Es sobrecogedora la fotografía que ha publicado Tino Calvo de ese muro derrotado en la playa de Las Marinas de Dénia. Encoge el corazón verla, como si ese mar atacando la tierra quisiera herir nuestra insignificancia. Envuelta en lluvia la puerta, como si los cielos supieran y lloraran lo que está perdiendo la tierra.
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Después de una lucha titánica del vecino contra la administración y la tozudería, esa imagen es viento congelado y tristeza.
Sobre las piedras, sobre las rejas que ya nada protegen, el mar y la lluvia. En cada rendija, en cada grieta, en cada pequeño escondrijo. Arreciando con fuerza y suavemente y con fuerza de nuevo. Como si no hubiera destruido nada en años y lo hubiera hecho ayer. Como siempre y como nunca.
Llueve hoy para calarnos a todos, aferrados a paraguas quebradizos y promesas ligeras. A ratos llueve con furia y a ratos -con amor- llueve también para la tierra seca.
Las ráfagas de aire ladean la lluvia y la enderezan y la tuercen de nuevo. Y el mar, con semejantes aliados, ha vencido a la piedra y a la parálisis y a la idiotez del zapato en moqueta.
No ha habido un palmo de acera sin su llovida. Y la imagen de esta marina, seca el alma y humedece los ojos.
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