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Si existieran radares para chapuzas, el viejo Ignacio los habría reventado todos. El susodicho fue un albañil amigo de la familia que años ha se brindó a construirnos una caseta de campo. «No busques a nadie, Antonio, que eso te lo hago yo». Pero llegó ... el día de levantar el cuarto de baño y el servicial peón, más voluntad que formación, poco habituado a planificar sus tareas, se vino arriba. Amasó y amasó el hormigón, colocó y volvió a colocar, un ladrillo y luego otro, cuadrado perfecto, y a la que se quiso dar cuenta no había dejado hueco para la puerta. Diantres, ¿ahora qué hago? Y lo que hizo, diantres, fue perforar el muro a la altura de la cabeza para escapar de su cárcel de arena, grava, cemento y agua. De ese modo el destino, o el desatino, decidió que aquel humilde lavabo tuviera ventana. «Piénsalo, Antonio, en el fondo nos viene bien, que así respira».
Pese a la estridencia, en su antología de grandes éxitos esta sólo habría sido una más, pues lo suyo era como si Bob Beamon se marcara cada lunes un 8,90. Antes de meterse en harina, por no talar un algarrobo seco como el olmo de Machado planteó desplazar la casa, «mira que es una pena, Antonio, que igual se recupera», tan encelado en su idea que en un tris estuvo de edificarla en la parcela del vecino. Meses después, avanzada la obra, olvidó las llaves en Valencia y por no desandar o forzar una puerta repitió butrón en la fachada, «¿que te parece otra ventana, Antonio?». Y como guinda a su gran desafío arquitectónico levantó una escalera exterior tan empinada que habría salido más a cuenta montar un rocódromo. Sopesando lo que ofrece el mercado, deduzco que Antonio, mi padre, y el resto de parentela tuvimos la fortuna de tratar al Stravinsky de los jaimitos. De ahí mi insensibilidad hacia el dominguero del gazapo, ese desganado que acude a la chapuza sin respeto por grandes del género como Ignacio.
Me telefonea mi amigo Rafa enojado. Que si he visto el disparate de Correos. Resulta que la ilustre empresa pública dedica un sello al doctor Fidel Pagés, padre de la anestesia epidural. Y bien que hace, pues de no ser por él a los héroes de Annual aún los habrían remendado con el palo en los dientes y un traguito de coñac. Pero mira por dónde en el texto se describe al protagonista como 'descubridor' en lugar de 'inventor', cagada envuelta en papel estucado, engomado y fosforescente y exportada al mundo con 115.000 ejemplares. No es asunto menor, próxima la filatelia a la heráldica o la vexilología, tan estandarte de un país sus sellos como escudos y banderas. A ver, chavalotes, de parte de Rafa, que como no conoció a Ignacio tiene la piel más fina que un servidor. Se descubre lo que existe, se inventa lo que no. Lo sabe Coco y hasta su jaca Paca. Ejemplos prácticos: ni Colón inventó América ni los Lumière descubrieron el cine, ni inventamos la patata ni descubrimos la tortilla, y por supuesto Pagés no halló su anestesia en una marmita en el Rif, la inventó. Lo peor no es la chapucilla, sino la desidia que delata, al no apreciarla ninguno de los trece miembros de la Comisión Filatélica del Estado, ni los subsecretarios de dos ministerios, Transportes y Hacienda. Durante la etapa oscura del deporte patrio, calificaba José María García de éxito que no se nos ahogaran los nadadores. En el caso que nos ocupa, bastante tendremos si el sello se pega al sobre.
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