Aemet confirma el regreso de las lluvias a la Comunitat y activa dos avisos amarillos

El otoño trae consigo una sucesión de ritos que no siempre fueron iguales pero que poco a poco han ido infiltrándose por todos los rincones de la vida. Somos seres protocolarios. Nos gustan las cosas que tienen un guión por mucho que gritemos a los cuatro vientos que somos devotos de la espontaneidad, del «pensat i fet». Lo uno no quita lo otro.

Publicidad

Así, comienza la estación desde que tengo memoria con la celebración del 9 d'Octubre. Probablemente no se celebraba hasta hace unas cuantas décadas o no se sabía muy bien cómo había de celebrarse, pero ahora ya tiene más o menos su ritual institucional y sus reinterpretaciones. Seguimos al 12 de octubre, que este sí suele traer más polémica, y también eso forma parte del ritual.

Y luego nos vamos, ya de lleno, al 1 de noviembre, a Tots Sants. Con la feria y el estrenar abrigo para ir a los cementerios, esto se convertía en una especie de liturgia que en mi caso solía acabar con algún refrigerio con toda la familia, muchas veces en el Ramis de Ondara. No nos dábamos cuenta entonces de todo el jaleo que suponía el arreglar tumbas, encargar flores, ir al camposanto antes, después. Eran días de noria, de probarte ropa, de comer churros y de ir entrando ya en las clases por la mañana y por la tarde.

Solía extrañarme el enfado que cogía a veces mi abuela por unos nichos de no-sé-ni-dónde, con nombres de gente que ni me sonaban y tampoco eran parientes directos. No lo entendía. Pero comencé a darme cuenta de que con las cosas de los muertos no se puede ir jugando así sin más, impasiblemente. No al menos mientras haya vivos que los recuerden.

¿Por qué enterramos a nuestros difuntos? Ya sé que hay quien prefiere la incineración, que la industria ha desarrollado formas muy imaginativas para conservar los restos como convertirlos en diamantes, e incluso se habla ya de las cremaciones verdes o de las inhumaciones en ataúdes orgánicos. Hay culturas que optan por otras soluciones más o menos espirituales y llevan a cabo sus propios ritos. Lo hacemos desde la prehistoria. Los primeros humanos ya lo hacían y es posible que sea uno de nuestros primeros actos culturales.

Publicidad

Habrá que pensar que hay algo intrínseco en nosotros que hace que demos importancia tanto a los ritos en sí como a aquellos lugares en donde los llevamos a cabo, lo que incluye, obviamente, a los cementerios.

Quizá por eso no me sorprende en absoluto el jaleo que se ha montado en El Verger cuando el Ayuntamiento ha dado a conocer sus planes para 319 nichos alojados en la parte más antigua del cementerio, que al parecer deberían haber sido rehabilitados pero que ahora serán derribados. Tal vez, no digo que no, esa sea la decisión más sensata, pero es que esto no va de raciocinio, va de sentimientos arraigados en el alma humana.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad