J. CARLOS VALLDECABRES
Martes, 21 de diciembre 2021, 00:11
valencia. La euforia para el Valencia es la tragedia para el Levante. El derbi no ha dejado indiferente a nadie. El quinto zarpazo consecutivo del equipo de Bordalás -contando los dos de Copa- les afianza en la séptima plaza y, lo que es más importante, ... a tan sólo dos puntos de la Champions, algo que semanas atrás parecía casi inimaginable y sobre todo palabra prohibidísima en el guión blanquinegro, que no se atrevía a pronunciar ni la Europa League como objeto de deseo. Encima, por aquello del capricho de Tebas de meterle al Valencia un partido el viernes de nochevieja, se puede dar la circunstancia de que los blanquinegros podrían terminar este extraño 2021 en puestos de Liga de Campeones. Ver para creer. Para ello no tendría que ganar el Atlético este miércoles al Granada ese partido aplazado que todavía tiene pendiente, y el Valencia debería quedarse con los tres puntos en Mestalla frente al Espanyol de Rufete y Vicente Moreno.
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Las cuentas empiezan a ponerse de cara para un equipo que mira de reojo la cuarta plaza cuando hace apenas tres jornadas era undécimo ofreciendo bastantes más dudas que juego y resultados. El Valencia carbura a un ritmo vertiginoso y le da igual que esté o no su entrenador en el banquillo o que la enfermería esté repleta. La transformación es tal que hasta Diakhaby se está convirtiendo poco menos que en un titán en la defensa. Ya, hasta se le perdona esa facilidad innata que parece tener para cometer penalti, incluso cuando ni de lejos pretende hacerlo. Lleva ya siete desde que es valencianista.
Nada que ver este crecimiento colectivo con el hundimiento generalizado que está experimentando el Levante, capaz de ilusionar en la primera mitad y de amargar la existencia en la segunda. El Ciutat pasó del todo a la nada y lo que parecía una fiesta se convirtió luego en un suplicio. Es tal el desánimo generalizado que la grada muestra ya su hastío de manera descarada y por primera vez se ven situaciones que hasta ahora nunca se habían dado. La Grada de Animación, por ejemplo, le dedicó a Quico Catalán su tiempo. «¡Quico vete ya!» fue coreado por los aficionados, situación que vive a diario su compañero de fila en el palco (Anil Murthy) en Mestalla pero por otros motivos. En Orriols el cansancio es por los 18 partidos de esta temporada consecutivos sin ganar y la junta de accionistas de mañana se le puede volver más tensionada de lo que creen los consejeros.
Hasta los valencianistas que fueron le cantaron el '¡Quico sube las entradas!', por la polémica de precios que se ha vivido.
Ya se sabe que hay partido con más carga de adrenalina que otros. El de ayer estuvo sobredimensionado en algunos momentos. Por eso hubo gestos que no pasaron desapercibidos. Soler, por ejemplo, se llevó la mano a la oreja cuando marcó el penalti, quizás porque desde la grada le estaba diciendo de todo. No obstante, el propio Soler desaprobaría con gestos ya con el encuentro finalizado los cánticos de 'a Segunda' que, dedicados al Levante, entonaban los aficionados valencianistas presentes en el estadio.
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Fue un final un tanto áspero en algunos momentos. Racic, por ejemplo, se pasó de la raya dos veces. Ya cuando fue sustituido, y de no haber sido por Bordalás, hubiera alterado los ánimos de la afición que estaba justo detrás del banquillo, cuando se dirigió a ellos señalándose el escudo de manera tan rabiosa. Bordalás habló de él después y el problema es que el serbio vio dos amarillas y por lo tanto será baja para ese partido contra el Espanyol.
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