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Mural junto al río Moldava, en Praga. LP
Ángeles y demonios en la media maratón de Praga
HISTORIAS CON ZAPATILLAS XIV

Ángeles y demonios en la media maratón de Praga

Adoquines, desniveles inesperados y un calor inusual convierten los 21,1 kilómetros por la emblemática capital checa en una trepidante carrera que, sin embargo, te regala la sensación de haber vivido una experiencia única

Jesús Trelis

Viernes, 12 de abril 2024, 01:21

El escritor checo Milan Kundera sentenciaba en 'La inmortalidad': «La vida es un borrador que no tiene tiempo para la perfección». Las carreras, en realidad, son lo mismo. Una es una prueba de otra que vendrá después. Y jamás es perfecta. Incluso, a veces, puede ser profundamente desestabilizadora. Pero siempre será eso: un borrador de la carrera sublime que nunca realizaremos. Porque siempre querremos más. Porque siempre, detrás de una meta, tendremos otra. Detrás de un reto, hay otro que alcanzar.

Imagen de Frank Kafka junto a la sinagoga española en Praga. LP

La media maratón de Praga fue un hermoso y a la vez angustioso borrador de la vida. Fue una cita con la seducción y los infiernos que hay que padecer para alcanzar la gloria. 21,1 kilómetros por una ciudad tremendamente hermosa y sinuosa, depredadora y acogedora, donde el peso de su historia y su belleza hace que las zancadas sean intensas y tensas. La presión de correr entre el legado del rey de Bohemia y las angustiosas sombras de tiempos de nazis y de comunistas; de correr junto a las aguas salvajes del Moldava y sobre los adoquines melancólicos de calles inestables; de correr entre las voces íntimas de Kundera y los pensamientos inquietantes de Frank Kafka. «A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar».

No fue fácil correr por Praga. Hubo momentos de sentirse en el paraíso, pero también instantes de asomarse al abismo. Una carrera desde todos los prismas que, en cualquier caso, lo que dejó, cuando todo se esfumó, es el sentimiento de haber coqueteado con la gloria. Una media maratón convertida en calidoscopio de sensaciones donde, de nuevo, ganó con creces la parte más humana y universal de esto que es correr por pasión. Correr para querer encontrarte y retarte a ti mismo; para compartir esfuerzos y experiencias con gente que sueña como tú. Correr para reafirmarte libre en tiempos de cadenas.

Imagen principal - Ángeles y demonios en la media maratón de Praga
Imagen secundaria 1 - Ángeles y demonios en la media maratón de Praga
Imagen secundaria 2 - Ángeles y demonios en la media maratón de Praga

I. El pórtico de la hazaña. Llegamos de noche jueves tras un vuelo de retrasos. Pese a ello, llegamos con entusiasmo. Ese que da saber que atraviesas la puerta de entrada a una ciudad de tintes idílicos aunque con pinceladas dramáticas donde todo se antoja majestuoso y conmovedor. Como un drama operístico o un ballet afligido. Porque Praga, tiene la belleza imperial y la angustia de muros resquebrajados por el pasado. Cúpulas afiladas y fachadas tomadas por mosaicos y dorados. Una escultura de Freud que cuelga de las alturas y unos niños gigantes por un parque gateando sin rostro y sin alma. Cristo crucificado en mitad del puente de Carlos y un restaurante con piano, que parece anclado a inicios del siglo pasado, donde reparten trozos de pastel y buen café.

Imagen principal - Ángeles y demonios en la media maratón de Praga
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Imagen secundaria 2 - Ángeles y demonios en la media maratón de Praga

II. Alas para correr. La escenografía de la ciudad es, sin duda, motivación desbocada para el corredor. Tanto, que piensas que la vas a recorrer a zancadas con energía y entusiasmo. Eres consciente del privilegio que implica poder tomar sus calles a un ritmo acelerado. Eres consciente, en definitiva, de que cada paso es un regalo para ese borrador que estás escribiendo con los días y que es tu vida. Porque Praga no es una pista para correr sin más. No es una ciudad normal. Su belleza da alas a tus ganas de atravesarla.

La feria del corredor, donde reparten los dorsales, estaba desbocada a nuestra llegada. Colas, gentío, fotos por cualquier esquina… Entre los estands de moda, el de la Superhalf, que de un año a otro se está convirtiendo en un fenómeno. Cuños, pasaportes, camisetas…

Instantes en la feria del corredor. LP
Imagen principal - Instantes en la feria del corredor.
Imagen secundaria 1 - Instantes en la feria del corredor.
Imagen secundaria 2 - Instantes en la feria del corredor.

Para mí fue muy especial. Acudía con un buen puñado de amigos que he ido uniendo en esta interminable travesía de los kilómetros infinitos. Además, me reencontraba con quien es ya, oficialmente, mi alma gemela cuando me calzo las zapatillas. Mi admirado y muy apreciado Jens, con el que desde hace dos años voy reencontrándome para juntos cruzar la meta más preciada que te pueda ofrecer el running. La de la amistad verdadera e indeleble. Aunque lo importante para los dos no es la meta, sino el camino que nos está llevando hacia ella. Como si uno fuera el ángel de la guarda del otro. Ese que no te falla, ni cuando el cansancio asfixia.

Imagen con Jens en la feria del corredor. LP

III. Momento para soñar. Con el dorsal en tus manos, pasas la tarde previa a la gran cita planificando el momento. Y lo haces, deambulando por esos lugares mágicos que Praga te ofrece. Un reloj que azuza tu fantasía; un mural en el que imaginas que John Lennon sigue cantando; un ejército de santos que, desde los pedestales más altos, te bendicen todo el rato...

El tranvía que no cesa, los jardines del Senado, las vistas desde el castillo, los puentes vistos desde abajo, un pavo real volando, una marioneta desde un escaparate que me está saludando... «Nos vemos mañana en la media», me dice. Yo sonrió. «Queda menos», le dije mientras el sol se difuminaba río abajo.

Imagen de un paseo por Praga el día previo a la carrera. LP
Imagen principal - Imagen de un paseo por Praga el día previo a la carrera.
Imagen secundaria 1 - Imagen de un paseo por Praga el día previo a la carrera.
Imagen secundaria 2 - Imagen de un paseo por Praga el día previo a la carrera.

IV. Ángeles y demonios. Viajamos un nutrido grupo de amigos -algunos los conocía ya, otros ya lo son- desde Valencia y otros puntos de España. César Corral (que dirige una agencia de viajes muy familiar llamada Running Travel) lo hace posible. Tanto que, al final, de aquí o de allá, nos juntamos cerca de treinta personas respuestas a desafiar los 21,1km por la imponente capital checa. Y con ellos, otro buen número de animadores entregados. Pero como soy verso suelto en estas cosas, la mañana de la gran cita decidí marchar solo hacia el lugar de salida. Soy de costumbres férreas y necesito concentración y disfrutar el instante en toda su dimensión: desde ver colocar las alfombras que te darán la bienvenida a la meta hasta atornillar el reloj de la salida.

Preparativos y viaje en metro hacia la salida. Muy temprano. LP
Imagen principal - Preparativos y viaje en metro hacia la salida. Muy temprano.
Imagen secundaria 1 - Preparativos y viaje en metro hacia la salida. Muy temprano.
Imagen secundaria 2 - Preparativos y viaje en metro hacia la salida. Muy temprano.

Temprano, cotilleé entre lo que se estaba montando, observé a otros corredores llegar y me colé en una amplia carpa para cambiarse los corredores. Quedé allí con mi amigo Jens. Al vernos, intercambiamos cara de excitación y felicidad por saber que, de nuevo, íbamos a retarnos en una media maratón juntos. Y que, posiblemente, íbamos a tener que echar mano cada uno de esas maravillosoas virtudes llamadas generosidad, solidaridad y aprecio. Las armas que hacen indestructible nuestra amistad. Y que dan alas a nuestras piernas cuando corremos unidos.

Junto a Jens antes de salir. LP

Calentamos por nuestro box de forma entusiasta. Fotos, risotadas, bromas diciendo quien quedaría hundido antes por el camino… «Mi kilos de más me van a matar hoy», bromeé. O no. En mi caso, desde una lesión del maratón, voy con el pesar de que no ando fino. O no tan fino como antes. Por eso le rogué a Jens que se marchara cuando le dijera que mi carrera no podía ser la suya. Él ya me advirtió que esto iba de dos. Unos minutos después, ante un enorme gentío y entre suspiros, llegó el momento tan esperado hace meses: nuestra salida en los 21,1 Km de Praga.

«No fue fácil correr por Praga; hubo momentos de sentirse en el paraíso, pero también de asomarse al abismo»

Comenzamos a buen ritmo, aunque me negué a ver mi reloj. «Me tengo que dejar llevar», pensé. Desde el inicio no me sentía bien. Pesado, lento, temeroso. Y lo peor, con la cabeza traicionera. «Esta carrera no voy a poder», me decía, haciendo que los demonios comenzaran a aparecer de forma gratuita y, además, demasiado pronto. Jens seguía decidido, a buen ritmo. Y yo, como podía, con él.

Pronto, a mis demonios mentales se le sumaron los reales. Los que nos afectaban a todos. La Praga monumental ofrecía un trazado lleno de adoquines de todo tipo y dimensión, con carriles de tranvía atravesando el recorrido y no pocos pilones en el camino que hacía que el temor a perder ritmo y equilibrio fuera creciendo. Al tiempo, la sorpresa afloró, entre puentes y túneles, cuando subidas y bajadas mostraron sus garras y nos acompañaron hasta el final. Y, por último, el sol se sumó el desquicio y mostró las fauces letales del calor desbocado. Aunque, el principal enemigo en realidad es uno mismo. Quizá no tan bien, no tan fino.

Imagen durante la carrera. Marathon Photo

Todo se hizo complejo. Difícil. Aunque era difícil para todos. Y el reto era el mismo para todos. Había que superarlo juntos. En mi caso, de la mano de mi buen amigo que, cuando sus fuerzas era impolutas, me fue arrastrando. Una vez más, como un ángel de la guarda que te dice que no te quedes atrás. O mejor, que te dice que, si te quedas atrás, él te va a esperar.

Así fue. Y así, con paciencia y generosidad, fuimos bordeando los senderos del abismo que asomaban al Moldava. A Jens, en el tramo final, el calor le cayó como una losa. A mí, el cuerpo siguió retorciendo mi energía. Pero acabamos. Y acabamos juntos. Juntando nuestros brazos y gritando en silencio que somos un equipo único. Acabamos y no tan mal. Porque Praga, aunque quiso ser infierno, se convirtió en una nueva puerta hacia la gloria. La gloria que nos da la memoria de nuestra épica particular. Sí, acabamos... Y no tan mal.

El momento de la medalla. LP
Imagen principal - El momento de la medalla.
Imagen secundaria 1 - El momento de la medalla.
Imagen secundaria 2 - El momento de la medalla.

V. La gloria. No fue el mejor tiempo; pero quizá tampoco lo buscamos. Siempre esperas batir tu récord. Siempre sueñas con ser aún mejor. Pero al final, lo que realmente te llena no es la marca sino el lograr un reto. El culminar la hazaña. El doblegar a los dragones que se van apareciendo por el camino. Cada uno los suyos. Y ese es el verdadero mérito y premio de la media maratón. Que al final, aunque el abismo te enseñe sus colmillos, siempre encontrarás vericuetos para la felicidad. Porque lo que importa no es la carrera, sino tú. Y quien contigo va.

Un grupo de participantes, al final de la carrera. LP

Volviendo a Milan Kundera –en honor al querido Alfredo-: «La felicidad es el deseo de repetir». La frase que escribió en la 'Insoportable levedad del ser' describe muy bien lo que sentí. Que tras Praga, sólo quiero que repetir. Y, además, con quienes me acompañaron en ésta y todas las travesías. Correr con esos amigos que ven en sus zapatillas el mejor emblema que pueda existir de libertad y, quizá, por qué no, de humanidad. De amistad. Correr sin parar.... ¿Verdad José, Paco, Ángeles, Juan Emilio, Denis, Florence.... ¿Verdad María, Paula, Lucía, María Jesús…¡animadoras y animadores!? ¿Verdad, amigo Jens? ¿Verdad?

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