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Esta semana han coincidido en Valencia varias figuras importantes del periodismo. El martes Luis Ventoso presentó un diagnóstico de la relación entre las libertades propias ... de una democracia avanzada y el poder político. Incidió en la importancia del periodismo de investigación en la búsqueda de una verdad que el poder político no siempre quiere aceptar o transmitir. El miércoles José Antonio Zarzalejos continuó con el análisis de las relaciones entre los medios y la democracia, centrándose en el tema en la libertad de expresión. No se limitó a recordarnos el valor de la libertad de expresión, analizó lo que llamó las 'mutaciones' que se han producido con la digitalización, prestando especial atención a la desaparición de los grandes consensos que hicieron posible la UE o las transiciones a la democracia. No se trata de una simple transformación producida por los cambios sociales, tecnológicos o políticos, se trata de una mutación en toda regla por una razón muy sencilla: el negocio de la polarización.
La cizaña vende, el enfrentamiento vende, la carnaza vende y el retorno a la dialéctica amigo/enemigo de Carl Schmitt preside el debate cultural y político. En 2004, ante la posibilidad de que la sociedad española creciera en la moderación y el consenso para el disenso de la transición, Zapatero descubrió el poder de la polarización inducida de la desmemoria histórica guerracivilista. Cuando esa polarización se establece como regla de oro, el resultado es previsible: volvemos a la tribu, retornamos a una emocionalidad epidérmica primaria más propia del salvajismo de la edad de piedra que del humanismo de la edad de la palabra.
Aunque el ciudadano medio esté convencido del valor de los consensos, la tecnocracia dominante (gobierno de las tecnológicas) se alía con la Infocracia cotidiana (gobierno de las redes) y la cultura que consumimos termina favoreciendo comportamientos tribales. El ethos democrático se resiente porque en lugar de aprovechar la libertad de expresión para limar los desacuerdos, la utilizamos para establecer líneas rojas y cordones sanitarios. Lo estamos viendo en la cultura de la cancelación que condena a la guillotina mediática cualquier opinión discrepante. El cáncer de la polarización y la nueva inquisición que nace de la cancelación no se cura con el libertarismo propio del populismo derechista. Recordemos que no todas las opiniones valen lo mismo y el anarquismo opinativo se apunta a la nietzscheana máxima de que todo son opiniones y relatos. Desprecia la realidad y no sólo evita una razonable deliberación pública, sino el bien escaso del matiz y el buen gusto.
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