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La radiografía. Fue marcharse Joan Llinares y llegar Eduardo Beut y alguien, en un pasillo de la Agencia Antifraude, debió gritar: «¡Fuera máscaras!». De ... tal forma que una vez retirados los velos, debilitado el poder omnipresente de Llinares y asentado el desembarco de Beut, nos hemos encontrado con que aquello, al parecer, era un escenario propicio para rodar una secuela de 'Esta casa es una ruina'. Llinares ofrecía una imagen institucional casi perfecta. Correcto en el trato, siempre cordial. Trabajador. Dispuesto con la prensa. Exhibía aquello de haber luchado contra viento y marea, el viento era el PP y Vox y la marea Compromís y el PSPV, para sacar ese invento de Podemos a flote. Y esto es cierto. Nadie creía en este organismo. Tampoco sabemos si esto ha cambiado. Me temo que no. Pero lo de Llinares era más de cara a la galería. De puertas adentro, la situación se intuía complicada. Los jefes de investigación se iban sucediendo y también la evidencia de que la plantilla no acababa de consolidarse. Llinares lo achacaba al alto grado de especialización que exigía Antifraude. Traducido: que los funcionarios no están acostumbrados a trabajar tanto. Vamos, como si aquello fuera el CNI de la Administración valenciana. Eso encaja en la mentalidad de Llinares quien siempre pensó que la Agencia era más de lo que siempre ha sido. Los 'fugados', pongámosle este nombre, reivindicaban sus ganas de trabajar pero simplemente que se habían hartado de hacerlo mano a mano con el jefe y su corte de fieles. Y todo ese mar de fondo ha sido puesto negro sobre blanco en los ceses de Gustavo Segura, exdirector de análisis y aspirante 'continuista' a dirigir la Agencia, y Teresa Clemente, mano derecha de Llinares. Por cierto, menudo papelón el de Segura que insistió en la segunda convocatoria pese a saber que su nombre no iba a salir. El caso es que Beut no ha sido nada diplomático para justificar la pérdida de confianza en sus subordinados. Todo lo contrario. Ha enumerado hasta una veintena de motivos, algunos de inmensa gravedad en el borde incluso de la prevaricación, que lo que describen es el mal funcionamiento del organismo. Que si secretismos, tratos de favor, la creación de un clima de tensión y miedo en la plantilla, la actuación al margen de las normas que marca la Agencia, intervención personal en expedientes de investigación, la colaboración con la Fiscalía Anticorrupción que agotaba los recursos de la Agencia y, por último, una actitud casi infantil de enviar mensajes criticando al nuevo. La incógnita es si recurrirán su despido o si, por el contrario, darán por bueno ese relato de la incompetencia que ha elaborado Beut. Hay quien ya se frota las manos ante un eventual contencioso. La decisión, en las manos de Segura y Clemente.
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