Uno de los éxitos que puede atribuirse el gobierno español durante su presidencia de la UE ha sido la aprobación del reglamento sobre el uso de la Inteligencia Artificial. En la madrugada del pasado sábado 9, los 27 estados miembros y el Parlamento europeo se ... pusieron de acuerdo para conseguir la primera normativa mundial que regulará los riesgos en el uso de la Inteligencia Artificial. A diferencia del modelo norteamericano o chino, el modelo europeo ha buscado un difícil equilibrio entre la protección de la intimidad y el bien común, es decir, una mediación de riesgos entre el laissez faire mercantil de los algoritmos y el control estatal o supervisión partidista de la dataficación.
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Aunque aún no conocemos la letra pequeña, había consenso en los principios que debían inspirar su redacción. Además de la transparencia y confiabilidad, había consenso respecto a la necesidad de que las decisiones algorítmicas sean 'explicables' y 'justificables'. También lo hubo sobre la necesidad de que las administraciones públicas desempeñen un papel importante, lo que supondrá toda una hornada de funcionarios y servicios especializados en gobernanza algorítmica.
Asistimos a unos cambios acelerados de consecuencias culturales difícilmente previsibles. La aceleración es difícil de digerir, desatiende y mecaniza el mundo moral. Son cambios forzados por una economía digitalizada, aliada con un neoliberalismo progresista que se traduce en un curioso turbocapitalismo de izquierdas. Alimentado por el permisivismo consumista y el relativismo moral, se celebra esta globalización sustituyendo al ascético marxista por el inconformista progre y caprichoso. Si a ello se añade la nueva mitología de los derechos civiles que rompen con tradiciones, identidades, comunidades y todo aquello que suponga un límite moral a los deseos, el cóctel cultural que se avecina puede ser explosivo.
Es una pena que la obsesión por el reglamento haya impedido plantear el reto europeo de la desvinculación, la fragmentación de relaciones y la soledad estructural que se avecina. Algo que anuncia la última encuesta del CIS, donde más del 80% de los encuestados vaticina mayor aislamiento, soledad y desigualdad, donde el universo digital no solo cambiará el trabajo, también incrementará las desigualdades, la vulnerabilidad y el aislamiento. Parece que la confiabilidad de la que hablan los reguladores no es la de los vínculos sociales sino la de las máquinas. Estaremos técnicamente más conectados, legalmente más regulados, ¿acaso más solos?
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