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Elogio del trabajo (bien hecho)
Y es que la vida nos viene dada, sí, pero no nos viene dada ya hecha, sino que cada uno de nosotros tiene que hacérsela a sí mismo
ÁNGEL LÓPEZ-AMONOTARIO
Miércoles, 26 de febrero 2025, 00:05
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ÁNGEL LÓPEZ-AMONOTARIO
Miércoles, 26 de febrero 2025, 00:05
Estas últimas semanas se ha estado hablando mucho acerca de la necesidad de regular el horario laboral y dejarlo reducido a treinta y siete horas ... y media semanales, comparando nuestro horario en España con el de otros países europeos y el de EEUU. Incluso he llegado a leer la frase «trabajar mejor es trabajar menos». No voy a entrar aquí en esta parcela social del trabajo laboral, pues comporta una complejidad importante dada la diversidad de los intereses implicados.
Pero al hilo de los titulares de prensa que han ido surgiendo, he echado en falta una cierta pedagogía de la importancia que tiene el buen hacer en el día a día de las actividades que toda persona puede desarrollar: desde el trabajo remunerado en el puesto de una empresa, hasta el trabajo y dedicación que exige una vida familiar. Fray Luis de León decía que «el trabajo y el esfuerzo son la sal que preserva de la corrupción a nuestra vida y a nuestra alma». O, como confesaba el gran músico J.S. Bach, «yo toco siempre para el mejor músico del mundo; y como no está presente, toco como si lo estuviera». Y es que el esfuerzo y la perseverancia es lo más ennoblecedor que puede hacer el hombre. A mí, personalmente, el trabajo me da la vida. «Trabajar es vivir sin morir» decía Rilke, de modo que con su trabajo, el ser humano va creando cosas: desde la más humilde silla de un carpintero hasta el edificio más alto de todo Madrid. Hay una frase que leí hace años y que dice: «el hastío es una tristeza sin amor». En efecto, la ilusión y el amor son absolutamente necesarios para llevar a cabo toda empresa que uno quiera acometer.
Y es que la vida nos viene dada, sí, pero no nos viene dada ya hecha, sino que cada uno de nosotros tiene que hacérsela a sí mismo. Recuerdo que en la época del colegio un profesor se quejaba de la letra de una canción que estaba de moda entonces y que decía «yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así» y él nos enseñaba que no, que esa rebeldía es una opción personal que cada cual puede elegir o rechazar. En efecto, cada ser humano tiene que construirse la vida a su medida, eligiendo los propios caminos y poniendo el esfuerzo necesario para levantar ese mundo personal dispuesto a compartir con los demás. Porque, verdaderamente, y así lo dice J. L. Martín Descalzo «por muchas cosas que hagamos, son nuestras obras las que nos hacen a nosotros, las que llenan de realidad y de alma nuestra vida». En definitiva, quien tiene fe en su quehacer diario, atesora una vida llena y radiante y en el alma lleva un candil pleno de luz.
Es verdad, por otra parte, que en la vida nos podemos encontrar con muchos obstáculos importantes y que el devenir de cada uno dependerá de muy variadas circunstancias como, por ejemplo, con que hay trabajos mucho más duros y penosos que otros o situaciones personales que lo puedan agravar. Además vivimos una época de grosero materialismo y el trabajo se mide por lo que produce monetariamente. Siempre se ha trabajado para ganar el pan. Pero también el hombre busca el orgullo del trabajo bien hecho y de trabajar mejor, lo que le conduce inexorablemente a mejorar su condición humana. Ciertamente la mayor parte de las personas vivimos en un nivel de medianía; pero eso no quita para que aspiremos a recoger más luz y más belleza para nuestras almas y así poder acoger en nuestro edificio espiritual a aquellos que nos necesiten. En efecto, el hombre es hombre cuando vive para los demás porque, por mucho trabajo que realice, si no lo comparte con el prójimo será como un alma en pena, ya que la forma más soberana de vivir es «convivir» con el que tengo al lado.
Para terminar, quisiera traer a colación una cita de Pablo VI que siempre me ha encantado: «La vida es dolorosa, dramática y magnífica». Es dolorosa porque se hace cuesta arriba y no es un camino de rosas. Es dramática porque es un constante quehacer: no nos la han dado hecha. Y es magnífica porque es un don y un don de entrega e ilusión. En fin, parafraseando a San Juan de la Cruz, al final de la tarde te examinarán de la luz que lleves en tu candil.
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