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Así que has decidido marcharte. Sin despedirte siquiera, tan impropio de ti, ahogando mis ilusiones, sembrando el futuro de horas vacías. Así que lo nuestro se acabó. Que me abandonas. Una semana ha pasado y aún atruena en mis oídos tu portazo, inapelable como todos ... los 'para siempre'. ¿Adónde irán los besos que no damos?, se preguntaba Víctor Manuel. Me interesa la respuesta para salir en busca de los muchos que se te han quedado retenidos en la bandeja de salida, dejándome la piel seca y el alma deshidratada. Mira que el nuestro no fue un amor a primera vista. Aquella mañana de agosto, embobado frente al escaparate que nos hacía de frontera, mis ojos reposaban en otra, menuda preciosidad, pero fue al verme reflejado en los tuyos, cotidianos y tristes, cuando entendí que habíamos nacido el uno para el otro. La cola quebrada, el doble colmillo, esa lengua que a regañadientes cabía en la boca..., cada defecto te hacía más linda. Por eso dime cómo escapo yo de esta prisión, atrapado con tus recuerdos, que de momento queman más que consuelan. Uno tras otro echan alcohol en la herida. El modo en que te engallabas, y desgañitabas, al paso de tus semejantes. La mirada negra, todo pupila, capaz de obtener cuanto quería. Los lametones al salir de la ducha. Tu torpeza para beber, más agua fuera que dentro. El día en que conociste el mar, un minuto de placer, diez de estornudos por la sal en la nariz. La afición a la lencería fina, divertida hasta que decidiste zampártela. Las broncas que me echabas por dejarte sola, como si no te vengaras ya subiendo al sofá. La manía de comer hierba, tormento de tu estómago y mi alfombra. Los enemigos que me has ganado cuando meabas fuera del tiesto. La forma de desperezarte, culo en pompa, patas al infinito, magno bostezo final. Los arañazos al comedero a la espera de manduca. Cada paseo que empezabas a pie y acababas en brazos. Aquel susto, ¿dónde está?, camuflada entre peluches como ET en el armario de Elliot. Las caricias en el vientre o tras la nuca que tanto te chiflaban. Tu sonambulismo. La patita escayolada. La resignación, coqueta, con que te dejabas peinar. Y la cardiopatía, los meses de mimos hasta el apagón final. Nos dijo que te irías pronto, pero no tenías por qué tomar tan en serio a aquella doctora. La gente exagera. Dejaré a mano tu collar y tu correa por si lo piensas mejor y decides regresar. Cosas más raras se han visto. Quizá allí arriba ya hayas conocido a Laika y a Rin Tin Tin. Menos feliz estoy yo aquí abajo, viéndote por todas partes y por ninguna, venerando tus rincones favoritos en esta casa de pronto inabarcable, ojeando fotos en bucle, escuchando a mi corazón herido como un tambor sin su caja de resonancia. Me dan una urna y dicen que hable con ella, que tú me oirás. Probaré, y si alguien se burla nos reiremos de él, que como sea cierto que no te has ido del todo ya no te dejo marchar. ¿Recuerdas al tipo de Vox del que hablamos días antes de tu partida? De cacería electoral entre el gremio taurino soltó que los animales sois cosas. No te alteres o volverá la tos; ya le respondo yo. Ni en tu estado actual, cerámica y ceniza, te siento objeto. Igual el enfermo no era tu corazón, sino el suyo de madera. Árida mi cabeza para decirte adiós, tuve que buscar las palabras más adentro. Hasta siempre Nube, vuela alto. No hubo amiga como tú.
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