Un profesor me pidió que buscara un texto para leer en clase con los alumnos después de las inundaciones. Cuando aún estamos sobrecogidos por la catástrofe y emocionalmente afectados, no resulta fácil encontrar textos que permitan plantear con serenidad la relación entre la actividad política ... y la praxis científica. Y resulta más difícil todavía cuando introducimos la variable comunicativa donde intervienen los profesionales de la polarización sistemática en todos los espacios públicos de comunicación, es decir, cuando declina el horizonte de verdad y responsabilidad en la vida democrática.
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No acudí al impacto ético y político que tuvo el terremoto de Lisboa (1755), tampoco me remití a Hans Jonas cuando vincula la promoción de la responsabilidad con factores tan humanos con la curiosidad, la precaución, la prudencia y el miedo (1979). Aunque tuve la tentación de buscar algunos textos de Vaclav Havel, Hannah Arendt, Karl Jaspers o Albert Camus porque afrontan las relaciones entre culpabilidades o negligencias personales y responsabilidades políticas, preferí retomar las conferencias de Max Weber donde analizaba el factor vocacional y ético de dos ámbitos básicos de la actividad humana: la profesión política y el quehacer científico. En el invierto de 1919, la Asociación Libre de Estudiantes de la Universidad de Munich le encargó dos conferencias sobre la política y la investigación científica como vocación.
Aunque siempre he mantenido que todo universitario debería conocer estas conferencias, con el paso del tiempo considero que a los diputados de cualquier parlamento se les debería exigir esta lectura. Si los asesores que acompañaban a Sánchez en su vuelta de la India y los miembros del Centro de Cooperación Operativa Integrada (CECOPI) hubieran leído antes del día 29 estos textos habrían descubierto el valor de la responsabilidad moral no sólo como cálculo utilitarista de consecuencias, sino como riesgo personal, como determinación prudencial y como coraje decisional. La hubieran planteado no sólo en términos formalizados o burocratizados de protocolos, instrucciones o procedimientos metódicamente regulados, sino en términos de liderazgo moral. No sólo aplicado al quehacer técnico y científico, donde meteorólogos e ingenieros nos ayudan a batallar contra el azar para prevenir catástrofes y dominar la naturaleza, sino al quehacer administrativo, mediático, cultural y político donde hay que resistirse a las ocurrencias, los caprichos y tentaciones que acechan cualquier decisión razonable. Un liderazgo de héroes trágicos que se mide por la capacidad de mirar de frente las realidades de la vida, soportarlas y estar a su altura; que además de competencias profesionales exige tanta pasión como mesura.
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