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Mira que este año nos pide el cuerpo poca broma, pero llama la alcaldesa a hacer de tripas corazón y ya no tengo edad para ... insumisiones, de modo que me enfrentaré a mi habitual dilema por estas fechas: ¿cuándo empieza la Navidad? La pregunta no es baladí, pues el alcance de su respuesta trasciende lo espiritual y bucea en las aguas de la logística. En román paladino, a ver si alguien me aclara el momento exacto del año en que he de transformar mi casa en un bazar, venga a colgar guirnaldas por todas partes, tengo que guardar la báscula bajo siete llaves, so pena de depresión dietética, y por encima de todo debo poner patas arriba el trastero y mi alergia al polvo para rescatar el árbol sintético, y que los niños, o sea yo, lo monten en el comedor mientras la voz de la conciencia, o sea mi mujer, recita aquello de «este abeto está ya para pocos trotes, a ver si nos acordamos en las Rebajas...»
Si hago caso a los gurús del marketing es Navidad desde octubre, que en asuntos del calendario capitalismo y comunismo bolivariano van de la mano. Si al contrario secundo los designios de mis hijos, en ellos fertiliza el espíritu navideño el Black Friday, cuando entonan el que podríamos considerar primer villancico de la temporada. Música y métrica a gusto del consumidor -nunca mejor dicho-, pero la letra sigue unos estrictos cánones estilísticos. En resumen: a) incluir un par de palabras clave, «papá» reblandece, «he pensado que» denota improvisación y despista, «más barato» enaltece; b) dejar caer como si nada el objeto de deseo; c) deslizar por cebo un broche que aparente desinterés, del estilo de «si yo lo digo por ti»; d) consumada en noviembre la compra de diciembre, y muchas veces entregada por adelantado, «anda, estrénala estas fiestas», el interfecto acabará adquiriendo algún 'detallito' -el diminutivo ayuda a la autosugestión- para que el día de marras haya una sorpresa, lo que certifica el jaque mate. Por tanto, mejor no tomar como referencia a los niños.
Seguimos pues en la casilla de salida, ¿qué día debo poner el árbol? En materia de botánica navideña mejor no improvisar, se requiere método, porque si no pasa lo que pasa, lo mismo arrancas en otoño que llega el pavo y no hay flora. Como aquel diciembre entre el Clínico y La Fe: nada que celebrar, dijimos, y terminamos el 24 por la tarde desembalando cajas, saqueando un chino y hasta pintando una pancarta porque la niña, contra pronóstico, salía del hospital para dormir en casa. La cosa por tanto se enrevesa. Si no sirven El Corte Inglés y Maduro, las pulsiones filiales y el estado de ánimo, ¿alguien disipa mis dudas? Tampoco el entorno colabora. Mi vecino el intenso me suelta una evasiva filosófica sobre el consumismo. Mi cuñada replica que ella es más de belén, y hace proselitismo, como si olvidara los pegotes de nieve revoloteando con cada corriente de aire. Trasladaré la cuestión a mi amigo Pablo, que viene a ser como el jefe de la Casa del Rey en asuntos de protocolo, aunque sé su respuesta. El puente de la Inmaculada, sentenciará, lo que significa que su comedor ya titila cual céntrico escaparate y servidor llega un año más tarde, así que resuelvo esto y pospongo la otra gran disyuntiva de nuestro tiempo: ¿magos orientales o gordito lapón? Si escucho al comercio y a mis hijos la respuesta está clara, los dos, de modo que... Uf, cómo se complica todo.
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