de Pampín. El Levante se replegaba a la perfección, pero había que hacer daño. Y a Fabrício, calentando en la banda, se le ponían los dientes largos. Y entonces, a falta de media hora para el final, Calero introdujo un triple cambio. El brasileño, Iván Romero e Iborra entraban en lugar de Morales, Brugui y Oriol Rey.
Fabrício, ya recuperado de su tercera lesión muscular en diez meses, disfrutó de sus primeros minutos de la temporada, pero acusó la falta de ritmo. El brasileño, explosivo por naturaleza, todavía debe recobrar la chispa que le caracteriza. Partido sin gol. Calero tropezó con Calleja.
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