Las chicharras reventaban de rabia esta mañana. O quizá era de alegría, no lo sé. En realidad no cantan: estridulan, y con ese sonido infernal los machos pretenden atraer a las hembras, que allá ellas. El calor tiene esta banda sonora. Aunque han avisado ya que en las próximas horas remitirá…un poquito. Que estamos en verano y lo que nos puede pasar es una tormenta de granizo. Que refrescar no refresca, pero sí puede hacer maldad si nos descuidamos.
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Lo que da mucho miedo con este viento tan cálido que estamos teniendo -que una piensa si no se podría hornear pan en la terraza- son los incendios, sobre todo cuando media España anda ardiendo. Aquí de momento los conatos han sido pocos y pequeños, como lo sucedido en la Vall d'Alcalà o los puntos que hubo en la entrada de Dénia hace unos días. Y que siga así. Por favor que siga así y no pase nada más, que creo que es la oración que llevamos todos en el pecho.
La primavera fue espantosa en cuanto a lluvias y se perdió la valiosa cosecha de cerezas en les Valls. Nos quejábamos -me incluyo- de que no veíamos ni un rayito de sol de la misma forma en que nos quejamos ahora -me vuelvo a incluir- de que sale y que nos quema. Pero es que en verano hace calor y, por eso, los hombres del campo ajustaban sus horarios a las estaciones y si tenían que faenar a las cinco en vez de a las ocho, lo hacían.
Claro que la vida se ve mejor desde la comodidad del aire acondicionado de un despacho. O incluso bajo la sombrilla de una playa a pie de mar. Pero luego querremos ir al mercado a comprar productos frescos y esos productos están siendo amenazados por las altas temperaturas. Así que esperemos que pasen pronto o deberemos amoldarnos. El asunto es que si bien como especie destacamos por saber adaptarnos, como sociedad nos dan repelús todos aquellos cambios que puedan suponernos la más mínima incomodidad aunque esta sea imaginaria.
Miren qué rápidamente hemos cambiado las llamadas telefónicas por los mensajes de texto y qué rápido los estamos cambiando también por las notas de voz, total por no escribir. Pero en cambio me imagino lo que nos costaría adaptar nuestros horarios a las vicisitudes climáticas, como por otra parte han hecho, de siempre, especies como las chicharras que hoy estridulaban.
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