Es conocido el perfil universitario de Juan Pablo II y Benedicto XVI y la altura de su magisterio sobre el sentido, la identidad y la ... misión de la Universidad. Francisco continúa las enseñanzas de sus predecesores aplicadas al actual contexto que él mismo denomina de «cambio de época» marcado por una grave crisis antropológica, social y ambiental.
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Para Francisco, la Universidad de hoy se debate en una tensión dinámica entre pasado, presente y futuro. Como heredera del pasado, la Universidad debe continuar siendo la institución que conserva el saber, la memoria y la cultura y las transmite a las nuevas generaciones; debe mantener el fuego vivo de la tradición, que nos identifica, caldea nuestro espíritu y nos ilumina para emprender, a partir de él, nuevos caminos. Pero la función de la Universidad no se queda ahí; su misión también consiste en escrutar el tiempo presente, discernir los signos de los tiempos, interpretar la realidad y enseñar a hacerlo. No puede dedicarse a reproducir y transmitir acríticamente los paradigmas dominantes de la actualidad como son la cultura del descarte, el paradigma tecnocrático, la globalización de la indiferencia, el pensamiento débil, el relativismo ético y la mediocridad y aburrimiento de una existencia conformista. La misión de la Universidad debe proyectarse, pues, hacia el futuro y ser capaz de proponer caminos nuevos y provocar lo que Francisco denomina en la Veritatis Gaudium una «revolución cultural» un cambio radical de paradigma, redefiniendo desde la verdad y el encuentro fe-razón, el modelo de desarrollo y de progreso que nos hemos dado. Se trata de perseguir, a través de la Universidad, un nuevo humanismo capaz de generar una nueva etapa.
Para contribuir a orientar este cambio de época hacia el bien, la Universidad debe cumplir con su misión específica de enseñar, investigar y transferir a la comunidad el conocimiento. La primera función de la Universidad es enseñar, pues es esencialmente una comunidad académica de maestros y discípulos o, como afirmaba el Cardenal Newman en su obra 'The idea of a University', un centro de formación de personas. Para Francisco, la formación que debe ofrecer la Universidad es integral y llegar a todas las potencias de la persona: mente, corazón y manos. Y ello, en armonía: pensar lo que se siente y se hace; sentir lo que se piensa y se hace; hacer lo que se piensa y se siente. Formar la mente, como afirmaba Benedicto XVI, proponiendo una inteligencia abierta, que vaya más allá de lo meramente científico y tecnológico, alejada de los rigorismos inflexibles, capaz de discernir los signos de los tiempos, iluminada por la verdad, la belleza y el bien para afrontar los nuevos retos. Formar el corazón del universitario, infundiendo en él la pasión por la verdad y la inquietud por el bien y la justicia; formar las manos, liberándolas del afán por tener y poseer para actuar a la altura de la realidad y no de las ideologías y poner en práctica lo que la inteligencia y el corazón han aprehendido.
La misión de la Universidad también es investigar pues es un centro de investigación donde se ensanchan las fronteras del conocimiento, se avanza hacia el bien y se proponen nuevos caminos. Francisco reclama un impulso renovado por la investigación en la Universidad que debe llegar al hombre contemporáneo concreto, atender sus necesidades de desarrollo personal y social y aportarle herramientas intelectuales que planteen nuevos paradigmas de acción y de pensamiento. Quiere una Universidad peregrina y en salida, que no se conforme con lo que tiene y que sale de la patria de sus convicciones y de sus costumbres, hacia lugares inexplorados. Como les decía a los jóvenes universitarios en Lisboa en la jornada mundial de la juventud, una Universidad que se confronta con las grandes preguntas, que no se contenta con respuestas simplistas e inmediatas, sino que las busca profundas y duraderas e invita a emprender un viaje, a superarse a sí mismos e ir más allá.
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Y, por último, la Universidad tiene como misión restituir a la sociedad los beneficios que ha recibido. El conocimiento debe ser acogido con responsabilidad y hacerlo fructificar en favor de los demás, especialmente de los más débiles. El título universitario no es una licencia para construir sólo el bienestar personal sino un mandato para dedicarse a una sociedad más justa, más inclusiva y más desarrollada.
También la Universidad está convocada a celebrar este año santo y ser, más que nunca, la Universidad de la esperanza, que va desvelando un mundo nuevo, más solidario, más humano, más justo; que propone otros senderos alejados del egoísmo, el descarte, la indiferencia y la injusticia y que está atenta al dolor de los hombres, pero sin borrar la esperanza hacia una nueva era.
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