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Duermevela

ISABEL FERRANDO

Miércoles, 17 de marzo 2021, 14:53

Ajena a nuestras vidas y problemas, la primavera ha vuelto a besar la Marina Alta. Paso por un camino semioculto y sin asfalto cuando voy caminando de casa al trabajo, y se ha salpicado ya de pequeñas flores blancas y amarillas entre un caos de maleza y palmitos bajos. También hay tres mimosas enormes que da gloria verlas, pero eso es porque no tengo alergia al polen. De otra forma, sería una pesadilla siquiera acercarme ahí.

No hay que esperar empatía de la naturaleza. A los árboles y a las hierbas les damos completamente igual, por mucho que tratemos de encontrar la alegría en los paisajes y la belleza en la tierra. El Montgó está de un verde rabioso tras el mal tiempo que hizo las pasadas semanas y, desde abajo, se ven tan juntas las copas de los pinos que rezo porque el año siga siendo húmedo y lleguemos al verano antes de que aquello se agoste con el consiguiente riesgo.

No deja de ser curioso, en parte, que lo que nos consume el ánimo en estas latitudes es precisamente la falta de sol. Quizá estemos ya necesitados de unas vacaciones de este virus, de esas en las que vamos a cenar por la noche en compañía de amigos y terminamos bailando en un concierto. O de las que contemplamos la inmensidad de la luna mientras reímos con ganas y hablamos sin miedo. Sin prisas. Sin hora. Como si de verdad fuéramos amos de nuestros destinos y capitanes de nuestras almas.

En las calles de Dénia cada vez más jabalíes campan a sus anchas al resguardo de la noche. Van por el desierto nocturno amparados en la soledad y el silencio humanos. Ya son muchos quienes han conseguido hacerles fotos desde sus ventanas. Eso implica que son muchos los que a pesar de estar encerrados en casa sienten la necesidad de estar también fuera de ella refrescándose en el aire límpido de la once. O de las doce. O de las tres de la madrugada. Cansados del duermevela, los balcones fueron redescubiertos hace poco más de un año por todos aquellos que nunca se habían asomado allí a regar las plantas o echarse un pitillo.

El mundo siempre cambia y siempre nos acabamos acostumbrando, que no es lo mismo que aceptarlo. Hay que afrontar la realidad y adaptarse, nos dicen. Y omiten la verdad: que los cambios buenos son sencillos de asumir. Los terribles, como estos, son los malos.

Sé que un día el camino secreto de flores blancas y amarillas quedará ordenado. Pero mientras se pueda, lo voy a seguir disfrutando.

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