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La nostalgia del centro

La despedida en el Congreso al futuro líder del PNV, Aitor Esteban, pone de relieve la imperiosa necesidad de recuperar un espacio moderado entre los bloques

ALBERTO SURIO

Sábado, 1 de marzo 2025, 23:21

La imagen de bronca en la cita entre Donald Trump y Volodímir Zelenski ha sido la guinda de una semana de infarto en la política ... internacional. El brutalismo del presidente norteamericano rompe todos los códigos del Derecho Internacional y las convenciones de la diplomacia. Si no hubiera habido decenas de miles de muertos en esta guerra en los campos ucranianos, el episodio de esta 'paz por territorios y riquezas naturales' sería un ejercicio de obscenidad en directo. Que Trump responsabilice al líder ucraniano de alentar el estallido de una tercera guerra mundial resulta una inmoralidad insoportable cuando el agresor, Vladímir Putin, sale blanqueado y bendecido de esta película de terror.

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En España, la lucha por el poder entre el PP y el PSOE no permite ver con nitidez el amplio territorio de acuerdo que existe entre los partidos 'centrales', democristianos y socialdemócratas, para evitar la capitulación humillante de Ucrania; es decir, para no premiar al agresor, el ultranacionalismo ruso. Sobre eso, y sobre la necesidad de que la UE incremente sus presupuestos de Defensa, hay acuerdo de fondo, pero el ruido no permite escucharlo.

El teatro de representación en el que está inserta la política española oculta ese terreno central y reproduce las fuertes tensiones en cada uno de los bloques. Los socialistas van a tener serios problemas en sumar a algunos de sus aliados de izquierda en el mismo eje teniendo en cuenta los recelos históricos que plantea cualquier incremento del gasto militar. Y el PP también puede encontrar un serio escollo con el trumpismo de Vox.

La gran coalición entre democristianos y socialdemócratas en Alemania devuelve la política al cauce central aunque habrá que ver si sirve para marginar y achicar el agua a los extremismos. En todo caso, el movimiento exhibe una cierta nostalgia del centro perdido, ese que Steve Bannon, el ideólogo del trumpismo, ha dado por muerto. La radicalización creciente de una parte del espacio político somete al mapa de las alianzas en Europa a un fuerte estrés. Los grandes partidos moderados deben hacer frente a la ola reaccionaria que todo lo invade y plantear una respuesta que sea eficaz.

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La semana de la política española ha ofrecido tres imágenes relevantes. La primera, la de Aitor Esteban despidiéndose como portavoz del PNV en el Congreso en el último pleno de control en el que participaba. El elogio del presidente Sánchez y la ovación de una parte de la Cámara pusieron el foco en esa añoranza del centro perdido. Un papel que podría volver a recuperar el PNV liderado por Esteban, al menos en un escenario posterior a la salida de Sánchez del poder siempre y cuando esté desactivado el factor Vox. Un aspecto que condiciona la política de alianzas y una eventual reorientación de la legislatura hacia el centroderecha.

La segunda imagen es la de la exnovia de José luis Ábalos, Jésica Rodríguez García,que ha decidido no tirar de la manta en su comparecencia en el Supremo al intentar desvincularlo de cualquier irregularidad, pero que tuvo que acabar por reconocer que cobró de empresas públicas sin llegar a trabajar nunca en ellas. El testimonio llena de bochorno y constituye un escándalo que revela la gravedad del caso que la Justicia tendrá que dilucidar. Políticamente es un asunto demoledor, con independencia de las derivadas penales que pueda tener.

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El tercer personaje es Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana, políticamente amortizado por su incapacidad manifesta para liderar la situación después de la dana y que ahora busca su exculpación penal de la instrucción abierta por la jueza de Catarroja. Que Mazón haya cambiado tantas veces de versión constituye un ejercicio patético de supervivencia que pone de relieve la inexplicable decisión de su partido de mantener su apoyo. El PP está erosionando gravemente su crédito al no querer asumir este asunto de forma tajante y jugar a las medias tintas. Si el PP pensaba que el asunto se diluiría en un magma de exigencia colectiva de responsabilidades, se ha equivocado. Para Feijóo constituye una prueba de liderazgo de la que puede salir tocado.

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