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Cuando el pasado miércoles por la tarde apareció la noticia de que el presidente Sánchez se había dirigido a la ciudadanía de manera epistolar, las reacciones fueron muy diferentes. Antes de conocer la carta, comenté a mis alumnos que no prejuzgaran lo escrito porque en ... la Ética contamos con una tradición epistolar importante. Aunque algunos recordaban la tradición de Aristóteles cuando se dirigió al joven Nicómaco, también de manera literaria, otros se preguntaban por la relación que podía darse entre las 'Cartas persas' con las que Montesquieu cuestionó las costumbres de la monarquía francesa en el siglo XVIII. No faltaron quienes recordaron a Descartes y la correspondencia con Isabel, donde no solo se escribía sobre Matemáticas y Física sino donde aparecen reflexiones sobre la Fortuna y las pasiones. Y aquí es donde les recordé la importancia de otras cartas valiosas en cuya tradición quiere integrarse nuestro presidente.
Me refiero a Séneca y sus 'Cartas a Lucilio'. Es la tradición estoica del primer siglo de nuestra era que tan buenos frutos ha dado en la política española de todos los tiempos. Algún alumno que accedió a la carta comentó que el único autor citado era Umberto Eco, al que se remitía para apropiarse del concepto de 'máquina del fango'. Aunque Eco era italiano, igual que Lucilio, parece ser que Sánchez no meditaba sobre la indiferencia ante la muerte, la valentía del sabio o la persecución de la virtud como bien supremo. En realidad, esta carta parece un premeditado recurso para acelerar la polarización. A diferencia de las propuestas morales de Séneca que aconsejan sobre la virtud y el buen gobierno, aquí la clave literaria e interpretativa está activación de filias y fobias.
Hay razones para pensar que nos encontramos ante un recurso ingenioso para acelerar la polarización. Cinco argumentos que refrendan esta interpretación. En primer lugar, la descripción de un proceso de victimización donde Sánchez aparece como chivo expiatorio (Girard), con ello se pone a prueba la solidaridad de la tribu. Segundo, cualquier psicoanalista descubriría problemas de conducta infantil, adolescente y narcisista. La victimización y el narcisismo del relato ponen de manifiesto una voluntad de psicologizar la ética política donde el problema no está en una reconocida y valorada dimensión humana de la profesión sino en la psicología del personaje. En lugar de entender la política como ejercicio profesional donde se rinden cuentas, se plantea la profesión en términos reduccionistas, simplificadores y emocionales: no caben medias tintas. También utiliza el factor dramático del poder desapareciendo de la escena, no solo para que los ciudadanos imaginen el caos, sino para sorprender a un auditorio entregado y embobado.
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