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Nicolás Van Looy
Benidorm
Jueves, 12 de mayo 2022
El 15 de mayo de 1922 la historia de Benidorm y, con ella, la del turismo en España y Europa cambió para siempre, aunque ese día nadie lo sabía ni lo podía predecir. Ese día nació Pedro Zaragoza Orts, el que años más tarde se convertiría en el alcalde que culminó la transformación de aquel pueblo marinero –que no pescador, como matizan siempre los oriundos de la hoy ciudad– en una potencia turística de primer nivel.
El próximo domingo se cumplirá el centenario del nacimiento del gran 'hacedor' del turismo moderno en Benidorm, la Costa Blanca, España y el Viejo Continente y, para conmemorar a uno de sus hijos más influyentes, el Ayuntamiento de la ciudad ha declarado este 2022 como el 'Año Pedro Zaragoza Orts'.
Durante los próximos doce meses su pueblo celebrará su figura de quien fuera nombrado hijo predilecto y cuya labor fue «clave para la configuración del Benidorm moderno, fundamentalmente en los ámbitos turísticos y urbanísticos».
Fallecido el 1 de abril de 2008 a los 85 años, Pedro Zaragoza fue, además de alcalde de su pueblo entre 1950 y 1967, Presidente de la Diputación Provincial de Alicante (1966-1970) y procurador en Cortes en tres periodos distintos (1961-1964, 1967-1970 y 1971-1977) y recibió la medalla de oro al Mérito Turístico en 1975.
Fue un hombre, como seguramente lo sean todos los seres humanos, lleno de contradicciones. Profundamente tradicional en sus convicciones, abanderó la llegada del bikini a España. Defensor a ultranza de la figura de Francisco Franco («su único defecto es que era monárquico y yo soy republicano», llegó a decir), incluso cuando, llegada la democracia, aquel posicionamiento ya no tenía cabida en el marco político; siempre se preocupó de que en su Benidorm natal nadie sufriera represalias por su ideología política. «Incluso me acusaron de separatista por hacer un pregón en valenciano en los años setenta», confesó en una entrevista. Pero sobre todas las cosas, Pedro Zaragoza fue un visionario. El hombre que Benidorm necesitaba y que apareció en el momento en el que más falta hacía.
A mediados del siglo pasado, la almadraba era una actividad en claro declive económico. Benidorm perdió la suya y los arráeces del pueblo, otrora codiciados en todo el Mediterráneo, ya no encontraban trabajo tan fácilmente. Mientras, el turismo comenzaba a mostrar todo su potencial más allá de los Pirineos y eso, en un municipio con una gran cantidad de marineros –que, por lo tanto, habían 'visto mundo', pronto se entendió como una gran opción de futuro.
Fue entonces cuando Pedro Zaragoza llegó a la alcaldía. Lo hizo en contra de su voluntad. Él quiso ser marino, como lo fue su padre, pero este, conocedor de lo duro y sacrificado del oficio, boicoteó los planes del hijo, que llegó a estudiar en la Escuela Náutica de Barcelona.
Varado en tierra, desarrolló diversos trabajos como viajante de comercio y en el ámbito empresarial. Tras el fallecimiento de su padre, regresa a Benidorm como director de la Caja de Ahorros del Sureste de España y fue entonces cuando, como cuenta en conversación con LAS PROVINCIAS su hija, Pepa Zaragoza –que luego sería la primera reina de las Festes Majors Patronals–, accedió a la alcaldía en contra de su voluntad.
«Él quiso seguir la tradición familiar y ser marino mercante pese a la oposición de su padre. La prematura muerte de este hizo que recalara en Benidorm 'para arreglar papeles' y que, de nuevo en contra de su voluntad, se encontrara con el puesto de alcalde. El Gobernador del momento tuvo que mandar a una pareja de la Guardia Civil para llevarle a jurar el cargo», relata entre risas.
Los que le conocieron bien recuerdan su buen humor, su grata e interesante conversación, su prolífica bodega y aquella esa enorme visión de futuro que no pocas veces le metieron en líos de consideración y que alcanzaron su momento más popular en aquel viaje en Vespa hasta El Pardo para conseguir el visto bueno del dictador para que se permitiera a las turistas tomar el sol en bikini en las playas de Benidorm.
El que fuera el despacho de Pedro Zaragoza es una estancia austera. Incluso, se podría decir que es una habitación pequeña en la que la sensación de falta de espacio se acentúa por el color oscuro de la madera de los muebles y, sobre todo, por los centenares de libros que, repartidos en estanterías, mesas y sillas, conformaban su gran biblioteca.
Allí, entre fotos del inventor del turismo y recuerdos de lo más diverso, Pepa Zaragoza parece encontrarse cómoda. Desde el exterior, se cuela algún rayo de sol entre las ramas de los árboles que jalonan el jardín de la casa familiar ubicada en la huerta de Benidorm, uno de los pocos espacios de la ciudad que sigue casi igual que durante aquellos años en los que la flor y nata de los personajes de la política y las socialités de la época, nacionales e internacionales, recalaban en casa de Don Pedro para, entre vino y vino, disfrutar de su enrome hospitalidad, algo que supo transmitir y contagiar al resto de la ciudad.
De Pedro Zaragoza se conocen muchas cosas. Algunas, transitan ya –cosas del paso del tiempo– en la fina línea que separa la realidad del mito; pero fuera de los lindes de Benidorm la figura política ha eclipsado por completo el lado humano de su alcalde más famoso. ¿Cómo era aquel revolucionario en las distancias cortas, en la intimidad? Pepa Zaragoza sonríe al recordar y, de vez en cuando, incluso suelta alguna carcajada. «Mi padre era, sobre todas las cosas, una persona muy divertida y bromista. En casa y fuera de casa».
No tardan en salir a colación esas contradicciones que tanto han ayudado a forjar el mito. «¿Tradicional? Puede ser. Él tenía su mujer, y su mujer era su mujer. Nada de salir por aquí y por allá. Pero mi madre también era de ir siempre con mi padre a todos los sitios. Con los hijos fue una persona muy normal. Nosotros hicimos todo lo que quisimos… menos cuando llegó el bikini».
Se detiene Pepa Zaragoza en el relato y no puede evitar reír recordando aquellos días. «¡Con todo lo que él hizo por permitirlo! Que vengan en bikini todas las personas que quieran, ahora bien, mis hijas… ¡naranjas de la China!». En el fondo, aquello no era algo tan extraño en un hombre que ya estaba plenamente enfrascado en colocar a Benidorm como un referente internacional de turismo. «Él veía que lo del bikini era normal y que se necesitaba, pero no veía la necesidad de que sus hijas lo usaran».
Una visión pragmática de las cosas que también se tradujo en su posicionamiento político. Franquista convencido, nunca –y de ello han dejaron constancia muchos 'vencidos'– dejó que aquello fuera un impedimento para nadie. «Tenía amigos de todo tipo. Negros, blancos, rojos, azules, amarillos, de todas las ideas políticas, de todos los gustos… Era muy amigo de todo el mundo y un enamorado de las fiestas de Moros y Cristianos».
Aquel carácter «muy, muy, muy alegre» del que siempre hizo gala y su condición de «gran comedor al que le encantaba el vino tinto», hizo de Pedro Zaragoza el anfitrión perfecto. «Era raro que no pasara alguien por la puerta de casa y él no le hiciera pasar para invitarle a un chatito de vino en la bodega. La bodega de mi padre la conoce todo el mundo porque le encantaba tener gente en casa. Era una persona a la que le gustaba la buena conversación», recuerda su hija.
Y ahí radica, al menos en parte, el éxito de aquella transformación que, como el capitán de barco que nunca pudo ser, Pedro Zaragoza lideró. Supo ganarse a la gente, al pueblo llano y a los dirigentes del momento, con aquella hospitalidad a prueba de todo tipo de influencias.
Algo, la hospitalidad, de la que hace ahora gala Benidorm y que, quizás, sea la herencia menos comentada de su alcalde. «Sí, desde luego que puede que así sea», reconoce Pepa.
Hay, incluso, quien pone en duda la veracidad de aquel viaje en Vespa a El Pardo para, amenazado de excomunión por su 'loca' idea, conseguir del Caudillo el permiso para que las turistas lucieran tipo y bikini en esas playas que ya conseguían atraer a miles de turistas cada año. ¿Leyenda urbana? «¡No, para nada!», zanja, rotunda, su hija. «Hay gente que, a raíz de la película que se hizo, han dicho que aquello no sucedió. ¡Claro que fue! Mi padre iba en Vespa a todas partes. Iba a Madrid, a Valencia…»
«En cuanto a ese viaje, fue Don Camilo Alonso Vega el que le puso en contacto con Franco y le dijo 'Pedro, cuando quieras, tienes cita'. Él cogió la Vespa, porque es como iba a todas partes, se forró de periódicos y se marchó. Para él, era algo muy normal», explica.
Un viaje del que apenas quedan registros gráficos ya que, como recuerda Pepa, «en aquel momento no había tantos fotógrafos en todos lados. Él fue a El Pardo, vio a Franco, y este le dijo que, si era por el bien del turismo, que por supuesto. Y que si alguna vez tenía algún problema, que hablara con él».
Aquello fue, como en las películas, el inicio de una bonita amistad. Una relación que no sólo llevó a Franco y a su mujer a visitar en varias ocasiones Benidorm, sino a una amistad personal que duró años. «Fíjate si es así que a la semana de ir mi padre a Madrid, vino aquí Doña Carmen [Polo] y se quedó en casa de mis padres. No quiso ir a ningún hotel. Estuvo viviendo con nosotros unos días y, a partir de ahí, volvió muchísimas veces, se compraron un apartamento al lado de Les Dunes, vino la hija, los nietos…».
Pepa y los nietos de Franco eran entonces un grupo de adolescentes que, como toca en esa edad, querían disfrutar de la vida y, por supuesto, de aquel Benidorm tan distinto al resto de España. «Todas mis amigas pueden contarte lo bien que lo pasábamos con ellos, divirtiéndonos… ¡pobrecitos los guardaespaldas cuando nos escondíamos por detrás de las moreras porque no queríamos que nos siguieran! Es que teníamos 15 o 16 años y queríamos irnos a la discoteca».
Unas visitas, las de un jefe de estado y su familia, que, por muy normalizada que pueda contarlo ahora Pepa Zaragoza, no es una vivencia de la que puedan presumir tantas personas, pero que en casa de Pedro Zaragoza, quizás por aquel carácter hospitalario que mostraba con absolutamente todo el mundo, no fue percibido como un honor o privilegio especial.
Durante sus visitas, los Franco «eran tan naturales como lo estamos siendo tú y yo ahora mismo. En una de las ocasiones que estuvo en casa de mis padres, pasé por delante de Doña Carmen y estaba sentada en una butaquita zurciéndose las medias. Me llamó muchísimo la atención. Habíamos tenido invitados que no le llegaban a ella ni a la suela de los zapatos y que tenían unas exigencias enormes. Mi madre y mi padre siempre se volcaban y pensaban que ella sería igual, pero era todo lo contrario».
Conversar con Pepa Zaragoza permite, a la vez que desenmarañar parte de la inabarcable obra e historia de su padre, conocer algunos secretos de la que durante 40 años fue la primera dama de España. «A Doña Carmen le encantaba la paella, mojar el pan en el alioli… Antes, yo no lo contaba porque parecía que nadie se lo quería creer. Ahora ya me da igual. Son cosas que yo he visto».
Una relación que los hijos de Pedro Zaragoza mantuvieron mucho tiempo después. «Nosotros hicimos mucha amistad con los pequeños, Merry, Arantxa, Jaime y Cristóbal. Yo seguí contactando con Merry y he estado con ellos en El Pardo. En la zona donde ellos vivían, no donde recibían».
Como ya ha explicado anteriormente su hija, a Pedro Zaragoza tuvo que ir a buscarle la Guardia Civil (la de 1950, es importante contextualizarlo) para que jurara el cargo de alcalde de Benidorm. No quería, pero eso no significa que asumiera esa responsabilidad sin ganas o con la intención de que su paso por la alcaldía fuera un mero trámite.
De hecho, puso en esa tarea su mayor empeño, para empezar, porque «una vez que se vio en su pueblo, vio las necesidades y comprobó todo lo que se podía hacer con la materia que había». Fue entonces «cuando empezó a darle vueltas y pensar en lo que se podría hacer para que el pueblo evolucionara y la gente pudiera salir adelante». El resultado, cien años después de su nacimiento y 72 después de su llegada a la alcaldía, es harto evidente.
Pedro Zaragoza se supo rodear de un equipo de trabajo que, convencido como él lo estaba de las inmensas posibilidades que Benidorm le daba al turismo y el turismo le daba a Benidorm, no tardó en arremangarse y ponerse manos a la obra.
Un equipo en el que, como se ha apuntado, había marinos que habían 'visto mundo' y otros, como el propio Pedro Zaragoza, que tenían ejemplos muy cercanos en la familia y sabían que, si el pueblo quería salir adelante y crecer, había que copiar las buenas prácticas que habían visto en tantos países y puertos.
Una influencia fundamental, como reconoce su hija, que recuerda que «hubo cosas que costaron hacer por la moral del momento. Además, también encontró oposición porque algunos no entendían la importancia de los cambios. No podías ir a uno y decirle que en su bancal de olivos ibas a hacer una gran avenida. Con el paso del tiempo, claro, se ha visto lo bueno que fue todo».
De ahí, la revolución urbanística que también lidero frente a importantes oposiciones. Una de las más comentadas y conocidas fue la que desde Madrid se planteó al proyecto original de la avenida del Mediterráneo, que iba a ser más ancha de lo que finalmente es, y que no se pudo ejecutar porque en la capital se prohibió hacer vial alguno que superara en tamaño a La Castellana. «Iba a ser el doble, pero, como era muy joven, le decían: '¿este chiquito, qué se ha pensado? Ni que esto fuera Nueva York'», recuerda su hija.
Nueva York, la ciudad de los rascacielos. El ejemplo, visto lo visto, no es baladí. Bajo su mandato se apostó por la construcción en altura, tantas veces vilipendiada desde una supuesta élite intelectual que, en realidad, no ha hecho más que mostrar su profundo desconocimiento del modelo de ciudad que Pedro Zaragoza propuso y que décadas después, cuando la humanidad afronta el gran reto de la emergencia climática, es aplaudido y alabado por la inmensa mayoría de los expertos por lo que supone en ahorro de recursos.
Unos recursos en los que el agua fue un punto clave. El rápido crecimiento de Benidorm se topó de lleno con la falta de recursos hídricos. «Él lo vio claro. Si queríamos crecer como ciudad, iba a hacer falta el agua. ¿Tú sabes lo que hizo falta para traer el agua? Eso fue increíble. El día que llegó, le subieron a hombros, lo llevaron al depósito… Hay incluso fotos de él metiéndose dentro», recuerda su hija, que añade que «desde el principio, tuvo claro que todos esos servicios básicos debían pensarse y hacerse no en base a las necesidades del momento, sino a las futuras».
De aquel episodio queda un recuerdo imborrable en el Parque de Elche de la ciudad, donde en una piedra colocada en su fuente en 1960 reza la inscripción «de ilusión también se vive».
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