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José Molins
Lunes, 23 de febrero 2015, 18:58
El fútbol a veces es ingrato, cruel, injusto. Pero otras absolutamente maravilloso. Anoche Orriols pasó de la tragedia a la euforia más absoluta en sólo cinco minutos, los que le bastaron al Levante para completar una remontada mágica, derrotar al Granada y aferrarse a una permanencia que se estaba escapando. El gol definitivo de Barral, épico y heroico, provocó una piña de todos los futbolistas que debe resultar clave para enchufar al equipo granota en esta decisiva recta final de la temporada. El 'Sí se puede' del Ciutat en medio de una inyección histórica de alegría debe marcar el punto de inflexión para que el equipo se conecte a la salvación.
más levante ud
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Y es que el partido tuvo de todo. A pesar de la trascendencia del encuentro, el Levante empezó frío, le costó meterse en el partido. Así, el Granada comenzó mandando y con una ocasión muy clara. El Arabi perdonó a bocajarro ante Mariño, que se quitó de encima el remate del delantero, al que la defensa había dejado rematar solo tras una falta lateral. Los nervios y la ansiedad se podían cortar sobre el césped. No era para menos, había mucho en juego. Y quizá por eso al conjunto granota le temblaba el pulso en la defensa con las acciones a balón parado. Tampoco supo defender la segunda y le costó caro. El envío de Márquez lo prolongó El Arabi y Camarasa cortó la pelota con la mano. Penalti tan claro como innecesario. El delantero nazarí no perdonó y puso muy cuesta arriba la noche.
El Levante no despertaba. Le podía la presión, la ansiedad. Barral, que había estado listo para robarle el balón a Foulquier y plantarse solo en el área (aunque Babin interceptó su pase a Uche) se jugó una pronta expulsión con una patada a Mainz. El equipo de Alcaraz no carburaba. Ni Morales ni Xumetra aparecían desde las bandas, mientras que Diop y Camarasa, ambos sin confianza, no se imponían en el centro del campo. Hasta se estorbaban el uno al otro, no se complementaban bien. El único recurso eran los balones largos desde la defensa para la pelea de los dos delanteros. Y tampoco surtía efecto. De esa forma, Abel Resino podía haberse puesto los guantes de nuevo y hubiera batido otra vez su archiconocido récord de imbatibilidad.
En nada se parecía el equipo granota al que arrolló al Málaga. Y no era precisamente la noche para venirse abajo mentalmente, con media temporada en juego. El gol había sido un regalo demasiado generoso para un Granada que ante su incapacidad anotadora (el menos goleador de la Liga) había encontrado oro y veía desesperarse a su rival. Los azulgrana no hallaban su sitio en el campo, estaban perdidos y sin confianza e incluso llegaban tarde a los balones divididos, lo que provocó alguna que otra entrada dura.
Morales y Barral intentaban dar algo de presencia al equipo en el área rival y canalizar ese estéril dominio azulgrana, pero ningún ataque se concretaba con disparos a puerta. Únicamente Camarasa se atrevió, muy escorado, a poner a prueba a Oier. No había ideas ni combinaciones atractivas en zona de tres cuartos. Uche apenas recibía balones y no estaba tan predispuesto a asociarse entre líneas como se vio contra el Málaga. Y todo ello creaba un cóctel de desesperación, de quiero y no puedo que provocó silbidos en la grada al descanso.
El Levante aumentó la velocidad en la segunda parte pero seguía con la misma carencia de alternativas ofensivas. Por eso Alcaraz se la jugó pronto y revolucionó las bandas con la entrada de Rubén y Jason por Morales y Xumetra, que no habían tenido su noche. Sólo con el empuje del equipo y la calidad de los dos canteranos, las ocasiones tenían que llegar. Pero el tiempo se acababa. El equipo granota estaba volcado y el Granada atrincherado, por momentos con todos sus jugadores en el área. Era complicado encontrar un hueco por donde entrar, los de Abel se defendían bien y no tenían errores.
Pero el conjunto levantinista confundía velocidad con precipitación y su juego era demasiado atropellado, con pases demasiado largos que casi siempre se perdían y ausencia de buenas triangulaciones. Uche seguía desaparecido. Y Barral ofrecía muy poco, hasta que en una arrancada provocó la tarjeta roja de Colunga, en la que se excedió demasiado el árbitro. Inmediatamente Alcaraz se la jugó por completo. Había que quemar todas las naves. Retiró a Navarro y sacó a Víctor Casadesús para jugar con tres delanteros, aunque con Uche ahora un poco más retrasado. Era todo o nada.
Camarasa ayudaba en defensa pero El Arabi pudo sentenciar en un contragolpe con el Levante volcado. Mariño hizo la parada de la noche para evitar el 0-2. Quedaban quince minutos para dejarse el alma, por lo menos para un empate que, visto lo visto, era también muy importante. Pero la tensión enloqueció el encuentro y al árbitro, que se erigió en protagonista con una doble expulsión a Ramis y El Arabi por un absurdo rifirrafe entre ambos. Diez contra nueve y el Levante se quedaba sin defensas.
Le podía el miedo al conjunto azulgrana. No acertaba a disparar a puerta y se perdía en incontables centros laterales fáciles para el Granada. Una triste exhibición de incapacidad ofensiva que dejaba al equipo al borde del precipicio. Hasta que Oier devolvió el regalo en el mejor momento. Su inexplicable salida en falso le dejó vendido ante el despeje del defensa y la volea rasa de Camarasa aprovechando la portería vacía significó el ansiado empate. Quedaba tiempo incluso para ganar, el Ciutat creía en la remontada. Y así fue. Barral recibió solo en el área y tuvo templanza para cruzar el balón al otro palo. Tres puntos de oro, a uno de la salvación, golaveraje particular ganado y la moral por las nubes.
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