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La medalla de la media de Berlín. LP
HISTORIAS CON ZAPATILLAS XX

La media de Berlín, la medalla hiperbólica y el adiós

Los míticos 21,1 kilómetros de la capital germana son una explosión de emociones colectivas e individuales que todo corredor debe experimentar porque jamás los olvidará

Jesus Trelis

Berlín

Viernes, 11 de abril 2025, 17:36

Fue un fin de semana, con la media maratón de Berlín en el epicentro de todo, que me hubiese gustado que no terminara nunca. Un fin de semana en el que descubrí: que hay un lugar, junto a la Puerta de Brandemburgo, donde hacen un soufflé de chocolate increíble; que la mejor cerveza se bebe cuando terminas de correr, acompañada de una salchicha berlinesa de dimensiones estratosféricas y de tu compañero de batallas; que la capital alemana es un tesoro que jamás terminas de descubrir, porque siempre hay una escultura, un escaparate, un grafiti… que te atrapa y te seduce y despierta tu imaginación. Y en el que descubrí, que allí, vuelas por el cielo de Berlín. Como el ángel de la película de Wim Wenders, que quiso ser epopeya de paz. Y poesía descarnada:

 «Cuando el niño era niño

andaba con los brazos colgando,

quería que el arroyo fuera río,

que el río fuera torrente,

y este charco el mar».

Debo comenzar reconociendo que no fue, ni de lejos, mi mejor marca. (Ni puñetera falta que hizo). Y que fue la carrera en equipo más difícil y en la que más a prueba pusimos -mi apreciado amigo Jens y yo- la esencia de lo que para nosotros debe ser correr y la fortaleza de nuestra complicidad. Que fue una carrera para ponernos ante el espejo. Que esta vez, me faltó generosidad y, a mi amigo, le sobró -le sobra siempre- bondad. Que fue una carrera donde la euforia la puso la amistad y no la gloria de la meta. Y que la ciudad volvió a ser la gran aliada de la excitación desbocada. Porque más allá de nosotros, estaba ella, imponiendo su presencia: la columna de la Victoria, la arquitectura que tontea con el cielo, los adoquines que te hablan del pasado, los restos del muro martilleando… Y nosotros corriendo a su lado.

El día de la carrera, de camino a mi encuentro con Jens, vi amanecer en soledad. El nuevo sol estaba rasgado por nubes que parecían un arroyo. Las sombras dibujaban el horizonte de una ciudad que ya amo. Y en mi cabeza palpita mi emoción de una carrera que era la última de las Superhalfs, mi cuarta por la capital germana y la consagración de una amistad que jamás sospeché se iba a fraguar aquel 2022, cuando me cruce, en medio del frío, con Jens.

Momentos del viaje. LP
Imagen principal - Momentos del viaje.
Imagen secundaria 1 - Momentos del viaje.
Imagen secundaria 2 - Momentos del viaje.

La magia de la previa

Visitar Berlín siempre es un regalo. Hacerlo con gente a la que aprecias, mucho más. Al final, la comunidad runner tiene esto. Los que nos sumamos a ella, firmamos un pacto invisible en el que lo que impera es un estilo de vida en positivo. Una forma de aceptar al otro sin saber lo que hay detrás porque, de entrada, lo que buscas es disfrutar de kilómetros juntos. Aunque luego, los eslabones vayan creando cadenas de amistad que te abran puertas que van mucho más del mero hecho de correr. Mi cadena, de hecho, se va alargando con gente como el veloz Sergio, de Málaga; con Benjamín, de Cádiz; con Leonard y Araceli, de Aviñón y Barcelona; con Sebas y Erika, de Valencia; con César y su hija Paula, que organizan cotarros runners desde Sevilla… Y los que ya han ido sumándose desde hace tiempo. Como Jens, mi gran colega, de Grob Kreuzt. Que simboliza la esencia de lo que son estas Historias con Zapatillas. Historias particulares de superación y vida. Y ya, historias de amistad.

«La comunidad runner tiene esto; quienes nos sumamos a ella, firmamos un pacto invisible en el que lo que impera es un estilo de vida en positivo»

Con él, con Jens, quedé el sábado a hacer nuestro pequeño ritual que ya denominamos nosotros el 'Bimbo training' (en honor al que se celebra en el maratón de Valencia). Fueron seis kilómetros, con una pequeña y excitante parada en la emblemática Puerta de Brandemburgo, y una divertida conversación acerca de nuestras cosas cotidianas. Las buenas y las malas. Esas que compartimos a distancia casi a diario.

Tras el entrenamiento suave, visita a la Expo del corredor. Que es el mejor escaparate de lo que es esta carrera: exquisita en el trato, en la organización y en la propuesta para los corredores. Allí dimos paso a más rituales. Recoger el dorsal, hacerse mil fotos con él, bucear entre las novedades del mundo runner, probarse zapatillas…. Por ejemplo, unas Adidas Adizero Pro se dibujan en el horizonte… «Las amarillas y azules», me dice Jens, entusiasmado con ellas. (Y algo me dice que serán suyas.... pronto).

De allí, un paseo por los lugares emblemáticos de la ciudad y una sorpresa original. La visita al Museo de la Ilusión. Donde las utopías se hacen posibles. Quizá como metáfora de lo que estábamos viviendo. Una historia que parece imposible por increíble, pero que es tan cierta como que la Victoria nos protege desde las alturas. Tan cierto como que los ángeles de Berlín nos dirigen por la vida. Como si nuestra vida fuera el poema de la película de Wenders…

«cuando el niño era niño,

no sabía que era niño,

todo le parecía animado

y todas las almas eran una».

Imágenes de la cuenta atrás. LP
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Los 21 km que quise pero no quise

La carrera comenzó con frío, pero con mucha ilusión. Los primeros cinco kilómetros fueron muy intensos. Más de lo habitual en nosotros. Quizá me crecí y yo mismo traicioné lo establecido. En un momento dado, allá por el 8, el reto se torció. La cosa no iba igual de fina para los dos. Y había que ceder para que el otro pudiera seguir. O viceversa: apretar hasta asfixiarse para poder mantener un ritmo que, por cansancio acumulado, no tocaba. Hicimos, pese a todo, la carrera juntos. Pero no fue cómoda. Psicológicamente fue extraña. Apretar o ceder. Cada uno en su papel. Retándose no sólo ante la exigencia de la carrera, sino asumiendo el hecho de lo que es tener que correr en equipo. La experiencia más fascinante posible. Pese a que no salga bien. Porque sí, fue una prueba en ese sentido dura. Pero creo que aprendimos. Porque pese a la incomodidad, supimos anteponer la amistad. Y fuimos mejores juntos.

El objetivo era Berlín y Berlín corrió con nosotros. Y fue espectacularmente hermoso. Porque pocas medias maratones tiene el magnetismo de esta: tanta historia, tanto relato, tanta memoria, tanta vida fluyendo entre sus vericuetos… Corrimos juntos desde el principio al final. La Victoria nos abrazó. Y ante el espejo de mi realidad, creo honestamente que no fui todo lo generoso que debería haber sido. Y que Jens volvió a ser el mejor del equipo y el mejor amigo que uno pueda tener. Y esas hay cosas, aparte de sentirlas, hay que decirlas...

El momento de correr y de la gloria. LP
Imagen principal - El momento de correr y de la gloria.
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Llegamos a la meta. Nos dimos un primer abrazo tímido. Lloré de rabia. Estaba enfadado conmigo; aunque tampoco sé porqué. Quizá soñé con los 21 kilómetros perfectos que aparentemente no lo fueron. Sólo aparentemente porque pronto supimos que, en el fondo, el Berlín que corrimos nos unió más como equipo. No llegamos eufóricos a la meta, pero nos quedó la felicidad de ver cómo, pese a esos momentos difíciles, lo que quedaba era nuestra amistad por encima de todo. La nobleza, la química personal y un cariño mutuo es la mejor medalla que podríamos tener. Una medalla indestructible, forjada con hierro de abrazos sinceros y el fuego del corazón honesto. Una medalla metafórica. E hiperbólica. Como lo son los ángeles que vuelan por ese cielo de nubes que rasgan el sol…

«La luz de la mañana, los ojos del niño.

Nadar cerca de la cascada.

Las manchas

de las primeras gotas de lluvia. El Sol.

El pan y el vino. Dar saltos«.

La medalla hiperbólica

La real. La medalla hiperbólica pero real, iba a llegar al cruzar la meta. Y no era la de la media maratón, que era muy bonita: con un diseño austero pero muy atractivo. La hiperbólica era la de la Superhalf. Ella fue la que resumía seis carreras hermosas por Europa, la que materializaba seis experiencias únicas y la que cerraba una etapa. Otra más en este complejo mundo de las carreras y las relaciones, siempre sensibles. De Valencia a Lisboa, de Cardiff a Praga, de Copenhague a Berlín. Cada una con su propia belleza. Con su propia aventura. Con su propia historia… con zapatillas.

La recompensa. Los momentos. LP
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Como esta historia que toca a su fin con el adiós. Ese que cada vez es más difícil pronunciar. Porque detrás de cada una de estas aventuras con dorsal existe toda una coctelera de emociones y sentimientos, de felicidad repleta de vericuetos, de sonrisas y abrazos, de miradas y confidencias, de intensidad… a las que es difícil renunciar.

Quizá porque decir adiós a alguien con quien ya has recorrido tres años de kilómetros, has vivido once carreras por Europa y has compartido los fríos y los soles que nos van trayendo los días, se te hace cuesta arriba. Como cuando un desnivel se cruza en el camino de tu propio maratón.

Es difícil y triste, sí; pero también es cierto que te hace ansiar más la próxima meta. Y que seremos más felices cruzándola. Una meta tras otra. Otra carrera juntos. Otra historia con zapatillas que aún está por escribir y cuyo final es infinito.

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