La vulnerabilidad humanizadora
ÁLVARO LÁZARO
Sábado, 22 de marzo 2025, 00:00
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ÁLVARO LÁZARO
Sábado, 22 de marzo 2025, 00:00
Hace poco mantenía una conversación con un amigo. Hablamos de todo. La amistad no entiende de profundidades inaccesibles. Hice énfasis en ponernos límites, ya que ... en ocasiones nuestra mente es capaz de superar con creces a nuestro cuerpo y podemos acabar rompiéndonos. Nos motivamos demasiado sin estar aferrados a la realidad de carne y hueso. Él me aludió a la dopamina como una de las principales causantes de esa motivación.
Mi amigo no andaba nada equivocado, ya que la dopamina es la hormona por excelencia de la motivación. Una transmisión cerebral adecuada de dopamina es esencial para crear un estado de motivación que permita buscar recompensas. No es de extrañar entonces que, los gurús del desarrollo personal - incluidos aquellos de Silicon Valley -hayan hecho tanto hincapié en esta molécula con tanta potencialidad ¿Sabéis que un incremento de dopamina está relacionado con una mayor creatividad? Sí, las ideas fluyen tras una inyección de dopamina. No solo esto, sino que también se ha podido ver cómo, un desequilibrio en las proporciones fisiológicas de esta molécula, está relacionado con enfermedades que nos atañen cada vez más.
Sin duda, una de las enfermedades donde la dopamina cobra una importancia significativa es el Parkinson. La enfermedad de Parkinson es el trastorno neurodegenerativo más común donde las neuronas encargadas de sintetizar esta molécula decaen. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, esta enfermedad se ha duplicado en los últimos 25 años, afectando actualmente a más de 8,5 millones de personas alrededor del mundo. Hay ciertos factores de riesgo - incluyendo la edad, el sexo masculino y algunos factores ambientales - que contribuyen a su desarrollo. Por su parte, los síntomas más característicos de esta patología son: lentitud de movimientos, temblor, movimientos involuntarios, rigidez, dificultad para andar, pérdida del equilibrio, deterioro cognitivo, trastornos mentales, demencia, trastornos del sueño, dolor y alteraciones sensoriales.
Actualmente, existen distintos fármacos para tratar esta patología: levodopa+carbopa (Sinemet), opicapona (Ongentys) y la rasagilina (Azylect). Sin embargo, estos solo son capaces de reducir la sintomatología, mientras que la cura de la enfermedad parece, al menos por el momento, cosa de ciencia ficción. Además, como dato curioso, se ha visto cómo, ciertos fármacos que se usan para tratar la diabetes también presentan resultados prometedores en la ralentización de esta sintomatología tan atroz.
Dejando al lado temas de índole más científica, cuando hablamos de Parkinson, al fin y al cabo, estamos hablando acerca de personas con una gran vulnerabilidad. Al principio, los síntomas de decaimiento pueden ser contrarrestados por la fuerza de voluntad - llámese también heroísmo - pero la degeneración tanto física como psíquica es cuestión de tiempo. Sí, el tiempo pasa para todos. ¿Quién no vio ayer a un gran hombre que levantaba a toda una familia -incluso a toda una comunidad- y hoy, no puede ni desplazarse por sí mismo? Quizás, hoy, en nuestros cubículos cosmopolitas donde nuestra realidad viene forjada por las primeras impresiones que el mundo virtual deja en nuestras almas, se nos hace cada vez más difícil apreciar dicha parte de la naturaleza humana. Nos tienen que disculpar, vivimos muy deprisa y tenemos demasiadas tareas que hacer.
El mundo virtual nos atrapa y, mientras vamos andando por la calle, en vez de ver al señor mayor de toda la vida mientras es empujado por su cuidador, estamos pendientes del último reel de Tiktok. La vida nos viene al encuentro con un rostro de carne y hueso, pero nosotros solo podemos ir hacia el reflejo distorsionado de nosotros mismos. El desenfreno en el que vivimos sumergidos aniquila la conciencia y, con ello, la certeza de que somos mortales, es decir, vulnerables. Ninguno está exento de la vulnerabilidad humana, desde el migrante que cruza la valla de Ceuta hasta George Soros. La ilusión de que el progreso técnico podrá salvarnos de lo que somos es ciencia ficción. El chip cibernético solo hará que acelerar nuestra agonía.
Indudablemente, unos de las cosas buenas que nos trae el concepto de la vulnerabilidad es que arroja a nuestro todopoderoso orgullo a la hoguera, mientras que permite el cultivo de una virtud fundamental: la humildad. Gracias a la humildad, somos conscientes de que nos necesitamos los unos a los otros: la misión de cada uno está inexorablemente unida al resto de personas, ya sea las pasadas, presentes o futuras. No solo eso, sino que la vulnerabilidad también nos permite ser más realistas, estar anclados a la realidad. Somos de carne y hueso. Ser vulnerables es admitir que no somos perfectos, que nos equivocamos constantemente y hemos de pedir perdón por ello.
Una vulnerabilidad que está unida de manera especial con la dignidad. Somos dignos, pese a quien le pese y pase lo que pase. Ningún ser humano, en ningún momento a lo largo de su vida, queda despojado de esta dignidad. Desde el hijo en el vientre de su madre, pasando por el maratoniano que rompe todos los récords habidos y por haber, hasta el anciano que se despide de este mundo rodeado por sus seres queridos. Muchos no lo entienden. Es lo que sucede cuando se abandonan los cuentos de hadas y se vive inmerso en un racionalismo que abandona toda humanidad. Por ello, saber que no hay mayor fortaleza que reconocerse lo que se es, es decir, vulnerables, jamás pasará de moda.
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