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Tan estafador como ellos, el cine les ha dotado de inmerecida aura. No pienses en George Clooney hilando un plan infalible para desvalijarte, o en Paul Newman sobando las cartas de tu destino mientras suena Scott Joplin al piano. Mi timador se llama Mohamed, y ... sólo sé de él que está domiciliado en Bilbao, aunque sin duda no es de Bilbao, y que se halla en paradero desconocido. Menos referencias aún tiene del suyo Susana, la valenciana multidenunciada por estafa tras suplantarle la identidad el criminal que le sonsacó el DNI en el zoco de Wallapop. La sofisticación queda para las películas. A nuestros bandoleros les sobra con echar la caña y esperar. Siempre hay peces, si el besugo no eres tú lo será otro. A toro pasado nos sienta a todos bien la gabardina de Colombo, pero no conozco a nadie capaz de vivir sin bajar la guardia en algún momento. Es entonces cuando ellos, paciente vuelo el del buitre, picotean tus entrañas. Miércoles de febrero. Madrugón inclemente por un compromiso familiar. Con la cabeza en servicios mínimos, que uno es menos gallo que lechuza, vibra el móvil. Un arcaico SMS. «Su paquete no ha podido ser entregado porque no se han cobrado las tasas de aduana (2,99€)». Adjunta enlace. ¿Quién no espera a día de hoy un pedido? El mío es un lavavajillas, así que harto como estoy del Scotch-Brite mascullo un improperio y procedo con el trámite. No reparo en que ya pagué gastos de envío, o en la URL sospechosa. No pienso. Actúo. Tengo sueño. Pico progresivamente ante la supuesta web de Correos, donde meto mis datos bancarios, y la impecable clonación del portal de una plataforma de pago seguro. ¿Aceptar?, pues acepto. Acabo de apoquinar mucho más de 2,99 euros, y comoquiera que ¿casualmente? la conexión se cuelga a media transacción, repito inconsciente el proceso, duplicando el botín del cuatrero. Cada día 35 valencianos sufren ciberestafas; nada se dice de los que repetimos. Descubierto el pastel, sucesión de conversaciones. Con el espejo, borde y faltón, que me pinta cara de bobo. Con el banco, impecable; aconseja denunciar y me reintegrará lo robado. Con un guardia civil: visto lo que él ve a diario, dice que he tenido suerte. Con un secretario judicial, quien me cita a juicio porque hay un sospechoso, mi Mohamed, aunque de momento ilocalizable. Con el mismo funcionario, semanas después, al que comunico que dejo correr el tema, que la Interpol maneja asuntos más acuciantes que el mío. Cuento el caso a mi padre. Tras refrenar el sarcasmo ante mi candidez, revela que también él recibió un SMS, supuestamente mío, donde le pedía que pagara en mi nombre una factura. Al parecer yo había perdido el móvil y trampeaba con uno antiguo. «En dos días te lo paso». Me mandó al carajo -a mí no, a mi ventrílocuo- y se negó a aflojar la pasta, lo cual no sé si debe reconfortarme o inquietarme. Perro viejo, de buena se libró. No le digo que días después de mi estafa sufrimos una fuga de agua en casa y sin hallar en mi desesperación el número del seguro lo busqué con Google. La indolencia del interlocutor, su palique, me alertó de que estaba ante un número de alta tarificación. Me desahogué, «hijo de Satanás», y colgué. Aun así el cargo telefónico fue fino, pero al menos la parte de la factura correspondiente al insulto la doy por bien invertida.
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