Una posible historia. Conviene revisitar los clásicos -nadie puede dudar de que 'Pulp Fiction' lo es- para este análisis semanal. En la película, a un boxeador (Bruce Willis) con el que han pactado el amaño de una pelea, le adelantan: «La noche del combate ... es posible que sientas una ligera punzada, será el orgullo que intenta joderte. ¡A la mierda el orgullo! El orgullo sólo hace daño, no te ayuda jamás... cuando estés gozando de la vida en el Caribe, te dirás a ti mismo: Marcellus Wallace tenía razón». Hasta ahí el diálogo. Aquí en el caso Erial, que enfrenta al letrado Vicente Grima con el ponente José Manuel Megía, no hay boxeador, ni amaños, ni irregularidades de ese tipo. Lo que sí existe, en el horizonte más cercano, es una jubilación. Ojalá fuera en el Caribe. Y posiblemente también se plantee una cuestión de orgullo. No entraremos a resolver si esta condición puede ser virtud o lastre en las encrucijadas que tarde o temprano hemos de afrontar. Dependerá de la persona, del momento y, cómo no, del resultado condicionado, la mayoría de las veces, por el azar. Pero, desde luego, parece obvio que cualquier hecho, un año después se aborda desde otra perspectiva y con factores totalmente distintos.
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El ruido en torno a Megía Carmona, el ponente recusado de Erial por el letrado por una denuncia de un supuesto cohecho de hace más de 20 años, es una cuestión que empieza a preocupar ya a la Audiencia. La polémica entre el letrado y el magistrado, y más en un asunto de esta envergadura con dos expresidentes de la Generalitat que se sentarán en el banquillo, empieza a tensionar el asunto de un modo que nadie hubiera deseado. Megía se abstuvo, pero la Audiencia rechazó sus motivos. Sostenían que la enemistad manifiesta debe ser con el acusado y que, además, no había evidencias externas de esa inquina. El siguiente paso ha sido la recusación por parte del penalista, que no quiere que ese juez participe en la decisión sobre su cliente, el empresario Vicente Cotino. Mantiene que su apariencia de imparcialidad está comprometida. Parece lógico ahora el enfado del magistrado. Este mes de marzo podía haberse jubilado, pero pidió la prórroga de dos años. No imaginaba lo convulso que iban a ser estos meses ni que la polémica afloraría en los medios de comunicación con la intensidad que lo ha hecho ni que su nombre sería señalado con acusaciones de semejante envergadura. Demasiado jaleo para lo que debería ser un plácido final de carrera. Ahora, en unos días, tendrá sobre su mesa la posibilidad de aceptar la recusación. Parece lógico que lo haga si ya antes se había abstenido. De esta forma se daría carpetazo al asunto. Pero siempre es posible que sienta esa ligera punzada... Será el orgullo.
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