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Mulu Kinfe Hailemichael nació en 1999 en la ciudad de Adigrat, Etiopía. Ahora es miembro del equipo de ciclismo de Caja Rural-Seguros RGA. Durante la pasada semana llevó el dorsal 83 en la última edición de la Volta Ciclista a la Comunitat. Es menudo, de gesto gamberro y simpático, y se mueve con destreza entre sus compañeros. Pero es, por encima de todo, un héroe. Lo es, como todos sus compañeros de carrera. Como, posiblemente, cada uno de los participantes de la vuelta; cada uno de los miembros de los equipos que les fueron arropando y atendiendo; cada uno de los que hacen posible que ese enorme espectáculo sobre ruedas fuera rodando de ciudad en ciudad, etapa tras etapa… Paco, anestesista y médico de la prueba; Rafa, conductor del coche que lleva al médico; Ángel, que atiza desde lo alto de un descapotable la bandera para anunciar que ha comenzado la carrera; Eloy, que irá llevando al personal más variado de un lado a otro durante las etapas… Ellos y tantísimos más: preparadores, montadores, fotógrafos, guardias civiles, voluntarios, periodistas… o quien te sirve el café cuando la etapa aún no ha comenzado y el frío se cala por los huesos.
Todos son pequeños grandes héroes en lo personal y en lo particular. Pero, en especial, lo son quienes escriben la hazaña a base de pedalear. Y lo son porque se salen de lo normal. De lo general. Como suele ocurrir en cualquier disciplina deportiva y en cualquier lugar del mundo. En algunos casos, rozando lo sublime. Como Rafa Nadal lo ha sido en el tenis o lo fue el propio Miguel Indurain en el ciclismo. Porque si el deporte tiene un sentido y una razón de ser, más allá del puro disfrute, es que esconde un algo extraordinario. Una marca sublime, un reto que parecía inalcanzable, un esfuerzo increíble…. El deporte hecho magia, el esfuerzo bombeado por la pasión y la meta como la puerta de entrada a hacia otra meta lejana pero cada vez más extraordinaria.
Mulu es de esos héroes extraordinarios. No sé, sinceramente, cómo quedó en la competición; sí que sé que, en una de esas etapas, lo vi caer. En la etapa reina, entre Moraira y La Vall d'Ebo. Cayó quizá hasta tres veces. Y tres veces que se repuso, desafiando desniveles y curvas. Le vi caer, y levantarse, y seguir sudando, y pedaleando… Y le vi con la cara repleta de sangre acercarse al coche del médico, de Paco, y pedir que le limpiaran. «Es una herida interna, se curará», masculló con amabilidad y dejando que el suero empapara su rostro y las gasas eliminaran de su casa el rojo vivo.
Lo vi caer y recuperar el tiempo perdido. Volver a trepar a base de pedalear y, quizá, volver a demostrar a todos que nada le tumba; que le vale la pena de la batalla interna; que el sacrificio es para él sinónimo de camino hacia lo excepcional. Una batalla por lograr lo extraordinario; por seguir retándose pedaleando; por demostrar que los límites no existen y que, si existen, están para derribarlos.
En esa etapa, hubo quien, con las costillas magulladas de una caída el día anterior, clamaba por un ibuprofeno que le frenara el dolor; hubo quien lloraba porque, tras caer, no podía acabar la hazaña; hubo quien sacaba energías desde donde nadie sospechamos y seguía avanzando aunque sus piernas se desvanecían, sus pulmones colapsaban y su cabeza le martilleaba.. Los más, siguieron y ganaron su particular carrera; coronaron sus metas, y demostraron su valía. Como si una etapa de una vuelta cualquiera fuera un resumen intenso y trepidante de la vida. Un tramo de ascensos y caídas, de momentos para volar y para soñar. Tiempo para peladear y disfrutar, pese a que un mal viento te quiera llevar a la deriva. Una etapa es, como la vida, un travesía hasta la meta. A veces, una meta inesperada en lo más alto de la cima.
Vivir una carrera desde el epicentro del pelotón es un lujo indescriptible. Es, como me dijo Eloy -un (ya) buen amigo al que conocí entre maillots y bicicletas-, meterte en una operación a corazón abierto. Pero es, además, descubrir que ese corazón bombea glorioso; con una vitalidad tan exagerada que acaba haciendo que tus propias pulsaciones se aceleren; que te sientas contagiado de su energía; que quieras rodar con toda la fuerza por la vida… Pero con la limpieza que tiene un deporte en el que la complicidad se masca; la ética deportiva se palpa; la humanidad rueda... y en el que sólo hay verdad. Porque sólo, desde la verdad, se puede subir pedaleando un puerto infinito; se pueden encadenar etapas duras, día tras día; se puede seguir corriendo en una vuelta, con el labio partido, las costillas machacadas o el brazo magullado..
Mulu no me conocerá jamás. O sí. Yo a él ya le conozco. Ya sé que es un héroe en lo grande y en lo pequeño. En el ciclismo y en la humano. El chico del dorsal 83 que un día me dio una lección de actitud ante la vida. La de saber que siempre hay que dar batalla porque no hay nada imposible. Y si lo hay, debemos soñar que no lo es. Sólo así podremos seguir rodando por los días con esa sonrisa sincera que hace que, cualquier herida, sane a base de voluntad y de pasión. Porque, tras una caída, siempre está la opción de volver a empezar.
Seguimos contando historias con zapatillas. Aunque, en este caso, sea sobre una bicicleta. La cuestión es seguir rodando.
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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