Las declaraciones que está realizando Manuel Chaves después de que el Tribunal Constitucional dictara su exoneramiento de responsabilidad en el mayor caso de corrupción de nuestra historia, deberán estudiarse en la Ética Política para mostrar la ausencia de pudor, vergüenza y escrúpulo en la ejemplaridad ... pública. En lugar de anunciar cómo restituir los 680 millones malversados y mantenerse callado o agradecido, este expresidente de la Junta de Andalucía y del PSOE, no para de hablar y mostrarse orgulloso. En las declaraciones de la semana pasada arremetió contra el PP diciendo que todo era un montaje y esta semana en Canal Sur ha recordado que la sentencia que lo condenaba a 9 años de inhabilitación «está anulada».

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Después de la condena firme en la Audiencia de Sevilla y la ratificación del Supremo, con 9 años de inhabilitación por un delito de prevaricación, se le ocurre decir que todo era una operación política y mediática. De la misma manera que Francisco Camps se llevó al juicio 'El chivo expiatorio', libro de René Girard, Chaves tendría que haberse llevado la 'Tetralogía de la Ejemplaridad' de Javier Gomá. En lugar de analizar todas las posibilidades que ofrece la teoría del chivo expiatorio para reconocer la importancia y valor de la víctima inocente, Chaves ha preferido sacar a pasear su orgullo. Ha preferido mostrar que la aritmética constitucional puede más que la conciencia sacrificial.

Tenía la posibilidad de haberse callado, mostrar humildad y respeto. En lugar de acudir a una ejemplaridad pública que entonces no practicó, podría haber expresado una ejemplaridad privada para mostrar cierta dignidad en el oficio político. Quienes conocen historia y detalles del caso, y sobre todo la espiral del silencio en la presión administrativa del entramado que se organizó en la Junta, comprobarán las malas artes aplicadas en la remoción de los funcionarios,el tóxico ambiente que presidía determinados servicios y un liderazgo sin pudor ni vergüenza. Sería importante dar la palabra a la juez Mercedes Alaya y todo su equipo para mostrar el poco respeto a los hechos y la verdad. Más que un acto de ejemplaridad política, su dimisión fue un acto de presión pública o partidista porque aquella justicia de entonces lo puso contra las cuerdas. Han pasado solo cinco años y nos cuesta creer que la justicia de ahora sea la misma. Además, el informe de la Comisión Europea se lo acaba de recordar al gobierno. Nos tememos que, como Horacio sentenció en el acto primero de Hamlet: «algo huele a podrido en Dinamarca».

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