La muerte de un joven francés en un altercado con la policía fue el detonante de una nueva ola de disturbios en Francia. En los ... suburbios de Paris y algunas calles de Marsella las televisiones nos mostraron escenas de violencia callejera preocupantes. Los detenidos eran, en su gran mayoría, jóvenes de segunda o tercera generación de inmigrantes que afirmaban no sentirse franceses y consideraban que el estado les había dado la espalda. Aunque la reacción justificara los primeros incidentes, la duración de los disturbios y la intensidad desproporcionada apuntan a causas relacionadas con el modelo de integración con el que, hasta la fecha, han trabajado las autoridades francesas.
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Los analistas han señalado el mantenimiento y aceptación de guetos con población inmigrante y empobrecida. Han señalado la existencia de zonas en las que casi no tiene acceso la policía, barrios donde el mercado de la droga imponía sus propios códigos. No es fácil gestionar y administrar las políticas sociales en estos barrios. Las autoridades han puesto en marcha planes de intervención con gran cantidad de recursos institucionales para facilitar la integración. En este sentido, el estado francés lleva muchos años dedicando grandes partidas presupuestarias para que estas personas no sólo sean acogidas y regularizadas sino para que se sientan ciudadanos franceses, para que se identifiquen con los valores de la república. Además de instalaciones deportivas, sociales, educativas y sanitarias, el estado ha elaborado planes de política social destinados a la integración.
La evaluación de los planes analiza la integración como un proceso mecánico e instrumental, es decir, como un proceso de inversiones, instalaciones, funcionarios y servicios estatales. No siempre son conscientes de que las comunidades locales estaban construyendo modos de vivir, hábitos y tradiciones que no son propios del estado republicano francés. Por un lado, una administración neutral, funcionarial, burocráticamente anquilosada sin la ilusión republicana de otros tiempos; por otro, comunidades con religiones diferentes, prácticas identitarias y sueños nacionales diferentes. Por un lado, los viejos funcionarios partidizados, por otro, las nuevas generaciones atomizadas y feudalizadas. Este modelo no es el propio de una democracia liberal avanzada, modelo que cada día necesita más lo que Jacques Maritain llamó una 'fe secular democrática'. No se trata de una 'religión civil' o 'fe' religiosa sino la articulación pluralista de unas convicciones compartidas con la mente y con el corazón. Es un reto práctico para las nuevas democracias, como 'carta democrática' y convicciones de inspiración común. Lo llamó un común credo humano: 'el credo de la libertad'.
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