Con la finalidad de celebrar el 45 aniversario de la Constitución, este periódico celebró el pasado lunes un acto conmemorativo en el que participaron los líderes políticos y representantes de la sociedad valenciana. Se apeló al concepto de sociedad civil, incluso el propio presidente Carlos ... Mazón utilizó el término porque considera necesario «tender puentes con la sociedad civil». Ahora que la ley de amnistía amenaza con dar la puntilla al régimen del 78 y consolidar la deriva autocrática de Sánchez, es importante mantener con vigor las energías de concordia y consenso que aún animan la Constitución. Aunque la travesía por el océano de las instituciones europeas esté llena de obstáculos, la navegación en nuestro estado de derecho está condicionada por los remeros de la sociedad civil.
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Con independencia de las fuentes que alimenten a los remeros, es importante mantener nuestra fe en la ética civil. Algo difícil cuando las administraciones públicas del capitalismo de la vigilancia tienden a colonizar los mimbres institucionales o cuando el universo digital inocula el virus cancerígeno de la polarización. Aunque la tradición hegeliana y gramsciana piensa la sociedad civil como el espacio relacional que existe entre el individuo y el estado (corporaciones, gremios, colegios profesionales), la tradición iusnaturalista piensa el concepto en términos de tejido asociativo natural del que emergen los cuerpos intermedios (empresas, clubs, casinos, ateneos). En la tradición personalista recordamos las fuentes aristotélicas y paulinas para describirla como un espacio de amistad cívica y comunidad de memoria que mantiene los vínculos éticos de la vida en común (comunidades familiares, vecinales, voluntariado, confesiones religiosas, sector no-lucrativo).
La gravedad de la situación exige tomarse en serio todos y cada uno de los espacios públicos de participación significativa que vertebran la sociedad civil. No basta una apelación frívola o epidérmica. Necesitamos propuestas de virtud cívica y cierta ejemplaridad moral ante nuestros hijos o nietos, incluso para ser sinceros con nosotros mismos. Estos días hemos visto apelaciones nostálgicas, como si el vigor y la fuerza de la sociedad civil en la democracia liberal se alimentara de la nostalgia, el pasado y de la melancolía. También hemos visto apelaciones románticas, como si la recuperación de un horizonte de igualdad ciudadana se resolviera con la movilización callejera. Incluso hemos visto apelaciones heroicas que ignoran el entramado institucional de los pueblos, invitando a una resistencia individual sin la virtuosa rutina del compromiso comunitario. Aunque la vigorización y la consecutiva movilización no sean vistas por algunos activistas como políticamente suficientes, siempre serán éticamente necesarias.
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