Ha comenzado la carrera para limitar el uso de pantallas y dispositivos móviles en el ámbito educativo. El Ministerio de Educación aprobó esta semana un ... proyecto de ley antipantallas que remitirá al Congreso para que, si lo tiene a bien el presidente, se debata en algún momento. Varias comunidades autónomas de diferente signo político preparan la redacción de normas no solo para recomendar o limitar, sino para prohibir el uso de pantallas antes de los 7 años, regulando un uso gradual y supervisado. La aceleración con la que se colonizó hace más de dos décadas a los centros educativos para emborrachar a la comunidad con tabletas, portátiles y dispositivos digitales se ha frenado en seco. La adquisición acelerada de competencias digitales se vendió como un peldaño más del progreso educativo y se invirtieron millonadas para la formación instrumental de docentes con la ingenua vitola de progresistas.

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Igual que sucedió con la tramposa aplicación de la LOGSE, haciendo creer a la comunidad educativa que con las cajas rojas de la educación comprensiva llegaba el progreso, muchos creyeron que no sería necesario aprender a leer, escribir, calcular, memorizar y hasta pensar, porque los dispositivos lo harían por nosotros. Tampoco era necesario gestionar la frustración, entrenar la voluntad o centrarse en las habilidades emocionales y competencias cognitivas.

Se ha frenado en seco la digitalización de las prácticas educativas porque disponemos de evidencias sobre el impacto negativo de las pantallas en la infancia y adolescencia. Un impacto negativo que se produce en todos los ámbitos y no sólo en los educativos, sino en los familiares, sociales y culturales. Hay investigaciones sobre las consecuencias de la hiperestimulación, las alteraciones neuronales y la generación de procesos que modifican la atención. Con ello, en la persona, se modifica lo que cognitivamente son los ámbitos de la verdad y la libertad. Recordemos que la 'Asociación Española de Pediatría' recomendó que los padres y educadores ajustáramos el uso de los dispositivos a las edades adecuadas. La aplicación indiscriminada de los dispositivos, además de alterar el sueño o la alimentación, altera el funcionamiento neuronal, incrementa la fatiga visual y el riesgo cardiovascular. Algún día nuestra comunidad educativa descubrirá que el avance en los aprendizajes, la mejora de la comunicación o el progreso social no dependerán de las habilidades con las que manejemos los dispositivos digitales o herramientas técnicas, sino de nuestra capacidad para transmitir el asombro, la gracia, el arte o lo instrumentalmente inútil y, sin embargo, valioso para una vida digna.

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