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Estos días en los que la opinión pública está preocupada por el impacto del poder tecnológico en el poder social y político, olvidamos el poder ... que cada uno tiene como ciudadano, usuario, paciente, fiel, consumidor, cliente, y hasta como individuo. Cada vez es más difícil olvidar las consignas y actuar 'en conciencia'. Hubo un tiempo donde la sociedad era sensible al tema porque existían los objetores de conciencia al servicio militar y disidentes que incluso hacían huelga por razones de conciencia. Hubo un tiempo en el que los objetores eran registrados y se les exigía la prestación civil sustitutoria, para que no se fueran de rositas, para recordarles que el derecho a la objeción de conciencia no era un privilegio segregador de los ciudadanos, sino un privilegio generador o agregador de ciudadanía. La conciencia no es una facultad moral para huir o separarnos de los semejantes, para rumiar la separación o ruptura tendenciosa con los vínculos comunitarios, sino una capacidad para crear, incentivar, movilizar, dinamizar e incrementar la altura moral de la vida social.
Desconcertados por la 'ley Begoña' y la colonización que el sanchismo está haciendo de las instituciones políticas y tecnológicas, se nos ha olvidado que el gobierno tiene intención de elaborar un «registro público de objetores» para profesionales sanitarios que 'en conciencia' se opongan a realizar prácticas de eutanasia (art. 16.2 de la LORE). Además de incluir la cláusula de conciencia, esta ley exige que los declarantes se inscriban en dicho registro, que en su aplicación inicial fue recurrido ante el constitucional y que algunas autonomías pusieron en marcha sin las debidas garantías.
Por supuesto, sin contar con el derecho comparado porque en el control de la conciencia de los profesionales, el sanchismo ha querido ser pionero. El resultado es el desconcierto en el ámbito social y sanitario porque el propio constitucional (STC 151/2014) matizó que no se protegía suficientemente la confidencialidad de los datos registrales. Ahora bien, esta perplejidad, despotismo y desconcierto con la que vivimos en el mundo social y sanitario es una muestra del poco interés que tiene la sociedad por las cuestiones de conciencia moral. Como si no importara la privacidad, las motivaciones de la conciencia, las represalias en los lugares de trabajo o la estigmatización o señalamiento de quienes quieren actuar 'en conciencia'. Igual que Arendt describió el indoloro ascenso del totalitarismo en la conciencia de profesionales como Eichmann en términos de 'banalidad del mal', las nuevas generaciones se encuentran a las puertas de una engolosinada banalidad de la conciencia moral.
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