Sentir miedo es normal. El miedo es lo que nos ha llevado a ser lo que somos: una especie adaptada y adaptable. El miedo nos mantiene con vida. Gracias al miedo, nuestro organismo genera un cóctel de hormonas que aumenta de forma inmediata nuestra energía y nos prepara para la lucha o para la huida. El corazón late más rápido. El sistema digestivo se inhibe. Respiramos más deprisa. Los músculos se tensan.
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Nuestro cuerpo, bendito sea, reacciona ante el miedo de igual manera con independencia de nuestras circunstancias.
Hay veces que el miedo puede resultar placentero: un libro de terror, una película de zombis, una montaña rusa…. Pero aquí intervienen otros factores y, en el fondo, nos sabemos a salvo.
Hay otro tipo de miedo, el peor. Es miedo a una amenaza que nos es desconocida. A lo invisible. A lo que nos dicen que debemos temer. A lo que imaginamos que sucederá si no hacemos esto o si por el contrario lo hacemos.
Este último es el miedo que nos está siendo inoculado casi las 24 horas del día, desde hace más de un año. Un miedo sustentado en cifras, en partes diarios, en familiares y amigos a los que hemos visto morir o sufrir en esta pandemia. Un miedo que en sí mismo tiene unas consecuencias terribles que aún no somos capaces de calibrar. Habrá síntomas mentales, como la depresión y la ansiedad. Y síntomas físicos: insomnio, caída del cabello, dolor abdominal… Ni siquiera los médicos se ponen de acuerdo en ello, y es normal. Bastante tienen, como el resto de sanitarios, con todo lo que han visto y vivido desde marzo del pasado año.
El miedo, lo que nos mantiene vivos, puede llegar a acabar con nosotros.
Esta semana, con el fin del estado de alarma, se han abierto los cierres perimetrales. Es de esperar que tras meses sin vernos las caras, muchas personas de fuera de la Comunitat Valenciana vengan aquí el viernes. O que nosotros vayamos fuera. Se nos llenarán Dénia, y Calp, y Xàbia, y Moraira, y más pueblos, de toda esa gente que nos quiere y adora nuestra tierra.
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Por mi parte, bienvenidos sean. Porque si no han venido hasta ahora, es porque han cumplido las normas, y si cumplen las normas, con mascarillas y demás, no veo por qué ha de ser esto diferente.
Yo también siento miedo, es la verdad. Por eso muchas veces, apago la tele, cierro las redes y me abro un libro o me bajo a la calle a dar un paseo. Y alivia la cabeza apartarse por un rato de todas las fuentes de donde proviene nuestro miedo. Prudencia, sí. Pero no más miedo.
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