Las vacaciones no han servido para serenar los ánimos en el debate político y la crisis migratoria seguirá condicionando el curso político. Nos fuimos sin hacer los deberes y el conflicto de competencias entre las autoridades públicas está servido. No me refiero solo a las ... discrepancias entre el gobierno central y los autonómicos, incluyo también la creciente tensión entre los diferentes niveles de la administración de justicia (fiscales, jueces, tribunales, cárceles) y el sistema socio-sanitario. Unas discrepancias y desacuerdos que muestran cierta miopía cultural e inmadurez de criterios éticos con los que afrontamos la integración y el flujo intencionadamente desestabilizador de inmigrantes. No hace falta preguntar a los mal pagados educadores o trabajadores sociales que gestionen los centros de menores, el propio canciller alemán Olaf Scholz ha reconocido que con la política migratoria nos jugamos «el modo de vida liberal».

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Ha tenido que ser este verano en Sollingen, después del atentado múltiple perpetrado por un refugiado sirio que se proclamó miembro del Estado Islámico, cuando nada menos que un líder socialdemócrata ha reclamado «el valor del modo de vida liberal». Tanto la izquierda como la derecha deberían tomar nota de las palabras de Scholz y reconocer la importancia del «modo de vida liberal» en cualquier propuesta de política migratoria. Los grupos de izquierda porque intencionadamente desprecian todo lo que significa una democracia liberal y el pluralismo de una sociedad abierta, los grupos de derechas porque descargan de cultura conectiva y hábitos del corazón su individualismo comunitariamente anémico.

Para articular el modo de vida liberal con una sólida política migratoria deberíamos ser menos simplistas y cainitas en el diseño de las políticas públicas. Al ser un tema vertebral y transversal, afecta a todos los departamentos de la política europea y a todos los sectores profesionales de nuestra sociedad. De nada vale regar de millones a las élites del mediterráneo si no tienen ningún interés en universalizar el modo de vida liberal con el que sueñan sus compatriotas. De nada vale decir que la culpa la tienen 'los otros' que no identifican el «modo liberal» con el «modo progre». De nada vale consensuar el reparto de inmigrantes si no hay responsabilidades claras en el diseño, desarrollo y aplicación de los criterios administrativos. De nada vale reducir el problema a su dimensión policial (seguridad), económica (crecimiento) o laboral (empleo). Es radicalmente cultural y moral porque, bien entendido, el modo de vida liberal siempre ha sido, casi casi, un quijotesco credo de combate.

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