Tenemos ganas de vivir. Puede que no todos, pero muchos sí las tenemos. Y las ganas de vivir no se limitan a ganas de respirar. Son ganas de estar con otros, de hacer cosas, de salir de casa.
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Todo, al final, es una cuestión de perspectivas. Sabemos que la juventud de hoy en día es mal educada, desprecia la autoridad y no respeta a sus mayores. Y si quien dijo esto hace ya algo más de dos milenios hubiera vivido en esta época, habría añadido “y se van de botellón”.
¿Y qué esperábamos? ¿Acaso no vimos lo que sucedió en otras ciudades del mundo en cuanto se levantó el estado de alarma y el toque de queda? ¿Acaso no sabíamos todos que en cuanto nos devolvieran un rayito de libertad allá que íbamos a ir a abrazarla? No todos, claro. Se ve que hay a quien le ha pillado por sorpresa lo acontecido este fin de semana en algunas playas de Dénia y Xàbia y a saber en cuántos lugares más. A otros, me imagino que lo que les ha sorprendido es que la gente quiera ser libre a su manera, incluso si esa forma de ser libre no encaja en según qué esquemas.
No voy a justificar aquí ni el botellón ni el vandalismo. Pero ¿no hubiera sido mejor permitir la apertura normalizada de los locales de ocio nocturno? Allí se hubieran hecho cumplir estas normas que aún tenemos de forma estricta, al menos muchísimo más que en un botellón cualquiera. Y no solo eso, es que según nuestras ordenanzas municipales, al menos en Dénia, beber en la vía pública, así porque sí, está prohibido.
Pero cuando no ofrecemos opciones ni alternativas ¿qué esperamos que suceda?
¿Estás diciendo que con la apertura del ocio nocturno se evitaría el botellón? Claro que no. Las cosas no son nunca tan sencillas y soy la primera en desconfiar de quien vende soluciones simples para problemas complejos.
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Lo que estoy diciendo son dos cosas. La primera: abran definitivamente el ocio nocturno, que ya es hora. La segunda: sabiendo como sabían que iba a haber botellones el primer fin de semana sin toque de queda, ¿cómo nos ha podido coger por sorpresa? Las patronales del sector ya advirtieron que esto podría pasar, y así ha sido.
Cada generación reniega de la que le sigue. Acaso es que hemos olvidado que alguna vez fuimos nosotros mismos esos jóvenes. Acaso podamos protestar: “pero yo no destrozaba, pero nos divertíamos sin hacer daño, pero no salíamos de botellón”. Eso ya lo decía Sócrates, y nada ha cambiado desde entonces.
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