No hubo trama, ni encubrimiento ni actuación delictiva por parte de la vicepresidenta Oltra ni de su equipo de colaboradores en la gestión de la denuncia por abusos sexuales contra su exmarido. En realidad, no hubo nada. Eso es lo relevante. Una conclusión inmejorable para ... la que fuera líder de Compromís y el resto de investigados. La falta de reproche penal resulta tranquilizadora también para la ciudadanía en el empeño y la necesidad de mantener la confianza en los dirigentes de la Administración. La decisión judicial, no obstante, no ataca el relato de lo que aconteció durante aquel fatídico semestre de 2017. Una menor tutelada por la Generalitat que denuncia un abuso sexual en un centro dependiente de la conselleria de Oltra y protagonizado por el exmarido de la vicepresidenta. La consellera se entera del caso por casualidad, con un escrito judicial que llega a su casa seis meses después de la denuncia. Una versión, la de la menor, que casualmente nadie del entorno de la Administración creyó. Unos hechos que no se trasladan a la Fiscalía ante la ausencia de un protocolo de actuación en casos similares. Tampoco lo había con el PP, cierto. Pero Oltra llevaba ya dos años en la conselleria cuando esto se produce. Y una investigación posterior de la administración, cuando ya estaba abierta la vía judicial, para tratar de aclarar el proceso anterior, el procedimiento seguido en el caso, y que se materializa en un dosier para desacreditar a la víctima. Y todo esto, al final, se salda con una condena por abusos al docente Luis Ramírez Icardi. Cinco años de cárcel que ya cumple en la prisión de Picassent. El juez ha resuelto que tras el telón de esos acontecimientos no hay delito. Perfecto. Asunto diferente es que la actuación de la Conselleria de Igualdad fuera ejemplar. No se puede presumir del resultado. Siempre faltó autocrítica por parte de Oltra. Se enrocó en una defensa de su inocencia abrazada a su gestión, estrategia que se ha demostrado errónea. Esto quizá pudo solventarse con un par de ceses o no. Ahora, delante del portátil, todo resulta más fácil. Incluso hablar de los indescifrables límites de la responsabilidad política. Koldo y Ábalos, Puig y su hermano; Oltra y su ex.
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Lawfare. Los ingredientes anteriores, fundamentalmente la desprotección evidente que sufrió la joven, se configuran como poderosas sospechas en cualquier investigación. Qué menos que abrir una causa penal con ese relato. Créanme, se inician causas con bases más pantanosas. Y aún así hubo cierta contención del juez, que archivó las diligencias a la espera del pronunciamiento del Tribunal Supremo. Fue la Audiencia la que le ordenó comenzar de inmediato la instrucción. Ahí ya entra la minuciosidad del titular del 15 -para algunos- y el carácter prospectivo de sus diligencias -para otros-. El factor humano en la Justicia, asunto que ha copado artículos bajo esta misma firma. Compromís se ha sumado con entusiasmo a esa campaña del lawfare, tan rimbombante como falsa. Eso lo sabe hasta la propia Oltra. Pero la verdad, por desgracia, sólo importa si el relato que emerge conviene al interesado. ¿Qué debía hacer el juez ante los indicios anteriores? ¿Archivarlo para no hundir la carrera política de Oltra? ¿Cuál debería ser el argumento para un sobreseimiento exprés? Quizá que la denuncia procedía de grupos de extrema derecha con un evidente interés político. Pues claro que existía esa finalidad no demasiado oculta, la verdad, que no era otra que arruinar el éxito de Compromís. Pero ese era y es el juego de esta política sucia desde las entrañas. ¿O es que Oltra tenía otro interés, más allá del político, cuando denunció a Marisa Gracia por contratos en FGV? ¿O cuando atacaba a Francisco Camps con el caso Gürtel? ¿O cuando hablaba del desfalco de RTVV? Esas son las tristes reglas del tablero político. Y, de momento, nadie acumula suficiente valor para cambiarlas. Pero las fantásticas teorías de la conspiración son la miel perfecta para los ingenuos. Así que la denuncia de un grupo de extrema derecha se encontró con un juez conservador, una sección de la Audiencia del PP, un TSJ copado por Vox y una fiscal, casualmente de sensibilidad progresista, pero que no dudó en vengarse -vayan ustedes a saber por qué- de la líder de Compromís. Todos ellos actuaron en una misma dirección por un supuesto motivo inconfesable. Se da aquí una paradoja. Los que son capaces de sostener esa tesis pueden, con idénticos argumentos, mantener que hubo una orden oculta de Oltra para silenciar la denuncia. Existen las mismas pruebas. Ninguna.
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La dimisión. La imputación de Oltra en una investigación judicial por un motivo como este dificultaba hasta el extremo su permanencia en el Consell. Hubiera sido un desgaste continuo para el Gobierno, pero también para la propia vicepresidenta, que mostraba evidentes síntomas de cansancio. Lógico desgaste, por otra parte. Este caso tenía una vertiente judicial, pero otra personal, casi de igual o superior dureza. Los políticos son personas, aunque a veces hagan dudar. ¿Qué debió hacer el presidente Puig? ¿Cerrarse en banda con un asunto que la propia Oltra le ocultó, en teoría, porque se trataba de una cuestión personal? Pero Compromís también pudo plantear otra estrategia. Si tanto confiaba en Oltra, había que morir por su lideresa. El tiempo y Baldoví, a partes iguales, han demostrado que es el mejor activo de la coalición. Pero no lo hicieron. Por un lado, salían en su defensa. Por otro, admitían que debía marcharse. El coste político de su dimisión posiblemente fue la pérdida del Botánico. Pero tampoco conviene aquí hacer un ejercicio de política ficción.
Las víctimas. El ruido puede mover el foco del punto de interés. Teresa Tanco es la víctima de este asunto. Una joven que con 13 años sufrió abusos sexuales por parte de la pareja de la vicepresidenta. Mazón le echaba ayer en cara a la vicepresidenta que nunca le hubiera pedido perdón a la joven, hoy mayor de edad. Es cierto. Oltra ha ignorado a la joven desde que se conoció el caso. Al principio, por su obligación de no intervenir en un asunto que afectaba directamente como consellera. Al final, por otro motivo que nunca quiso -tampoco debía- abordar. La vicepresidenta nunca ha creído la versión de la menor. Ni ella ni su entorno. Piensan que Tanco se inventó toda esta historia, que no es trigo limpio. No confían en ella. Lo que nos devuelve a la casilla de salida. La de esta historia y la de este análisis.
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