La radiografía. El retrato de una época encuentra tres protagonistas capitales: Eduardo Zaplana, José Luis Olivas y Francisco Camps. El paso del tiempo, como ... no podía ser de otra forma, ha modelado un reflejo diferente de cada uno de los expresidentes. En la corrupción, como casi todo en la vida, también hay escalas. No se puede comparar el desvío de dinero destinado al Tercer Mundo o las estafas en la compra de mascarillas en lo peor de la pandemia con los contratos de los zombies de Imelsa, por poner un ejemplo. Ambos asuntos son reprobables, claro. Pero existen graduaciones. De igual modo, las investigaciones a los exdirigentes fueron dispares en cuanto a su naturaleza. Los casos de Olivas y Zaplana están enfocados hacia el enriquecimiento personal. Recordemos todas las aventuras empresariales de Bancaja en el Caribe o la comisión de 580.000 euros que se embolsó el expresidente por su asesoramiento en la venta de unas participaciones de Bancaja y Sedesa a Iberdrola. Qué gran negocio y qué gran asesoría por parte de Olivas. Lo que son las agendas. El que fuera presidente de la caja rural más importante de la Comunitat y de la Generalitat no demostró una destreza ni habilidad deslumbrante en su declaración ante el tribunal pero, sorprendentemente, en esas labores de asesoramiento sí reúne o reunió las cualidades de un primer espada. Así facturó 500.000 euros con su sociedad Imarol. Lo de Zaplana, de confirmar el tribunal la veracidad de las confesiones, se presenta más obsceno. Millones de euros por adjudicaciones amañadas. La realidad es que 20 años después parece imposible apuntalar el montante. Los años anteriores a la detención constituyen un periodo de vino y rosas. Relojes de lujo, comidas con menús de 100 euros, hoteles exclusivos, cruceros por el Mediterráneo. Ahora se habla del concepto de lujo silencioso, pero esto parecía un estruendo. El dinero no da la felicidad parece ser un consuelo de quienes no lo tienen, claro. Y, por último, Francisco Camps. Investigado en numerosos asuntos; todos ellos archivados. Ahora aguarda la sentencia del caso Gürtel, la última pieza con acento valenciano y donde se le imputó a contrarreloj. De Camps nunca se ha cuestionado que se llevara el dinero. Y pese a esa circunstancia, para nada secundaria, me atrevería a decir que tiene peor imagen o al menos igual de negativa que los dos anteriores. Cierto que su carácter ha contribuido a amplificar sus defectos. Una sentencia absolutoria generaría un problema al PP. Reclamaría -y con toda la razón- una rehabilitación pública tras años de «persecución judicial». Y el PP ¿le buscaría encaje? No es el único que se mantiene en una encrucijada similar. Imaginemos un futuro con Camps y Oltra, de nuevo, en el tablero político. Menuda partida.
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