Urgente La Ofrenda y la Nit del Foc siguen adelante pese a la lluvia

Corría el año 1991 cuando creí darme un tiro en el pie. Mientras el grueso de la tercera promoción de Periodismo del CEU se aplicaba ... en su estricta literalidad lo del paso del ecuador y enfilaba hacia la República Dominicana, solecito y playas, una minúscula minoría de raretes elegíamos por destino la Rumanía del recién depuesto Ceaucescu. Eso es tener moral, y no lo del Alcoyano. Aquella primavera no nos bronceamos, pero agradecimos el chapuzón de hiperrealismo. Conocimos Bucarest, Brasov, los Cárpatos, y maduramos entre las grietas del país caótico que acababa de sacudirse una dictadura. Nuestra aventura dejó poso en la memoria. La densa arquitectura comunista. Los militares aún por la calle. La implacable carestía en medio de un ambiente de posguerra, impregnado el aire de esa sensación que incomoda la conciencia, la de que no existe puerta hermética al olor del dinero. Restaurantes sin comida, al menos tal como nuestro estómago la entiende. Cabinas sin teléfonos. Caos circulatorio, ahí tenéis las carreteras, recorredlas a vuestro antojo. La gente: mujeres que esquilan ovejas en las cunetas, cambistas clandestinos, casi tantos como esquinas, sus mostosos fajos de moneda local a la caza del dólar. Y las calles repletas de pillos, entregados al arte de estafar al turista panoli o arrancarle al menos un gesto de conmiseración, monetizado a ser posible. Entre estos últimos figuraba él, apenas un niño. Se me acercó raudo, había olido la presa, y tras adivinar mi procedencia con ese sexto sentido que crece a la sombra de la necesidad tiró del mantra según el cual todos los españoles somos taurinos y del Real Madrid. «¡Butragueño, Butragueño!», decía zalamero mientras su escuchimizada figura me daba saltos alrededor, una mano con la palma hacia arriba. Le traicionó el manual de supervivencia, conmigo pinchaba en hueso con uno u otro señuelo, pero aun así le deslicé un manojo de leus que encontré en el bolsillo y que, siendo nada para mí, le iluminaron a él la cara. Fue un fogonazo, tal cual lo conocí lo perdí de vista en una calleja junto al Danubio, pero su acento mientras chapurreaba tópicos en castellano y su sonrisa subieron al avión de Tarom que acabaría perdiéndome la maleta y conservo a los dos intactos en un recodo de los recuerdos; tan divertido el uno, tan amarga la otra, que con la perspectiva del tiempo siento que lo de aquel día más que limosna fue una buena compra. Muchas veces pienso en ese chiquillo, la sangre de su tirano entonces reciente junto al muro de Targoviste donde lo ajusticiaron. Un crío marcado por el destino, como la niña del abrigo rojo de 'La lista de Schindler'. Cada loco deja un reguero de víctimas. Ahora que con la lluvia sacan todos sus cuernos al sol, me pregunto cómo depositamos el mundo en manos de tanto chalado. Las de Trump y Putin -en pleno siglo XXI el mejor Donald sigue siendo un pato del XX y el mejor Vlad(ímir) un empalador del XV-. Las de Netanyahu, Milei, Maduro, Orban, Xi Jinping o Kim Jong-un. Las de grupos terroristas que subyugan pueblos reconocidos o por reconocer. Sus felonías me llevan de vuelta a aquel alfeñique de Bucarest. Hace años trabé amistad con un rumano. Me habló orgulloso de un país en progreso. Espero que mi niño lo comande. Y ya puestos, que haya descubierto que no a todos los españoles nos gustan los toros, y aún menos el Real Madrid.

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