La gestión del turismo se ha convertido en un problema prioritario de política pública. La patronal puso en marcha una campaña con el lema 'todos somos turistas', mostrando su preocupación por el virus de la 'turismofobia' que amenaza la vida económica y financiera. No es ... un fenómeno aislado que padecen algunas ciudades como Barcelona, Mallorca o Valencia, tiene dimensiones globales. No hace falta que hagamos memoria de Venecia, para recordar que las manadas de turistas son cada vez más habituales y sorprendentes. Recordemos que solo en nuestra comunidad, en agosto se ha incrementado un 15,7% el número de turistas internacionales, casi millón y medio de visitantes más que el año anterior. Si añadimos el problema de los apartamentos turísticos, la gentrificación (transformación urbana por desplazamiento de habitantes que se produce por turismo intensivo en una zona) y las transformaciones del tejido social que el turismo masivo conlleva, estamos asistiendo a la 'turistificación del mundo'.
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La campaña tiene un lema sorprendente porque la condición de viajero, peregrino, migrante, aventurero, estudiante o nómada, es muy diferente a la del simple turista. Ha mostrado una dimensión mercantil y económica en el problema, que siendo importante, no es la única. El fenómeno se puede simplificar y algunos hablan de 'fetichización del turismo', trasladando a la economía turística toda la crítica de Marx a la «fetichización de la mercancía». Sin olvidar el tema de la tasa turística, algunos llegan a proponer un carnet que controle nuestra huella ecológica y fiscalice nuestra movilidad. Los profesionales del sector turístico no sólo deberían fijarse en la figura industrial del turista consumidor, sino en el valor antropológico y cultural de la movilidad. Una gestión justa no puede improvisarse. Además de turistas, somos contribuyentes, vecinos y hasta pacientes ciudadanos. Falta una gestión ética adecuada porque la movilidad afecta a todas las políticas de proximidad. Nuestras ciudades no pueden ser parques temáticos sin alma donde las calles están colonizadas por franquicias globales donde se come, se bebe y se compra lo mismo. Además de explorar fórmulas con la sociedad civil, los responsables políticos y empresariales deberían promover buenas prácticas en la gestión de las identidades viajeras. Un mundo sin fronteras para el capital y con fronteras o muros para las personas exige afrontar el turismo desde la movilidad de identidades, añadiendo la 'turística' a las otras cuatro movilidades con las que Michael Walzer describió nuestro mundo: la política o ideológica, la social o de clase, la geográfica o de patria y la marital o conyugal.
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