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Agustín Santateresa Dolz entró en las páginas doradas de la historia del Levante conocido por su segundo apellido. Pero también por ese cántico que nació en honor a sus medidos centros desde la banda derecha. Tenía un guante en el pie. Y la grada, cuando ansiaba una de sus asistencias, lanzaba a los cuatro vientos un lema que quedó grabado para siempre: «¡Bombeja Agustinet!». Y de esa forma llegó el pase de gol que decidió la final de la Copa de la República el 18 de julio de 1937. El pasado sábado, en casa de su hijo, también llamado Agustín, no fue un día cualquiera. Fue una jornada señalada en rojo porque, sobre las dos de la tarde, la Federación Española reconoció por fin aquel título logrado por el conjunto granota en medio de la guerra civil. Una oficialidad que emocionó a los familiares de aquellos futbolistas que saltaron al césped del Estadio de Sarrià en busca del trofeo y desafiando a las circunstancias. Ahora, después de años de insistencia, ese título cobra el sentido que merecía.
Agustín, el hijo de Dolz, guarda en su casa imágenes que les ayudan a mantener vivo el recuerdo de una carrera deportiva de leyenda. A sus 77 años, se le iluminan los ojos cuando repasa el legado deportivo de su padre y el calvario del conflicto bélico. Celebra con emoción que la Copa de la República, el único título de la centenaria historia del Levante, por fin haya sido validada por la Federación Española.
«Siento un orgullo muy grande. Para mí es un logro muy importante, una satisfacción. Si mi padre viviera, para él habría sido la mejor noticia que le podrían haber dado a lo largo de toda su historia deportiva», afirma Agustín mientras acaricia fotografías cargadas de sentimiento. Aquel trofeo resultó singular por las consecuencias de la guerra civil, ya que sólo pudieron participar conjuntos valencianos y catalanes.
«A lo que se logró en aquella época nunca se le ha dado la importancia que tenía. Sí que tiene valor, aunque la Copa estaba un poco descafeinada porque no entraron la cantidad de equipos que debía haber entrado», comenta el hijo de Dolz. Y sigue preguntándose los motivos por los que aquel trofeo cayó en el olvido. A finales de los años 90, comenzó la reivindicación que ahora ha obtenido su premio. El expresidente Ramón Victoria, Emilio Nadal y la peña Tòtil mostraron el camino.
Con su progenitor habló muchísimo de fútbol, de su carrera, pero no lo hizo sobre aquel título: «No me explico por qué ha estado tan abandonado ese tema durante tanto tiempo. Es un tema que mi padre nunca me ha comentado. Cuando empezó a moverse es cuando uno se hace una idea de lo que se ha conseguido».
En la final de Copa, en el minuto 78, Dolz asistió a Nieto: «Tenía mucha facilidad a la hora de centrar balones. Daba el centro tan medido a la cabeza del compañero que los delanteros marcaban un montón de goles. Como eso se repetía, llegaron a sacar la frase de 'Bombeja Agustinet'».
Dolz, nacido en el Cabanyal, entró en el Levante con 16 años y colgó las botas con 37. Nunca cambió de colores y lució el brazalete de capitán: «Llegó hasta Segunda. Tenía la técnica que se necesitaba para jugar en esas categorías, pero se distinguió por su fuerza, empuje, garra, amor propio... Hubo muchísimos equipos que tentaron a mi padre para llevárselo. Pero él dijo que no, que estaba en su casa. El público lo tenía como un Dios».
En 1935, dos años antes de proclamarse campeones, el Levante ya brilló en la Copa de la República: «En los cuartos de final eliminaron al Barcelona en tres partidos. Jugaron primero en Barcelona y empataron a dos y luego en el Camino Hondo del Grao empataron también (1-1). Mi padre me contaba muchas veces que después de empatar el segundo partido, que fue un domingo, se fueron a cenar para celebrar que no les habían eliminado. Y se fueron a cenar los amigos y se les hizo un poco tarde... Lo normal. Y al día siguiente a las ocho de la mañana llamaron a todos diciéndoles que tenían que coger el autocar para irse a Zaragoza a jugar el desempate. Lo jugaron el martes porque las fechas apremiaban». Sin tiempo para respirar: «Se pasaron todo el lunes de viaje, con las comodidades que había entonces. El domingo la fiesta, todo el lunes de viaje y el martes a jugar. Hechos polvo. Pues 3-0 ganaron al Barcelona. Y por esa eliminatoria les dieron a cada uno de prima 25 pesetas. Que entonces era dinero». Tras retirarse, siguió vinculado a la entidad como ayudante técnico, entrenador y delegado: «Hasta los 64 años, cuando falleció, estuvo al servicio del club».
La guerra civil estalló cuando Dolz tenía 21 años. Y le tocó acudir a la batalla de Teruel como soldado del ejército republicano: «Estaba sin entrenar, con la comida de un campamento... Pero seguía en activo y jugando. Entonces los directivos del Levante subían a por él con un coche y lo bajaban para que jugara. Y cuando acababa el partido, lo volvían a subir».
Hubo un momento crítico. «En plena guerra, una noche, en una tienda de campaña, había ocho o diez que dormían allí... Y entró una bala y al que estaba junto a él le atravesó el cuello y se lo cargó. Mi padre siempre decía: 'Yo estoy aquí de milagro'», rememora. Posteriormente, pasó una larga temporada en un campo de concentración: «Estuvo prisionero durante mucho tiempo. En total, estuvo cerca de dos años fuera».
Su salida del campo de concentración revolucionó el Cabanyal: «Lo liberaron a base de muchas gestiones, muchas cartas, muchas amistades, muchas recomendaciones... Las personalidades más relevantes que entonces encabezaban la junta directiva del Levante fueron las que procuraron buscar gente para que consiguiera liberarlo. Estaba allí trabajando con el pico y la pala y pasando hambre. Cuando lo liberaron, el recibimiento fue una fiesta por todo lo alto». El fútbol le esperaba.
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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