Impelidos por el deseo de domeñar el destino, acostumbramos a clasificar nuestras inquietudes como reses de un rebaño, a cada cual su establo en el calendario, y de este modo las creemos bajo control. El 'bullying', al fondo a la derecha, donde pone '2 de ... mayo', arrebujado entre la puerta 1 del Día Mundial de la Enfermedad de Lyme y la 3 del de la Salud Mental Materna. Voluntariosos, llegada la fecha disertamos sobre el asunto. Nos embadurnamos de estadística, que si uno de cada diez dice, que si tal gurú de la psique apunta, que si cuénteme amigo oyente su historia. Alivia así el placebo nuestras conciencias una vez al año y cuando andamos ya a otra cosa nos pasa como a la Cenicienta con su reloj, ¡toma calabaza!; que la naturaleza acaba poniéndonos en nuestro sitio y va una joven acosada y se suicida un 29 de abril, Día Internacional para la Conservación de los Anfibios, cogiéndonos a contrapié, enfrascados ya en las reivindicaciones de ranas y salamandras o en algún renglón programático de la Semana Mundial de la Inmunización. Desconozco qué demonios conmemoraríamos cuando me ocurrió a mí, otro de tantos. Viejo el mal como la tiña, por aquel entonces nadie lo llamaba 'bullying', ni siquiera acoso escolar, a lo sumo gamberrada, proclive el diagnosticador a atenuar la culpa de quienes, hágame caso señora, en el fondo son buenos chicos, sólo un poco brutos, y están en mala edad. Utilizando como unidad de medida la parte más intrascendente de sus anatomías, calculo que el primero de mis fantasmas me sacaba dos cabezas, alguna menos que el segundo, me río del Brimnes de Ikea al lado de aquel armario ropero. Nunca entendí qué los condujo hacia mí, si fueron las trazas de alfeñique -ahí querría ver yo a Clark Kent sin Superman- o la estrategia defensiva de no hacer nada, resistir, forzar que se cansaran al no encontrar rival en ese gafapasta escuchimizado. Fue generoso el olvido. Los recuerdos que perviven apenas dan para un tráiler: sus sombras adosadas a mis talones al salir de clase; la patada en la mochila, primer movimiento de la sinfonía diaria de empellones, collejas, insultos y escupitajos; la gente que ve, cambia de acera y calla no sea que... Por suerte no existían las redes sociales, pero ni aun así el tormento acababa al cerrar la puerta de casa. Primero lo acentuaron meses de silencio, no digan a los postres que soy bobalicón. Luego, confesión mediante, la arenga de mi padre, a quien nadie educó para esto, ordenándome traerle cual trofeo una oreja de cada uno de aquellos bastardos. Doble humillación hasta que mi madre, un Charles Bronson de metro y medio a la vuelta de la esquina, arrebató a esos dos su vocación torturadora en gloriosa escena final. «Espero que carguéis con una muerte en vuestra conciencia», escribió Claudia horas antes de que la hallaran sin vida al pie de un cerro. Parecen transcurridos mil años, pero fue hace semana y media. Si al leer el título de este artículo pensaste que está desfasado, que tocaba el martes pasado, Día Internacional contra el Bullying, y no hoy, Día Mundial de los Calcetines Perdidos, resaca del de la talasemia, preámbulo del del lupus, te equivocas. Es al llegar el apagón mediático cuando necesitamos que alguien encienda una vela, para no tener por delante todo un año perdido salvo que otra tragedia nos baje por unas horas del guindo.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.