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Conforme se va conociendo con todo lujo de detalles lo que ocurrió la fatídica jornada del 29 de octubre, más fácil es llegar a la ... conclusión de que ninguna de las administraciones públicas competentes estuvo a la altura del descomunal desafío que se planteó a las autoridades valencianas. Y para el que, como es evidente, no estaban mínimamente preparadas. Hasta ahora, el debate político ha girado en torno a si la mayor cuota de culpa hay que atribuírsela a la Generalitat -como responsable de las emergencias- o al Gobierno central -por no haber activado de oficio los mecanismos que le hubieran permitido asumir el mando directo de las operaciones-. Pero poco se ha hablado de la actuación de los alcaldes de los municipios que se vieron afectados por la riada. Tanto los de la cuenca del Magro como aquellos por los que discurre la rambla del Poyo. Con honrosas excepciones -como el primer edil de Utiel, que ya por la mañana suspendió las clases en los colegios de su localidad-, la inmensa mayoría tampoco se apercibieron de la gravedad de los hechos que estaban a punto de cambiar la fisonomía de sus pueblos y de acabar con la vida de muchos de sus vecinos. Advertidos desde el mediodía de la crecida de los caudales, no tomaron las medidas de prevención que estaban en su mano y que tal vez hubieran evitado muchas de las desgracias que se vivieron en las siguientes horas. Por Catarroja, por ejemplo, el Poyo bajaba ya antes de comer con un caudal fuera de lo habitual, atiborrado de cañas, lo que era un presagio de lo que podía suceder. No es cuestión en este momento de buscar excusas a la intervención del ya tristemente famoso CECOPI, que reaccionó tarde y mal. Ni de minimizar la falta de información fiable procedente de la Confederación Hidrográfica del Júcar, cuyo presidente sigue desaparecido más de un mes después de la tragedia. Pero sí que hay que poner en su justo término la reacción de los alcaldes, que si en los días posteriores se han desvivido por ayudar a sus vecinos y por conseguir ayuda para sus pueblos, en las horas más dramáticas tampoco tuvieron la lucidez de prevenir para no tener que curar. El 29-O fue el mayor desastre natural del siglo en España, la peor riada que ha sufrido Valencia, un suceso terrible frente al que era muy complicado saber responder con prontitud y eficacia. Todo eso es tan cierto como que ni las autoridades autonómicas, ni las centrales ni las locales superaron tan exigente examen.
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